Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor.

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Mensaje  Rafafierros 14/9/2012, 22:30

study Me sigue encandilando el relato. En cuanto al guaperas tenemos la pista de que es muy amigo de Kaezet.

Y si finalmente el motivo del retraso de Kaezet es un pinchazo ¡Que nunca mas venga vendiendo la moto de sus dotes mecánicas! :drisa: :drisa: :drisa: :drisa:

Animo y quedo a la espera de la próxima entrega.
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Mensaje  Kaezet 15/9/2012, 00:36

Ojo Rafa, que hay pinchazos de nada, pinchazos gordos y hasta reventones.

A ver qué pasa con el tal Kaezet, ya es raro, dicen que gasta más puntualidad que un inglés, aunque, claro, los ingleses ya no son lo que eran ni llevan bombín...

¡Sácanos de dudas Ducalense! :mani:
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Mensaje  Arjonero 15/9/2012, 10:16

Buenos días Ducalense. Gracias por estas tres nuevas entregas.
Ya estoy impaciente por leer las próximas y saber quien gana
la Derbi.
Saludos.
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Mensaje  Derbilomano 15/9/2012, 17:58

El del F50 tampoco soy yo porque mido 1.60 jejeje, ahora la rubia la tengo yo y me casé con ella hace 18 años,jajajaja. Un cordial saludo Ducalense y a todos los del foro por supuesto.
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Mensaje  Jorok 15/9/2012, 23:07

No podeis imaginaros la cantidad de cosas que estoy aprendiendo después de haber leído los relatos escritos hasta este momento
Resulta que me he puesto a buscar fotos ( las tengo guardadas y ordenadas, por si interesa... ) de todas las AMOTICOS citadas, y en algunos casos me he leído todos los posts....
Muchas de las fotos son de este foro y algunas de ellas, incluso coinciden con sus propietarios.
No tengo muy claro, cuando cita la Bultaco 50 ( del rubio, jejeje ) si se refiere a la TSS scratch scratch
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Mensaje  Ducalense 16/9/2012, 18:42

Capítulo 5: LA CARRERA.


La salida estaba a punto de darse. Todos habíamos calentado convenientemente los motores. Hoy, 25 de septiembre de 2014, teníamos un día plenamente veraniego. La temperatura era magnífica. Lucía el sol y el cielo era de un azul intenso. No había ni una nube. Había llovido un poco la noche anterior y la tierra del circuito estaba en perfecto estado de compacidad. No habría polvo y seguramente pocas proyecciones de piedrecitas a nuestras caras provenientes del neumático trasero del capullo que fuese delante de nosotros.

Bueno, pues se acerca el momento de la verdad. Es el momento de ponerse serios. Los demás parecen muy relajados por el momento. Pobrecillos. Peor para ellos y mejor para mí.

A ver si me concentro y hago las cosas bien. Venga, chequeo rápido para que no falle nada.

¿Hay gasolina? Sí. Sólo un litro. No hace falta más. Grifo abierto en reserva. Presiones comprobadas la víspera. Aceite de motor, OK.

Bien. La parte mecánica está asegurada.

Ahora toca la parte física. Hago unos breves estiramientos, discretos, porque no quiero que se me note.

Ahora vayamos a la parte psicológica, que es la más importante de todas.

Vamos a ver, Jorgito... Eres el mejor. Has nacido para esto. Esta urbanización se creó para que tú ganaras carreras aquí. Tus padres te concibieron para que te llevases este increíble triunfo. Derbi diseñó la Gran Sport pensando en ti. Es la moto de tu juventud y casi de tu vida. Esta carrera de la marcha sobre Madrid es el momento más importante de tu existencia. Eres el mejor. Nadie puede contigo. Tú eres el único que conoce los secretos de este circuito. El foro entero espera tu victoria. ¡Tu victoria! Tu hija confía en tí y sabe que vas a ganar. Soy el mejor. Voy a correr como nunca. Ahora, un galáctico como tú no tiene rivales. No puede tenerlos. Hasta hace un momento todo era muy divertido con ellos. Parecen majos y encantadores y lo has pasado de maravilla hasta hace un rato. No sabría decir cuál de ellos es el más enrollado de todos.

Bueno, YA NO LO SON.

Eso se ha acabado. Ahora son tus rivales. Tus enemigos. Ódialos. Es gentuza que no se merece el premio. Un premio que Dios ha puesto en tu trayectoria para recompensarte por tu valía como hombre y como piloto. Ten mucho cuidado con ellos. No te fíes. Son peligrosos y no dudarán en quitarte de en medio. Pero yo soy más fuerte y más listo. Nadie me puede ganar. Y menos ningún desgraciado de estos que osa retar al que está concebido para llevarse el Gran Premio prometido. A por ellos... Eres el mejor. A por ellos... Sin piedad. No son hombres. Son enemigos. Sólo quieren tu destrucción. Véngate. No les des tregua.

A por ellos. Sin piedad. A por ellos. Y recuerda: Eres el mejor…

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Como veis, soy muy sincero al contaros esto. Acabo de confesar que mi deseo de ganar la carrera y de llevarme el fabuloso premio prometido me volvió un poco malo. Tenía que usar todo tipo de tretas, si llegaba el caso, para que no me ganasen.

¿Tretas? Sí, ¿pero qué podía hacer?

¡Ah, por supuesto…!

Recordé una pequeña jugarreta que el famoso Agustín me gastó en nuestra primera carrera. Tanteando la tierra con su zapatilla, puso cara muy seria y me dijo:

- La tierra está muy floja. Habrá que arrancar en segunda. En primera la moto patinará.

Y yo, que, como es normal, tenía menos experiencia en carreras que un esquimal en preparar un cocido madrileño, piqué como un tonto. Por supuesto él arrancó en primera, lo que le dio una ventaja inicial importante, ventaja que realmente no necesitaba dada su superior potencia, pero que sirvió de motivo de cachondeo contra mí durante el resto del verano.

Y lo puse en práctica para esta ocasión. Poniendo cara de experto piloto de speedway, lancé al aire la propuesta de arrancar en segunda, a ver si alguno picaba.

Y vaya si funcionó. Varios de ellos cayeron en el engaño. Ah, qué pardillos. Me reiré de ellos en el foro hasta que pidan clemencia.

Bueno, ya tocaba la salida. El corazón me latía desaforadamente. Hasta ahora me había reído mucho y disfrutado enormemente con estas carreritas… Pero ahora la cosa iba en serio. Les había llevado a mi circuito, un trazado relativamente sencillo que yo conocía bien desde niño y sobre el que a los demás – con la excusa de que se nos echaría el tiempo encima y que bastaba con las fotos que les había enviado – no les permití entrenar. Je, je. Habéis picado, malditos ludópatas mal operados de fimosis.

Por fin todos estábamos listos. El silencio era casi total. Miré a mi alrededor. Vaya, las caras de mis hasta-hace-un-minuto amigos y compañeros, y a partir de este momento rivales a aplastar sin compasión, ya reflejaban seriedad y determinación en su mayoría. Me dio la impresión de que, como un servidor, competían por algo más que por mera diversión. Hmmm, no me gusta.

Unos metros más adelante estaba mi hija con un pañuelo extendido. Ella daría la salida.
Teníamos los ojos clavados en ella. A su lado, parece que haciendo buenas migas, la modelo del chulopiscinas ese del Ferrari gripado y descolorido, que ya no me parecía tan guapa ni tan encantadora. El silencio era sepulcral. Incluso los gritos de ánimo de nuestros numerosos acompañantes callaron durante un instante.

El pañuelo cayó y todos empujamos como posesos. Con la primera engranada y el embrague cogido, corrí todo lo que pude, luego salté con mi mejor estilo sobre el asiento… y mi fiel y queridísima 48 Sport cobró vida para mi enorme alegría. Detrás de mí algunos motores rugieron. Aceleré sin piedad, cambié a segunda cuando el motor rozaba las 9000 vueltas, entré a saco en la primera curva, en bajada a izquierdas, y solté un aullido de satisfacción al ver que empezaba liderando la carrera.

Qué risa. Algunos incauto-pardillos habían perdido un tiempo importante en la arrancada. Sus motos efectivamente arrancaron con facilidad en segunda, pero luego perdieron unos segundos preciosos – quizás vitales, nunca se sabía – al tener que engranar la primera para acelerar debidamente. Los que lo habíamos hecho correctamente estábamos en cabeza. Ahora a los burros de detrás les tocaría no sólo vernos la espalda, sino también chupar bastante humo. Hay que ver la cantidad de él que nuestros cacharrillos echaban mientras rozaban los límites de revoluciones en todas sus marchas.

Detrás oí el gran rugir de las demás motos. Mientras, aplanado sobre el depósito y ya a tope en tercera, enfilaba por primera vez la bajada en recta de unos 90 metros, eché un brevísimo vistazo atrás para ver si mi engaño había funcionado y de paso quién me seguía. Al bizco de medio ojo Mendoza, al mando de su Cobra M82C con ruedas de tacos, le había costado muchísimo arrancarla al empujón. Tuvo que hacerlo en quinta, lo que le implicó salir el último y muy retrasado. Eso, lo confieso ahora, me llenó de satisfacción, pues sin duda que era el favorito y el rival más peligroso, y el que tenía la moto más adecuada para este circuito. Además había habido meleé en la salida cuando la 48 Sport 24 horas del licántropo Manuelfrancisco a mi izquierda se le había escapado de la manos al saltar sobre ella y había colisionado contra el Vespino y la RiejuP3a del chupacandados Katana y del limpiavidrios Requeño en los primeros instantes, cayéndose los tres en medio de la pista y originando un tapón a los peligrosos estafadores que salían en la segunda y tercera fila. El caos que se originó a causa de este incidente nos benefició mucho a los que habíamos salido bien. Mi obsesión era la Puch Cobra del sanguinario Mendoza. Aunque tuviese que dar una vuelta más, ¿cuándo nos iba a fundir con su enorme e ilegal potencia?

Yo llegué primero a la fuerte frenada del cerrojazo a derechas tras la recta en bajada. Desterré los pensamientos sobre los sifilíticos de mis rivales. Clavé los frenos de ambas ruedas y pude entrar en la curva un poco pasado, en primera, pero líder. En ese momento miré nuevamente hacia atrás para ver cómo estaban los anormales de mis perseguidores. Todo me iba bien por el momento: el que iba segundo, casi pegado a mi rueda, el dirigente de Al Qaeda Vicente Martínez y su Gimson, ya estaba totalmente aplanado sobre el deposito, metiendo marchas como un loco, igual que yo. El que iba tercero, el traficante de droga a gran escala Mateico, que había salido asquerosamente bien, perdió esa posición porque afortunadamente se tragó la curva y se marcó un recto con su repugnante Rieju. Y ya no miré más. Ahora había que mirar hacia delante. Y eso hice, aplanado todo lo que pude sobre el depósito azul de mi magnífica 48 Sport.

Este tramo en el que estábamos ahora era una bajada corta que luego ascendía hacia la derecha, en una curva de unos 150 metros tan amplia que para nuestros ciclomotores era como si fuese recta. Pero la pendiente de subida pronto dejaba de ser suave para pasar a ser más empinada, lo que nos obligaría a todos a reducir una marcha.

Aceleré y aceleré. El motor de mi 48 Sport rugía muy próximo a su límite de revoluciones en segunda y entonces metí tercera. Pese a todo no las tenía todas conmigo, pues su desarrollo era bastante largo y, desde luego, poco adecuado para esta pequeña montaña rusa que era el Circuito de la Vía. Entonces, ya en la cuesta, cuando mi motor cayó de vueltas a causa de la pendiente, el conocido ladrón de códices Vicente Martínez, - creo que aún en tercera y sin duda dándole vueltas a cómo especular con la deuda española y así hacerse multimillonario a costa de todos -, me pasó irremisiblemente por mi izquierda y se puso en cabeza.

Ahora yo estaba segundo, pero la jauría de servidores de Satán parecía estar también ya muy pegada a mí. A mitad de la pendiente teníamos que tomar una curva a derechas muy cerrada que, en su día, habíamos bautizado como “Curva de la Muerte”. En su margen izquierda había una cuneta de 45º de inclinación y un metro de longitud que escondía una enorme boca de alcantarilla que… ji, ji, ji, ay que me da la risa… que no se veía hasta que entrabas en la curva, y si te salías por ir pasado, caías irremisiblemente en ella. Este desagüe fue visitado regularmente por mí y por casi todos mis compañeros pilotos de la infancia en repetidas ocasiones cuando el ansia por entrar en esa curva más deprisa que el contrario te jugaba la mala pasada de causarte un serio arrastrón por sus dominios ocultos y dañinos. Así que decidí enseñarles a mis estúpidos rivales una lección que no debían olvidar: nunca corras contra mí, desgraciado, y menos sin haber entrenado antes, so descerebrado. Pá que aprendáis todos, panda quinquis...

Como internamente deseaba y temía, Vicente el sádico trazó demasiado deprisa ese ángulo de derechas en cuesta y la Gimson se salió ligeramente. No fue mucho, pero lo suficiente como para atizarse una buena galleta. La rueda delantera abandonó la parte plana de la carretera de tierra y se deslizó ligeramente por la pendiente de la cuneta. Sólo un poco, insisto, pero lo suficiente como para lanzar la moto contra el talud y mandar al psicópata de Vicente por los aires.

¡Ya volvía a estar primero! El corazón me dio un vuelco de alegría.

Pero confieso que internamente sentí remordimientos.

¿Debía detenerme para a ayudarle o para ver si se había hecho daño? Quizás esta carrera era una locura - ¡no llevábamos ni casco ni guantes! – y esto podía acabar mal.

El debate dentro de mí duró tan solo un instante.

A ver… ¿Qué hacía?

Vamos a ser sensatos.

Estamos en una carrera. Pero no es una carrera cualquiera. Nos estamos jugando ¡MUCHO!

¿Un título mundial? ¡Já! ¡Mucho más! Nos estamos jugando mucho más.

En consecuencia, a una competición de este nivel sólo se le pueden aplicar las reglas correspondientes.

Me pregunté a la velocidad del rayo:

¿Acaso para Pedrosa cuando se cae Stoner? ¿Eh?

¿Acaso para Márquez cuando se cae Iannone? ¿Eh?

Además, yo también había tenido que sufrir la carcajada de Álvaro en una ocasión en la que mi afán por superarle en un exterior a lo Lorenzo me llevó a rasparme las rodillas y las manos, y de paso a quemarme una pierna con el escape de mi 48TS, aquel maldito día en el que descubrí con sangre la miserable existencia de esa maldita alcantarilla. Por ello, emulando a los pilotos del Mundial, que nunca paran bajo ningún motivo, le ignoré. La cosa relativamente graciosa es que la manada de licántropos que nos seguía a muy corta distancia iba tan enfrascada en sus piques personales que hasta dos motos más, el Vespino del alcohólico anónimo Katana y la Guzzi Serva del inquilino de la milla verde Dopragar siguieron fielmente el ejemplo de la Gimson.

Je, je. Al final, la maldita curva en cuestión, antaño causa de una mis mayores galletas en mi queridísima 48TS, ahora era mi aliada en mi nobilísimo objetivo de ser el legítimo dueño de la 74 Gran Sport prometida.

Ya estábamos en la parte más alta del circuito; ahora el terreno era llano. Teníamos que trazar una gran curva a izquierdas de radio muy amplio que hacíamos a tope en tercera y pie a tierra por si acaso derrapábamos involuntariamente más de lo razonable. Luego había que frenar a lo bestia, reducir a primera y girar bruscamente a la derecha en la curva más cerrada de todo el circuito, la cual llevaba a la corta recta de meta a partir de la cual se repetía todo lo hasta aquí comentado.

Había salido, como digo, primero de la Curva de la Muerte. Miré para atrás mientras apuraba las marchas a mi pobre Sport, quien, como no podía ser menos, estaba aguantando estoicamente el enorme esfuerzo que le estaba pidiendo. Hurra; sacaba unos 10 ó 12 metros a la panda de perturbados que me seguía. Los que pude ver mostraban una cara de velocidad que daba miedo. Aunque el corazón me latía como si le hubiesen dado dos o tres veces cuerda, recuerdo que tuve la rapidez mental de darme cuenta de que la Cobra aún no había aparecido.

En el garrotazo de derechas previo a la corta recta de meta clavé los frenos como un poseso, con tanta fiereza que la rueda delantera se blocó sobre la tierra, dándome un susto enorme al obligarme a dar una patada muy fuerte en el suelo para evitar la caída.

Y como está demostrado que ir “con el pincho”, como dicen en el Mundial de Velocidad, no es sinónimo siempre de hacer buenos tiempos – yo, más que ir con “el pincho”, iba por lo menos con una guillotina - , el conocido robacoches Roesca con su Puch Carabela y el sicario colombiano Lamoron con su Mobylette Rural 90 se colaron por dentro – ambos al límite, por supuesto, pero sabiendo muy bien lo que hacían - y me adelantaron sin permiso los muy mafiosos.

Los tres enfocamos la recta acelerando todo lo que nuestros motores permitían, que a estas alturas mostraban su enfado por tanto maltrato expeliendo una cantidad de humo blanco preocupante. Primera a tope, segunda a tope y a fondo en tercera los que teníamos marchas. La Mobylette guarra esa era automática, pero para mi sorpresa iba como un tiro. Los tres de cabeza pasamos por la línea de meta sin buscar el rebufo del maldito cabr… que estaba delante, pues, aunque no había polvo, sí había proyecciones de piedritas procedentes de los gilipuertas que te procedían. Y, claro, como nuestro mono de cuero homologado era, en el mejor de los casos, una chaqueta de piel con cremallera, cuando no una camisa de tela o un polo de verano, cualquiera podía llevarse un disgusto más o menos doloroso en cualquier parte del cuerpo.

La Mobylette y la Carabela, y yo detrás, pasamos por la meta. Primera vuelta cubierta. Tuve tiempo de ver cómo mi hija, que sería la juez de llegada, mostraba su absoluta parcialidad dando grandes saltos y profiriendo todo tipo de gritos de ánimo hacia mí. Anda, qué casualidad. La acompañante del rubio del Ferrari estaba con ella. Y también animaba mucho, me imagino que a su novio o marido, el pijo ese del microcoche ese de enésima mano. Y parecía que las dos se llevaban muy bien. No me extraña. Pues si esa tía era medianamente guapa – bueno, en este momento casi me parecía muy normalita y, encima, una tía muy creída -, mi hija mucho más…

Ah, qué bonito es ser padre…

Huy, perdón.

Comienza la segunda vuelta; los dos retrasados mentales que me preceden trazan la curva a izquierdas sin problemas y yo les sigo muy cerca. Me aplano en la bajada todo lo que puedo y me pego a la izquierda para trazar mejor que esos dos indeseables el ángulo de derechas de abajo. Y cuando estoy calculando que si, a partir de este momento, no tiro de frenos me voy a pastar al campo… en ese preciso instante un F18 de Torrejón me pasa por la derecha dándome un susto de muerte. Era el conocido asesino en serie Mendoza, que había finalmente arrancado su Cobra robada y no tenía otra ocupación mejor en su vida que hacer de Conan el bárbaro hasta el momento en que la bandera a cuadros – bueno, el pañuelo de mi hija, claro - cayese. El inventor del Alzheimer Mendoza cruzó la rueda al más puro estilo yankee, derrapó de ambas ruedas, redujo hasta primera como un perturbado – lo que es -, nos levantó las pegatinas a los tres, luego aceleró, empalmó marchas y el muy asesino de viejas millonarias nos dejó muy, muy atrás… Maldita sea. ¡Ojalá se caiga un pino y te abra la cabeza en este mismo instante! ¡Dios, ¿dónde está tu justicia?!

Los hijos de Satanás que nos seguían por detrás tampoco eran mancos. Una rápida ojeada por el rabillo del ojo me indicó que eran muchos y que venían todos muy juntos, como los indios. ¡Joooder, me perseguían como si les debiera dinero! Me miraban con un odio y una saña tremendos. Acierto a ver que el criador de ratas venenosas Manuelfrancisco está en el grupo. El rubio desteñido medio calvo también. Con esa pelambrera tan vistosa no necesitaba un casco de colores chillones para destacar su lugar en el grupo de sicarios del cártel de Medellín que se arrastraban como gusanos putrefactos detrás de nosotros.

Tenía que concentrarme en lo mío. En el tramo de bajada en el que estábamos ahora tenía que apurar muchísimo la segunda de mi Sport para que aguantara en tercera hasta lo más arriba posible del tramo en subida que estaba a punto de llegar. Comenzamos la subida y poco a poco mi motor comienza a bajas de vueltas. Entonces, en el momento en que tenía necesariamente que reducir a segunda, el hermano malo de Hitler, Chubasco, osó pasarme por mi derecha sobre su asquerosa Antorcha verde. Maldita sea. Ese hijo de su pastelera madre se había puesto tercero.

En seguida llegamos a la famosa curva de la alcantarilla. Mi ferviente deseo era que los más repulsivos hijos de la Gran Bretaña conocidos como Chubasco, Roesca o Lamoron se tragasen la curva y sus mierdas de motos se partiesen en dos con el boquete de la alcantarilla. Pero no hubo suerte. La Gimson de Vicente - famoso propagador del virus Ébola - estaba justamente sobre ella, y el muy nazi estaba gesticulando hacia nosotros para advertirnos de que evitáramos salirnos so pena de caer en la misma trampa en la que él había caído. Tenía los brazos raspados, las manos también, y el pantalón roto. Con un pañuelo totalmente colorado intentaba parar una hemorragia en la cabeza. De Katana y Dopragar no había rastro. Seguramente seguían en carrera, pero sin opciones, naturalmente.

No hubo suerte, pues, y todos evitaron la alcantarilla. Otro vistazo para atrás me mostró que el vomitivo grupito de detrás nos seguía como los galgos a las liebres del canódromo.

Otra vez a tope. Estamos en el curvone de izquierdas. El border-line Chubasco, líder en ese instante, estaba trazando la curva totalmente por el exterior y parecía que iba muy con el pincho. Su lastimosa Antorcha verde podrido estaba moviéndose como un flan, amenazando con salirse en cualquier momento. Sin poderlo evitar, el muy cobarde tuvo que cortar, y eso supuso que tanto Roesca como Lamoron (diseñadores a dúo de la solución final judía) y yo mismo le pasáramos sin piedad. Hala, majo, a la cola y a chupar humo, como los demás.

En la brutal frenada para el ángulo de derechas que da a la meta decidí poner en práctica lo que en su día le había enseñado a mi antiguo alumno Kevin Schwantz cuando le cobraba mil dólares la hora por mis clases allá en su rancho de Texas… Así, entré a saco en la curva sin importarme dónde estaban los demás. Menos mal que los lunáticos de Roesca y Lamoron se dieron cuenta y levantaron sus motos, pues, de no haberlo hecho, castañazo seguro para los tres. Pero qué leñe; eso no hubiera sido más que un “lance de carrera”.

Salí delante de ellos, eso sí, lleno de imprecaciones sin sentido por parte de los mencionados. Que si nos quieres matar, que si estás loco, que si en cuanto acabe esto te parto la cara… Bah, novatos de mieeerda.

Otra vez a tope con las marchas. Mi hija estalla de alegría al verme otra vez primero del grupo. Mi cara de loco y mis ojos inyectados en sangre no me permiten casi ni dirigirle una sonrisa. Allí seguía ella, fiel como nadie, dando botes y más botes para animarme. La rubia mal peinada – y, efectivamente, bastante gorda, culona total y con enormes granos – salta también como una loca de encerrar, sin duda para dar ánimos a ese defraudador de impuestos de peluca rubia que, sin duda, debe andar por ahí detrás, eso sí, viendo de lejos mi rueda trasera y tragándose mis piedrecitas.

Bueno, que me distraigo otra vez. Al grano.

Pilatos Mendoza y su Cobra habían pasado ya, pero tenía que dar una vuelta más.

Comienza la tercera y última vuelta. El nerviosismo es total. El corazón se me va salir del tórax y mi boca está más seca que las arenas del desierto. Cada vez estoy más cerca del merecidísimo premio.

Tras la meta, tomamos la curva a izquierdas y enfilamos la bajada hacia el ángulo, con los cuatro totalmente aplanados sobre nuestros cacharros. Me incorporo para frenar como un animal, entro coladísimo en el ángulo y salgo como puedo, con la Sport rugiendo pasada de vueltas en primera y con una vibración general muy preocupante. Pero me da igual. El premio tenía que ser para mí y no para ninguno de estos terroristas mal paridos que me seguían como una jauría… como una piara, mejor dicho.

Era líder al entrar en la curva mencionada, pero una trazada tan mala me lleva a tener que cortar para no salirme por la cuneta. Y como en este maldito mundo nadie regala nada ni nadie tiene compasión por los pobres, Jason y dos de la matanza de Texas me adelantan irremisiblemente. ¡Voy cuarto, y encima los adoradores del diablo del grupo asqueroso seguidor están otra vez pegados a mi rueda!

Todos nos aplanamos como posesos y empalmamos las marchas con toda nuestra brutalidad. Jolines con estos foreros perturbados de Amoticos… Les das un dedo y se toman el brazo, los muy canallas.

Ya vislumbramos la curva de la alcantarilla. El sádico robaperas Vicente sigue haciendo señales tan pronto nos ve para recordarnos que evitemos la alcantarilla. Su Gimson ya no está. La ha retirado al campo y ya no molesta a nadie. Lástima.

Tenía muy claro - como todos los demás, por supuesto – que sólo podíamos adelantar en esta curva o en el ángulo de meta. Y me imaginé lo obvio. Todos los demás eran auténticos “border line” y unos malparidos indignos de vivir ni un minuto más, pero eso no implicaba que no quisieran hacer lo mismo que yo, así que tenía que pensar en algo diferente… Sí, ¿pero qué?

En ese momento no me dio tiempo a pensar en nada, pues por nuestra derecha nos rebasó con un estruendo intolerable – por ello digno de ser inmediatamente confiscado y su piloto llevado inmediatamente al calabozo de existir justicia en España - el F18 amarillo de Mendoza el caníbal, quien, con una sonrisa burlona, acababa de tomar la cabeza de la carrera para nuestra desesperación.

El peligrosísimo esquizofrénico ese de Mendoza tomó primero la curva de derechas; el muy sidoso se permitió el lujo de sacar la pata izquierda para, con una cara de coña total, hacernos aspavientos con ella como diciendo: “- Eh, troncos, cuidado con la alcantarilla, niños…-” y luego seguir la carrera con la cabeza vuelta hacia nosotros, haciéndonos saludos con la mano izquierda y dando saltitos sobre el asiento.

Pero Satanás debió oír mis plegarias, porque el bendito Lamoron – que sin duda tenía las mismas palpitaciones que yo a juzgar por su cara desencajada – debió perder el escaso seso que aún quedaba en esa cabeza hueca y se tragó la curva, trazando como Dios le dio a entender, llevándose puesto al pobre Roesca – bueno, pobre, lo que se dice pobre, no; en todo caso desgraciado, como toda su familia, desde el momento en que me hubo adelantado -. Ambos, qué tristeza y cómo lo lamento ahora, quedaban descartados para el triunfo.

Entonces tan sólo quedábamos el pelamaíces de Chubasco y yo como los únicos posibles competidores contra Lucifer Mendoza, pues, aunque otros repugnantes foreros nos seguían casi a rueda - como el enano deforme del Ferrari robado y el desgarramantas de Manuelfrancisco -, yo estaba totalmente decidido a impedir que ningún hijo de mala madre de esos me pasara. Quizás Barrabás Mendoza tuviera buen corazón y decidiera no aceptar el premio… No sé. Antes de la carrera parecía un buen tío…

Y entonces ocurrió algo.

La justicia divina, que hasta entonces estaba tomándose un vermut en algún bar de la provincia de al lado, debió acordarse de que me debía muchíiiiiiisimos favores, así que abandonó su sestear y se presentó rauda ante mí, como era su obligación, faltaría más.

Primero, Chubasco el Iluminado falla estrepitosamente un cambio de marchas y pierde una posición ante mí. ¡Voy segundo! Y luego todo mi odio hacia ese asesino en serie de Mendoza fructificó. No sé muy bien cuál de de ellos, pero algún espíritu celestial acudió en mi ayuda.

El traficante de minas antipersona de Mendoza se creía que ya tenía la carrera ganada. Sólo estaba a 100 metros de la meta. Únicamente tenía que acabar el curvone a izquierdas, girar en el ángulo de primera y cruzar la meta, que estaba a unos 50 metros más allá.

Pero nunca llegó a realizarlo, porque el muy listo pagó muy cara su desfachatez ante sus compañeros de carrera que tan limpia, caballerosa y honradamente estábamos compitiendo contra él. Y es que, en su afán por hacer el chorra bastante antes de haber cruzado la meta, cometió el fatal error de inadvertidamente perder la trazada y salirse un poco por la cuneta. No mucho, la verdad; sólo unos centímetros. Pero tuvo la buena fortuna de… perdón, quiero decir, tuvo la mala fortuna… de meter la rueda delantera en una pequeña oquedad, hecho que le descolocó y que le cruzó la dirección. En su afán por recuperar el equilibrio, Vellido Dolfos Mendoza perdió aún más el control y se encontró en medio del campo. Allí le esperaba una preciosa roca afilada que le reventó el neumático delantero. Su porquería de carrera, gracias a Dios, había terminado.

Pobre Mendoza, pensé pese a todo. Había conducido de maravilla. No se merecía ese final. En fin, iré a consolarle cuando me den el banderazo.

Entonces las esperanzas de ser el dueño de la Gran Sport prometida por Kaezet me volvieron como un huracán, llenando mi cuerpo y mente de un deseo casi homicida de ganar como fuera. Volví a centrarme en la carrera. Miré muy rápidamente hacia atrás para conocer la situación de estos últimos cien metros. Alguien, sin que yo me hubiera dado cuenta hasta ese mismo momento, estaba justamente a mi rueda. No le reconocí en ese momento, tan fugaz fue mi vistazo. Chubasco el almohade era tercero; los demás, no sé muy bien cuántos eran, nos seguían, pero estaba claro que ya no tenían opciones.

Entonces decidí cerrar la puerta a mi desconocido seguidor y tracé el ángulo de derechas previo a la meta con ese ánimo. Por supuesto clavé los frenos, bloqueé la rueda trasera en dos ocasiones – menos mal que el motor volvió a enganchar sin problemas – y me lancé como un poseso hacia la victoria tan merecida.

Por el rabillo del ojo vi que Chubasco el destripaterrones se estaba pasando ampliamente de frenada por culpa de un impacto de una piedrecilla en el ojo, así que uno menos. Pero mi seguidor, el muy cavernícola, me seguía como mi sombra. Yo salí de la curva con el gas a tope, la pierna derecha extendida como punto de apoyo, la moto inclinada hasta su límite racional, el cuerpo ladeado hacia el lado izquierdo y con la vista fija en mi hija, que, pañuelo en mano, estaba dando más saltos que una gacela, animándome como una posesa.

Y cuando creía que ya nadie podría arrebatarme el triunfo, con horror sentí como un manillar me tocaba en las costillas. En ese momento la rueda delantera de una Bultaco 50 se había puesto a mi derecha y no sólo se ponía mi altura, sino que, como si fuese a cámara lenta, me adelantaba centímetro a centímetro, tenía la osadía de rebasarme sin que lo pudiera evitar y, sin haberme pedido permiso, me sacaba un palmo de ventaja… y lo mantenía.

Miré a mi odiado rival furtivamente. Le reconocí en el acto. ¿Cómo no iba a reconocerlo?

Maldita sea su estampa y toda su parentela.

¡El sicópata rubio ese deforme mal parido!

Yo estaba desencajado; él, en cambio, mostraba una tranquilidad sin límites. No parecía alterado o nervioso en absoluto De verdad parecía como si estuviese, no sé, echando gasolina o sacando brillo al depósito.

La meta cada vez estaba más cerca. Mi Sport ya no daba más de sí. Rugía pidiendo perdón por el castigo al que le estaba sometiendo; la pobre se estaba portando como nunca.

A unos 20 ó 30 metros más adelante, a la altura de la línea de meta, mi hija se desgañitaba al ver lo ajustado de la llegada. La muy obesa novia del asesino de peluqueros, que me seguía metiendo el manillar de su asquerosa Bultaco, no paraba de saltar como las focas del circo, lanzando al aire unos graznidos de ánimo insoportables que hubiesen hecho añicos cualquier vidriera.

Y entonces mi hija dio el pañuelazo de llegada.

Y el pañuelo cayó.

¿Y sabéis lo que os digo?

¿No?

Pues os lo diré.

Tomad muy buena nota.

MALDITO SEA TODO LO HABIDO Y POR HABER.

Malditos sean todos los muertos del presidente-fundador del Cretácico y del inventor de la Fanta.

Yo había llegado segundo.

Alguien me había ganado por un maldito palmo.

¿Alguien?

Un perfecto sacamantecas. Un muerto de hambre que había acudido a esta reunión con una porquería de Goggomobil y con una asquerosidad de moto que seguro era robada. Un forero infame, que con toda seguridad era el criminal más buscado por la CIA. Un forero asqueroso que – estoy seguro – sin duda era un peligrosísimo narcotraficante y envenenador de aguas. Un Atila, un sicario de Stalin. Un lanzador de bombas atómicas, un perista… Un individuo así ¡me había ganado!

Un forero al que en ese momento hubiese crucificado sin piedad. Un forero sarnoso al que hubiese empalado con saña. Un forero al que iba a enviar mañana mismo un inspector de Hacienda que conozco… Ese ser miserable, misógino, comedor de basura, explotador de obreros y mano derecha de Putin… Ese ser abominable sería el poseedor de esa Derbi 74 Gran Sport que en mis sueños ya era mía.

Maldito seas, condenado. Ahora tendré que ir y felicitarle encima… Y quizás hasta darle un beso al feto ese que ha venido contigo en esa porquería de Biscúter tuneado.

Puaggg. Tendré que lavarme la mano después. Y la boca de paso.

La vida, amigos, a veces es muy asquerosa y muy dura para algunos.

----------------------------------------------------------------------------------------------------

Y ahora, amigos, antes de continuar con el acto de entrega de trofeos, llega el momento de conocer a Paco el Chispas.







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Mensaje  Requeño 16/9/2012, 19:47

Madre mia tengo curiosidad de saber en que puesto acabo con la Rieju.
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Mensaje  Paufont 16/9/2012, 19:55

Buffff!! Esta carrera se ha vivido eeeeeh :bravy: Sin falta de ningun detalle y sensación identica a la de apurar la 49 jajajaja :gn:

Bueno... yo no estuve en el podium, pero nada... es que como los de delante levantaban mucho polvo se atascó el carburador, sino... hubierais visto, esa Antorchita mia se os come a todos :cejy: jajajajaja

Saludosssss y a seguir con ese relato asi de bien!!! _mkey :up:

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Mensaje  Mendoza 16/9/2012, 20:04

:bravy: :bravy:

Es un orgullo de compartir tan bonita carrera junto al PROTAGONISTA DUCALENSE y encima de todo compartir la 1ª linea de salida,tengo que decirte que para la próxima convertiré la Cobra en SUPERMOTARD :oki: ,ME HAS DICHO DE TODO EN TU RABIA DE NO QUERER QUE TE GANASE, pero me quedo con esta palabra: Lucifer Mendoza.

Eres un CRAK :coup: :coup: ,este relato cuando le tengas terminado se lo imprimiré para mi padre, que le gusta leer sobre motos, estoy seguro que le gustara mucho.

Sigo el hilo y te FELICITO de10 de10 de10 de10

SALUDOS
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Mensaje  Jorok 16/9/2012, 23:06

JO.....ERRRRRR ¡¡ vaya carrera !! si hasta siento el polvo en la boca.....

Esto que os pongo a continuación ya lo tenía preparado antes de la carrera; para que vieseis las motos, pero...

Después de haber " hablado " con el autor del post, Ducalense, y contar con su permiso, os pongo a continuación las fotos de las motos nombradas en el relato hasta ahora.
He buscado en primer lugar por los nombres de los foreros citados (en AMOTICOS por supuesto ) y he "cogido" las fotos de sus propios posts.Podreis ver que en algunos casos la moto en cuestión está restaurada y en otros sin restaurar.He leído casi TODOS los post de todas las marcas implicadas y en otros casos ha busacdo "fuera" de AMOTICOS; pero mas de un 95% de las fotos son de este foro.

Quiero pedir disculpas si a algún forero le he "cambiado" su moto, pero es que no soy muy entendido en estos modelos de pequeña cilindrada y si me envía o dice de donde sacar una foto de ella....la cambiamos y listo.

Agustín lleva la Ducati 48 Sport

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Álvaro con Derbi Antorcha a la que le ha colocado un cambio de cuatro marchas.

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 Wtx4cj

Pepe, con su Derbi Paleta de 65 cc

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 17g10w

Ahora estoy yo, DUCALENSE, con mi modesta Ducati 48TS

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 Rt0nif

Alberto con su Vespino blanco

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 143i6ma

Manolo con su Montesa 50

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 165but

Gaspar con la Ossita 50

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 11txw0w

Pablo con su Ossa 50 dos marchas

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 Bcv8l

Mendoza y su Cobra M82C.

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 2553ql2

Manuelfrancisco y su increíble Ducati 48 Sport estilo 24 horas.

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Serrano y su magnífica Antorcha roja. Edito y pongo foto enviada por Serrano; gracias.

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Katana y su Vespino Lujo S

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 300w2et

Requeño con su Rieju P3a.

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 4uuh3c

Vicente Martínez y su Gimson

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 Vreg5u

Roesca y su Puch Carabela

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 357rf43

Chubasco y su Derbi Antorcha verde

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 3304cr9

Dopragar y su Guzzi Serva,

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 35n7hy1

Lamoron y su Mobylette Rural 90.

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 B9dily

Mateico y su Rieju Confort 400

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Juan y su Dingo Sevilla II

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Delagh y su Impalita

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 34zyssm

Peragón y su Ducson

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Torrotfan y su Torrot TT50

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Josep - Derbi 65 GS

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Ferrari F 50 y Bultaco 50

Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 11rahy9

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ESTE SERA EL PREMIOOO ( POR LO VISTO, leído, PARA MENDOZA ¿NO?

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Aunque tal vez alguna reclamación.... jejejejejeje


Última edición por Jorok el 18/9/2012, 15:19, editado 1 vez
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Mensaje  Blaz120 17/9/2012, 09:06

El relato continua, por cierto ¿cuantos capítulos dices que hay?, espero que no menos de 300, que el libro tiene que tener varios tomos.
Continua, que esto esta cada vez más emocionante, imagino las polvaredas....
Un saludo
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Mensaje  Gufi 17/9/2012, 14:32

Juajajaja,juajajaaaaa me escarallo de risa de este capitulo, hay que estar muy bien de la cabeza para tener tanta inventiva ó estar como una pcabra.

Enhorabuena pasé un rato delicioso.
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Mensaje  Varianero 17/9/2012, 15:25

Ya tengo ganas de ver como avanza este relato. :cafy:

Saludos!!
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Mensaje  Rafafierros 17/9/2012, 19:51

:win2: :win2: :win2: Emocionante carrera...... Ahora hay que marchar sobre Madrid. ¿No?

Por cierto si Roesca hubiese montado un Bing 14 en su puchita otro gallo habría cantado. :amorocket:
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Mensaje  Marco 18/9/2012, 01:43

Jajaja, enhorabuena por este relato, me lo estoy pasando muy bien leyéndolo, de veras, sigue así, por cierto, para la próxima carrera mete a mi bobicross que esa Derbi me gusta mucho!! Twisted Evil Twisted Evil Twisted Evil

Un saludo!!!
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Mensaje  Ducalense 18/9/2012, 16:56

Capítulo 6: LA CONMOVEDORA HISTORIA DE PACO EL CHISPAS Y SU Derbi 74 Gran Sport.


Paco Lurán Martínez había nacido en 1954 en un pueblo pequeño y bastante pobre de la provincia de Murcia. Huérfano de madre desde la infancia, sólo tenía un hermano un año menor que él, que se llamaba Ismael. Los dos se adoraban. Siempre habían estado muy unidos. No conocían el egoísmo. Su padre – don Julián - era un hombre sin educación escolar, pero ciertamente el típico ejemplo del español de la posguerra: trabajador, sufrido, resistente a todo, generoso, honrado, buena persona… Los dos hermanos habían tenido tan buen ejemplo en él que la cosa no podía sino resultar en algo simplemente excelente.

Un buen día el padre de ambos decidió, a la vista de que le había tocado una quiniela de 13 bastante bien premiada, que le iba a comprar a su hijo mayor, que acababa de cumplir los 16 años, una moto, algo que era la gran ilusión de su vástago mayor. El padre había pensado en una Mobylette, que era la motillo más habitual del pueblo. Quiso mantenerlo en secreto para darle una sorpresa. Afortunadamente para Paco, una indiscreción de su padre ante el carnicero le permitió conocer el plan. Paco sintió una sacudida de alegría - ¡iba a tener una moto! - Pero en aquellos años Ángel Nieto era el ídolo de la juventud motorizada de nuestro país y así, Paco, tras un par de convincentes charlas con su padre, le convenció sin mayores problemas de que su gran ilusión no era una Mobylette, sino una Derbi 75 cc Gran Sport. Le enseñó el Motociclismo que traía la prueba – prueba que Paco y su hermano habían leído y releído mil veces – y le convenció.

- ¿Es esta la que quieres, hijo? Yo había pensado que…
- No, papá. Muchas gracias por la alegría que me has dado, pero mi gran ilusión es esta Derbi. ¿Sabes? La tienen en la tienda del pueblo de al lado. ¿Quieres que vayamos a verla?
- No hace falta, hijo. Si tanto te gusta… pues adelante con ella.
- ¡Gracias, papá!

Don Julián, viendo que el mayor coste de la moto que su hijo quería podía ser asumido sin mayores problemas, cuando Paco cumplió 16 años y un mes exactamente, padre e hijos celebraron el aprobado del carnet de moto de Paco, el ansiado A1, con una visita muy productiva al concesionario Derbi ese mismo día, el cual tenía en su escaparate una bellísima Derbi 74 Gran Sport roja desde hacía tres meses. Los dos hermanos habían pasado horas y horas extasiados ante ella. Tanta era su afición e ilusión que no les importaba caminar, a veces hasta tres veces por semana, hiciera frío, lluvia, nieve o calor, los ocho kilómetros que separaban ambos pueblos. Los dos hermanos juraron que aquella bellísima maravilla de la fábrica de Martorellas, que silenciosamente esperaba que alguien la sacara a rodar por las carreteras de España, algún día sería de uno de ellos.

Paco siempre fue muy generoso con su hermano pequeño Ismael. La orfandad y las privaciones, así como el magnífico ejemplo que su padre les daba todos los días, les había unido a sangre y fuego para toda la vida. Así, como no podía ser menos, Paco compartió con su hermano pequeño no solo todo el preludio de la compra de la moto, sino luego la compra en sí y el disfrute posterior. Ismael estaba entusiasmado y absolutamente feliz con el nuevo miembro de la familia. Aunque no tenía edad reglamentaria para sacarse el ansiado carnet A1, ayudaba a Paco a tener la moto limpia como una patena y a punto en todo momento. Ambos compartieron muchas horas de trabajo y diversión sobre la 74 GS. Aquello no sólo les hizo más felices a ambos, sino que sirvió para reforzar, si cabe, aún más sus lazos de amor fraternal. Paco insistía en que lo más importante era primero hacer un rodaje perfecto de 2000 Km. Luego le enseñaría a conducirla una vez que el mismo estuviera realizado. Pero su casa lindaba con un muy transitado cuartel de la Guardia Civil, así que Ismael, cuando probaba la moto de su hermano sin carnet, tenía que andarse con sumo cuidado para que ningún agente le pudiera sorprender.

Finalmente llegó el día en que Ismael cumplió también los 16 años. Su padre, viendo a los dos hermanos tan unidos y tan felices como consecuencia del buen uso que hacían de esa pequeña maravilla y de lo bien que hablaban de ella, decidió romper la caja de sus modestos ahorros y, dándole la gran sorpresa el mismo día de su cumpleaños, Ismael se encontró con que a la puerta de su casa había otra flamante Derbi 74 GS, roja también, idéntica a la de su hermano… Eso sí, con la condición de que únicamente la condujese cuando aprobase el carnet. Dicho y hecho; Ismael lo tenía en su mano cuatro larguísimas semanas después.

Ismael fue el chico más feliz del mundo durante los siguientes meses. Pronto los dos hermanos recorrieron juntos todas las carreteras de su provincia y limítrofes a lomos de sus magníficas Derbi.

Llegó el día en que Ismael cumplía 18 años. Paco pensó que su hermano se merecía un regalo muy especial. Aunque el casco no era obligatorio por entonces, el sentido común de ambos hermanos les llevó a utilizarlo cuando rodaban por las carreteras comarcales. Sus pequeños recursos económicos no les permitía más que unos modestos Climax. Por ello Paco tiró de sus escasos ahorros – todo fuera por su hermano pequeño - y le compró un integral AGV, marca que era la del campeonísimo italiano Giacomo Agostini, a quien nunca habían visto en acción ni siquiera por televisión, pero al que ambos admiraban fervientemente tras la lectura minuciosa de cada Motociclismo cada mes desde que eran niños.

Para ese día tan especial su padre y él le prepararon una pequeña fiesta de cumpleaños; Los regalos serían el AGV integral y, por parte de su padre, una camiseta con una foto de Ángel Nieto sobre la Derbi 50 de Gran Premio. Todo estaba preparado para cuando Ismael viniese de trabajar. La mesa estaba puesta, la tarta con velas y el vino especial para la fecha también. La camiseta estaba pulcramente doblada encima del plato y el radiante AGV tomaba posesión de la silla habitual de Ismael.

Pero a Paco, pese a estar emocionadísimo con la fantástica sorpresa que le iban a dar a su hermano, no le pareció adecuada esa puesta en escena tan simple.

- Papá: ¿sabes lo que te digo?
- ¿Qué, hijo?
- Que Ismael se va a llevar una gran alegría, pero… Podíamos hacerlo mucho mejor.
- ¿Mejor? ¿Te parece poco lo que…?
- No, no, papá. No es eso. Me refiero a que podemos hacer las cosas de otra manera. Verás. Por supuesto que le va a gustar tanto el casco como la camiseta, pero esto merece darle más chicha al asunto.
- ¿Chicha? ¿Quieres que compre unos pasteles?
- No, hombre, no. Qué cachondo eres, papá. Mira, me refiero a que nuestros regalos deben estar en un ambiente de motos…

Su padre le miraba sin comprender.

- Sí, mira. Se me está ocurriendo que podía meter su moto aquí en el salón y que, al entrar, la viera con el casco sobre el depósito y tu camiseta desplegada sobre el asiento… ¿Qué te parece?

Don Julián, que no podía negarle nada a cualquiera de ellos, se encogió de hombros y sonrió.

- Muy bien, hijo. Si esto te hace feliz…
- Sí. Ya sé lo que vamos a hacer. Mira, voy a traer su moto y la voy a dejar aquí en el salón. Tú trae la camiseta.
- Bueno, muy bien. ¿Pero no nos pillará tu hermano?
- No sé. ¿Qué hora es?
- Las tres. Estará a punto de venir.
- Es verdad. Bueno, pues si aparece habrá que distraerle de alguna manera para que podamos preparar la cosa.
- ¿Y qué has pensado, hijo?
- No sé. Cualquier cosa se me ocurrirá.

Justo en ese momento Ismael entraba por la puerta principal. Paco salió como un rayo hacia él. Le abrazó lleno de energía, intentando que no entrara más a fin de que no pudiera ver los regalos en el salón.

- ¡Isma, felicidades otra vez, chavalote!
- Gracias, Paco, muchas gracias. Oye, ¿está papá? Tengo un hambre… Qué, ¿comemos ya?
- Hola, hijo. Aquí estoy. Muchas felicidades también. ¿Qué tal estás?
- Pues bien, papá, pero cansado. Menuda mañanita hemos tenido… Oye, Paco, déjame pasar, hombre. Vamos a comer ya, que tengo que volver pronto al curro…
- Pues verás, Ismael – dijo Paco -. Le tienes que hacer un favor a papá. Esta mañana, bueno, hace unos veinte minutos o así, ha estado en el cajero y cree que se ha dejado la tarjeta puesta. ¿Te importa ir a ver si todavía está allí? Por favor…

Don Julián sonrió para sus adentros. Qué astuta era la ocurrencia de Paco. El cajero estaba a cinco calles de la casa, así que ir a recuperar la tarjeta y volver suponía tiempo suficiente para realizar el nuevo plan.

- Mira que eres despistado, papá. En fin, vuelvo en seguida.
- Gracias, hijo. Voy calentando la comida.
- Hasta luego, papá.

En cuanto Ismael desapareció por la primera esquina, Paco corrió hasta el garaje. Allí descansaban las dos Gran Sport, ambas impolutas, brillantes, cuidadas y mimadas como si fuesen las joyas de la corona británica. Su propia moto tenía 4579 Km en el cuentaKm; la de su hermano marcaba 2031. El rodaje de esta nueva moto – tan cuidadoso y bien llevado como el de su propia moto – había acabado. Cogió la de su hermano – eso sí, antes le endosó un sonoro beso a la suya propia en el depósito – y la sacó a la calle. Luego la metió en la casa a través de la puerta principal y la aparcó convenientemente en el comedor.

- ¡Papá, la camiseta…!
- Aquí está, hijo. Toma, desdóblala tú y ponla como quieras.
- Sí, mira. La despliego sobre el asiento para que pueda ver a Nieto desde la entrada. Y el casco… aquí. Ojo, papá, que puede caerse. Ten cuidado.
- No te preocupes, que no lo voy a tocar. Oye, me gusta mucho tu idea. Creo que tu hermano se va a llevar una gran sorpresa.
- Eso espero…

El padre sonrió abiertamente y por dentro vibró de alegría. Qué dos hijos tenía. Eran magníficos: buenas personas, honrados, trabajadores, cariñosos, se llevaban de maravilla… Qué consuelo para una pérdida tan dura como la muerte de su mujer cuando los niños daban ya sus primeros vueltas en bicicleta.

- Ya está todo listo, papá. ¿Y la comida?
- En seguida estará, hijo. Ya está al fuego.

Paco y su padre abrieron unos botellines, se sentaron a la mesa y esperaron..

Pero… Ismael nunca vino. Cuando empezaban a impacientarse, un guardia civil del cuartel apareció en la puerta con la cara totalmente demudada. Era el comandante del puesto. Conocía perfectamente a la familia.

Y prefirió no andarse con rodeos. Y les contó directa, lisa y llanamente lo que había pasado…

Ismael había sido asesinado por un yonqui del pueblo vecino que pretendía robar a punta de navaja a una mujer, la señora Lucía, que acababa de sacar dos mil pesetas del cajero automático del banco del pueblo. Según un testigo presencial, Ismael – sin duda movido por su generosidad y valentía -, intentó evitar el atraco. Pero el yonqui, preso de un terrible síndrome de abstinencia, le asestó una puñalada en el estómago y otra en el corazón. Ismael murió casi en el acto.

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El asesinato de su hermano sumió a Paco en una depresión de la que tardó varios años en salir, pues ni a él ni a su padre, ni a nadie de sus amistades y conocidos, se les pasó siquiera por la cabeza la posibilidad de acudir a un profesional de la psiquiatría. Y es que en aquellos años muchas enfermedades mentales simple y llanamente no eran tratadas por profesionales. Durante un larguísimo período de tiempo Paco perdió todo el interés por la vida. Se sentía culpable de lo que le había pasado a su hermano. Si no hubiese planeado esa tontería – así pensaba él - de haber metido la moto en el salón para darle una sorpresa – estúpida, pensaba él -, su hermano no habría ido al cajero y el drogadicto no le hubiese asesinado. Preso de una desesperanza sin límites, y ya sin capacidad para derramar más lágrimas, no sólo abandonó sus estudios de FP y su trabajo, sino que también rompió con sus amigos, se aisló del resto del mundo y se sumergió en un profundo abismo, teniendo muy serios y continuados deseos de poner fin a su vida, preso sin solución de una crisis terrible que le mantenía en un infierno en vida. Lo único que mantuvo de su vida hasta entonces fue la pareja de las Gran Sport, las cuales seguían teniendo en sus cuentakilómetros las mismas cifras que marcaban aquel fatídico día. Cuando se sentía con un poco de ánimo – raros momentos en su vida de entonces – arrancaba las dos motos, les hinchaba las ruedas y les quitaba el polvo por encima, pero todo siempre dentro del garaje de su casa del pueblo o a lo sumo en la acera, siempre esquivando la mirada inquisitorial del guardia civil de la puerta del cuartel de al lado. A causa de la infinita tristeza interior había perdido toda la ilusión por volver a montar en moto.

Un día, muchos años después del asesinato de su hermano y algún tiempo después del fallecimiento de su padre, cuando ya parecía que su larguísima depresión había desaparecido para siempre, un vecino, un buen amigo que conocía con detalle la historia del quinteto, le ofreció comprarle las dos motos.

- Pues no sé qué decirte, Jesús. Tengo mucho cariño a las dos. Mi Gran Sport es la única moto que he tenido en mi vida. Y la de mi hermano es el mejor recuerdo que tengo de él. Nunca la vendería. Tampoco vendería su AGV.
- Lo entiendo, por supuesto. Pero piénsatelo bien. Si quieres me conformo con una. La que tú me digas. Me da igual una que otra. A fin de cuentas son idénticas.
- No sé, me pones en un compromiso y no me gusta tener que decirte que no, Jesús.
- La que quieras, Chispas. Y, por ser tú, te la pago bien.
- Hmmm…

Esta conversación y otras similares tuvieron lugar decenas de veces. Paco seguía sin dar su brazo a torcer. A fin de cuentas las motos no le costaban nada económicamente – no pagaba ni el impuesto de circulación – y, aunque no estaba sobrado de dinero, su trabajo como hombre-para-todo en la construcción le daba para vivir con cierta holgura, sin grandes lujos ni caprichos. Podía mantener la casa heredada de su padre y hasta tenía unos ahorrillos en la Caja de Ahorros del pueblo. Así pues, ¿qué necesidad tenía de vender sus recuerdos?

Pero un mal día todo se le vino abajo otra vez. Una sucesión encadenada de desastres le llevó nuevamente a la desesperación.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------

Para empezar había caído en la trampa que Alberto, el nuevo y joven director de la Caja de Ahorros, tendió a todo el pueblo: las terriblemente famosas acciones preferentes. El tal Alberto era todo un dechado de simpatía. Era alto, apuesto, atractivo, delgado, siempre bien vestido, perfectamente peinado y extremadamente educado en todos sus gestos y palabras. Muy pronto se metió en el bolsillo a la mayoría de la población del pequeño pueblo, empezando por las chicas jóvenes, quienes cayeron irremisiblemente enamoradas ante la novedad que su presencia en este sencillo y aburrido pueblo supuso. Luego siguieron sus madres, quienes pensaron que Alberto sería un yerno magnífico. Luego cayeron cautivados sus padres, que pensaron que un joven tan notable a la fuerza tenía que poseer todas las buenas cualidades del ser humano.

Cuando Alberto comenzó su campaña para captar los fondos de los incautos habitantes del pequeño pueblo hubo colas ante su propio despacho para firmar aquellas promesas de enriquecimiento seguro y garantizado que la Caja ofrecía cual nuevo regalo de Dios a la Humanidad. Y entre los que confiaron todos sus ahorros a la Caja estaba Paco.

A la vez, casi sin darse cuenta, el trabajo en la construcción empezó a ir cada vez peor. Paco, como tantos otros españoles, dependía de ella. La burbuja inmobiliaria estalló y Paco, como miles y miles de autónomos y trabajadores, se encontró de repente en el paro. Y empezó a escasear el dinero, por lo que tuvo que aceptar trabajar para el Ayuntamiento del pueblo, que tenía fama de pagar tarde y muy mal, o simplemente de no hacerlo. Pero como Paco no quería tocar sus ahorros, que seguramente serían ya el doble de lo que metió, aceptó trabajar para la Casa Consistorial confiando en que el nuevo alcalde fuese como debe ser una persona.

Terrible error. Cuatro meses después de haber acabado la nueva instalación de electricidad del Ayuntamiento, el nuevo alcalde decidió, simplemente, no pagarle tampoco. Paco se desesperó. Sus gastos diarios eran los mismos de siempre – bueno, todo era cada vez más caro -; él había trabajado como un chino, lo había hecho perfectamente y hasta el jefe de obras le había felicitado por su eficacia… ¿Y no iba a cobrar? Cuando intentó protestar ante el regidor se dio cuenta de que este tipo era tan incompetente como el anterior. O incluso peor, pues había contratado no uno, sino ¡dos! guardaespaldas, que pronto fueron su sombra día y noche. Dos tipos bastante malencarados que, desde el momento de su contratación, aseguraron la impunidad y el aislamiento total de su nuevo jefe.

Pero casi simultáneamente pareció que la suerte volvía a estar de su lado. En un pueblo de la provincia de al lado, aunque a 63 Km de distancia, se estaba levantando una mansión impresionante sobre los escombros de una vieja granja de pollos. El proyecto, que estaba bastante avanzado, era faraónico. Casoplón de tres alturas, diez cuartos de baños, veinte habitaciones, tres salones, garaje para cuatro coches, dos piscinas, circuito cerrado de TV, alarmas… Su nombre era muy imaginativo: “La Ponderosa”. El presupuesto era de varios millones de euros. Paco acudió como loco a ver si le daban trabajo cuando se enteró de que el anterior electricista había tenido que dejar el trabajo repentinamente por algún tipo de enfermedad que nadie le supo explicar. Y lo consiguió, pues su buen nombre como profesional de la construcción le precedía.

El contrato que firmó con el jefe de obra era criminal, pero era lo que había. Ya se lo dijo el primer día:

- Mira, Chispas – así es como te llaman. ¿no? - Esto es lo que hay. Si no lo quieres hay un polaco y un rumano que harían lo mismo que tú a mitad de precio. Y además de la electricidad tendrás que echar una mano donde hagas falta. Descargar camiones, ayudar a los albañiles, pintar, instalar la verja… Porque me han dicho que tú sabes hacer de todo, ¿no?

Paco asintió y aceptó. Estaba claro que le iban a sacar hasta la última gota de sudor. Pero no estaba en condiciones de imponer su opinión ni discutirle al jefe.

Para cumplir con el plazo de entrega tendría que, además de desplazarse hasta tan lejos pagándose todo el gasto de transporte de su bolsillo, trabajar diez horas diarias seis días a la semana durante 3 meses. Cobraría 650 euros al mes únicamente. Pero si la obra estaba acabada totalmente en ese periodo de tiempo, entonces le remunerarían con 9000 euros.

- Pero sólo si se cumple el plazo, ojito, Chispas y los demás que me estáis oyendo.

El fantasma del paro, ya convertido en realidad cruda y despiadada, llevaba tiempo copando las portadas de todos los periódicos todos los días. O eso o el hambre. Y el Chispas aceptó – que no firmó - este trato con resignación. Pero también con determinación positiva. Él era muy bueno; lo había sido siempre y lo iba a demostrar nuevamente.

Los tres meses pasaron volando. Paco y los demás se habían dejado la piel y se pudo cumplir con el tiempo previsto. Habían cumplido perfectamente con su parte.

Pero cuando llegó la hora de cobrar la indemnización prometida allí no apareció nadie. Bueno, alguien sí apareció: el presunto dueño de la mansión. Pero nadie pudo ni verle la cara. Se encerró a vivir en ella, conectó las alarmas, cerró la altísima verja, soltó varios Doberman por el jardín… y Paco y los demás se quedaron a dos velas y sin cobrar. Lo único que consiguieron fue la brevísima aparición, en una única ocasión, de un joven engominado y con gafas oscuras que, siempre parapetado tras la verja, se dirigió a los obreros concentrados ante ella diciendo que “si tenían algo que reclamar, que fuesen a los tribunales”.

Mientras la indignación de sus compañeros clamaba por pegarle fuego a la casa si lograban llegar hasta ella, Paco, nada amigo de la violencia, recordó que aún tenía algunos ahorros en la Caja. Paco tenía que pagar una deuda muy importante. A raíz de un terremoto de intensidad media baja de la zona se había desplomado el techo de dos dormitorios de su casa y de parte del salón. También debería reponer el suelo en toda la casa, reparar algunas humedades, la lavadora estaba en las últimas, la televisión no funcionaba y su viejo Megane ya tenía 280.000 kilómetros. Dado que del Ayuntamiento no cobraba y que el sinvergüenza de la mansión le había explotado y robado vilmente, la única salida que le quedaba para seguir adelante era recuperar su dinero.

Cuando entró en la Caja de Ahorros – hacía seis o siete meses que no la visitaba, pues no había necesitado ningún servicio bancario - se sorprendió de no ver ninguna cara conocida. En esa pequeña sucursal sólo había tres empleados: Alberto y dos chicas jóvenes que venían de la otra punta de España. Pero ahora no estaba ninguno de esos tres mencionados. En su lugar había dos chicos muy jóvenes trajeados con aspecto de estar muy nerviosos – quizás es porque era su primer empleo, pensó Paco caritativamente – y un hombre de más edad – unos 55 años, calculó Paco – con aspecto de querer mantener las distancias en todo momento y sin querer casarse con nadie. Este hombre de fino bigotillo y pelo corto y rizado, malencarado y ciertamente repulsivo, sin duda era, el sustituto de Alberto. Su rostro, sin saber Paco aún por qué, reflejaba irritación, malas pulgas y mucha soberbia. Cuando hablaba nunca miraba a los ojos. No era un tipo agradable.

- Buenos días. ¿Está Alberto?
- Buenos días. No, Alberto ya no está. Yo le sustituyo. ¿Qué desea?
- Bueno, tengo aquí mis ahorros y quería retirar la mitad.
- Pase a mi despacho, por favor.

Los dos pasaron dentro.

- Dígame su DNI, por favor, don…
- Paco. Aquí tiene usted.
- Por favor, tome asiento.
- Gracias.

El nuevo director leyó los datos del DNI, tecleó algo en el ordenador y se quedó mirando fijamente la pantalla durante un buen rato, con la cara totalmente seria y sin pronunciar más que “Acciones preferentes… Ya”. Tras una espera que empezó a poner nervioso a Paco, el director anotó un número bastante largo en un papelito, se levantó con él en la mano, se dirigió al armario empotrado de un lateral de su despacho y localizó un expediente que tenía ese mismo número en la portada.

Luego le dejó en la mesa ante sí y abrió la puerta del despacho. Asomó la cabeza y dijo:

- Juan, Víctor. Entrad y aprended.

Y los dos chicos entraron. Irradiaban nerviosismo. Tampoco miraron a los ojos a Paco. El director se sentó en su butaca, enfrente de Paco.

- Bueno, don Francisco. Aquí está su expediente. Verá, le voy a enseñar algo. ¿Es ésta su firma al final del documento?

Y volteó el expediente para que Paco lo viera.

- Sí, es mi firma. ¿Por qué?
- Lea usted aquí, haga el favor.
- ¿El qué exactamente?
- Este párrafo…

Y Paco leyó: “El abajo firmante recuperará el total del capital ingresado más los intereses devengados que el depósito haya generado, el día treinta y uno de diciembre de dos mil ciento doce…”

El párrafo estaba perdido en medio de otros doscientos artículos más, cada uno más ininteligible que el anterior. El expediente constaba de quince folios. Y la fecha, obsérvese, estaba escrita en letra, no en números.

Paco pegó un bote en su silla.

- ¿2112? Pero eso es dentro de un siglo. Esa fecha está mal…
- Me temo que no. Mire aquí.

El director pasó dos hojas y le señaló otro artículo más perdido en la inmensidad del expediente:

- “La fecha mencionada anteriormente, treinta y uno de diciembre de dos mil ciento doce, supondrá el día en que todas las obligaciones contractuales entre ambas partes queden definitivamente extinguidas por el acuerdo mutuo aquí firmado por ambas partes…”

Paco sujetaba el expediente con temblores en las manos. Los ojos se le estaban saliendo de sus órbitas y su boca se quedó instantáneamente seca.

- Pero, pero…
- Y esa fecha aparece hasta tres veces más en el documento que usted ha firmado.

Paco no podía articular palabra. El temblor pasó de las manos al resto del cuerpo.

- Pero, pero...
- Lo lamento mucho, Don Francisco. Esto es lo que usted ha firmado.

Y el nuevo director cerró el expediente, juntó las manos, cruzó las piernas y los dedos, se reclinó en su butaca y se quedó mirando al cuadro de la pared que estaba detrás de “Don Francisco”.

Paco, que siempre había sido un hombre muy pacífico y jamás había reñido con nadie ni participado en peleas, sintió que la sangre le explotaba en el corazón. Una ráfaga impresionante de un calor infernal se apoderó de su cuerpo. Un odio brutal e incontrolable le invadió. Pegó un salto en su silla dispuesto a agredir a ese fulano que con tanto desprecio e indiferencia le estaba demostrando cómo había sido engañado vilmente por el tal Alberto y la Caja de Ahorros de su propio pueblo.

Pero apenas pudo incorporarse en su silla para agredir al director, porque cuatro manos, dos en cada hombro, se lo habían impedido con mucha energía. Paco miró alternativamente y lo comprendió. Eran los dos jóvenes de la oficina. Ambos tenían las caras desencajadas. No habían entrado para aprender. Eso lo decían delante del cliente para que no hubiese sospechas. Estaban ahí para evitar que la gente como Paco volcase su ira sobre el director.

En ese momento un hombre irrumpió en el despacho. Paco giró la cabeza y le reconoció. Era Laureano, el cartero. Su cara estaba totalmente roja de ira.

- ¿A ti también te han robado estos hijos de pu**, Paco?

Los dos jóvenes le soltaron e hicieron frente al cartero. No les fue difícil, pues Laureano era muy menudo. Se produjo una situación de enorme tensión. Paco miró a los dos chicos. Ambos estaban temblando. Sintió pena por ellos. Estaba muy claro que los habían contratado para evitar que al nuevo director le sacudieran. Parecían dos recién licenciados. Obviamente su trabajo no era ese. No podía serlo jamás. Pero seguramente a ellos… bueno, nada de seguramente: CON TODA SEGURIDAD también la Caja de Ahorros les había burlado. Pero el que no le dio ninguna pena fue el director. El asco invadió a Paco. ¿Cómo podía prestarse a semejante asunto?

Laureano, viendo que los dos jóvenes le impedían el paso, miró a su alrededor, cogió una estatuilla de un estante, la estrelló contra el suelo y se encaró con el director desde la distancia que los dos jóvenes le permitían.

- ¿Qué? ¿Cuánto os pagan por ser tan hijos de pu**? ¿Y mi dinero, coñe? ¿Dónde está mi dinero, so cabrón? ¿Tú también te vas a ir a vivir a La Ponderosa, cacho desgraciado?

El aludido no respondió. Siguió sin mirar a nadie a los ojos.

- ¿La Ponderosa? – dijo Paco -. ¿Pero qué tiene que ver con esto, Laureano?

- joer, Paco, ¿es que no lees la prensa ni ves la tele? ¿Es que no sabes que esta pu** Caja ha quebrado por ¡ROBOS! a gente como tú y como yo? ¿Y que el hijo de pu** que la presidió se ha marchado con una indemnización de once millones de euros y, entre otras, se ha hecho la horterada esa de “La Ponderosa”?

Paco abrió la boca como un pez. No sabía nada de esto. Laureano tenía razón. El era feliz sin leer la prensa ni ver el Telediario. Total, no había más que malas noticias, así que, ¿para qué preocuparse?

La discusión se acabó en ese momento. Tres guardias civiles de la Casa Cuartel del pueblo, sin duda advertidos por algún tipo de alarma silenciosa, irrumpieron en el despacho, sacaron con determinación a Laureano y a Paco de la habitación y les pidieron educadamente que se fueran de allí inmediatamente.

Así lo hicieron ambos, no sin antes echarle una mirada muy, muy profunda de odio, del mayor odio que nunca jamás un hombre pudiese sentir, hacia el nuevo director, un ser absolutamente detestable que únicamente en ese momento se dignó mirarles a los ojos desde su posición, inmutable, como ajeno a lo que estaba pasando.

Desde luego, si las miradas matasen Laureano y Paco estarían condenados a cadena perpetua. Pero el nuevo director, el presidente de la Caja y el tal Alberto serían pasto de los buitres y de los gusanos para toda la eternidad.

Uno de los guardias civiles se dirigió a Paco apenas salieron del local. Ambos se conocían de vista. Era un joven muy alto, atlético y de mirada franca. Parecía un buen tipo. Se dirigió a Laureano y Paco en voz intencionadamente alta: “Lamento haber tenido que cumplir con mi trabajo. A mí también me han dejado sin los ahorros que tenía para comprarme una casita en Mérida”.

Esto fue recibido nítidamente por el fulano de la Caja.

Pero no se inmutó.

Frunció los labios con desprecio, se dio media vuelta, entró en su despacho más estirado que un pavo real y cerró de un fortísimo portazo.



Última edición por Ducalense el 18/9/2012, 16:59, editado 1 vez
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Mensaje  Ducalense 18/9/2012, 17:01

Capítulo 7: EL INTENTO DE SUICIDIO.


El pobre Paco estaba totalmente desolado. La empresa que le había reparado la casa le urgía al pago y le amenazaba con el embargo. Pese a que la caída del techo se había debido a un terremoto que dejó numerosos daños a muchas viviendas del pueblo, las prometidas ayudas del Gobierno nunca llegaron. Así que Paco se vio obligado a aceptar la oferta de su vecino Jesús. Con harto dolor de su corazón tendría que desprenderse de una de las dos 74 Gran Sport. ¿De cual de ellas? La suya era suya; le recordaba su juventud, le recordaba a su padre y también a su hermano. Le recordaba las tardes y tardes de felicidad que ambos habían pasado juntos, bien pilotándolas, bien cuidando de ellas como si de un bebé se tratara. Todo eso pesaba mucho a la hora de la decisión. Pero la de su hermano pequeño también era algo de lo que no quería desprenderse. Esa moto y el casco AGV del día de su asesinato eran los recuerdos más intensos y notables que quería conservar de él.

Finalmente decidió vender su moto. Aunque seguía pareciendo salida de la fábrica – salvo por el polvo acumulado tras algunos años de práctica inactividad- , tenía más Km que la otra. Vender su propia moto significaría poder conservar la de su hermano Ismael, de quien se acordaba con mucha frecuencia y cuyo recuerdo le dolería toda la vida, pues, pese al tiempo pasado, el sentimiento de culpabilidad le martirizaría hasta su último aliento.

- Oye, Jesús. Te voy a dar una noticia. Te vendo mi moto.
- ¡Qué alegría me das! ¿Cuándo me la puedo llevar?
- Pues cuando quieras. Bueno, hace uno o dos meses que no las arranco, así que, si no te importa, dame un par de días para que la limpie y te la deje a punto.
- Ya sabes que te compro las dos…
- No, Jesús. La moto de mi hermano se queda en casa…
- Lo comprendo. Bueno, ¿pues cómo lo hacemos?
- Muy fácil. Hoy es jueves. Yo creo que puedo trabajar con ella el sábado o el domingo por la mañana. El lunes quedamos después de comer. Pásate y te invito a café y copa. Yo habré llevado por la mañana los papeles al gestor. Tú me pagas y todo tuya. ¿Te parece?
- Perfecto, Chispas. Te doy cien mil pelas. ¿Hace?
- Sí. Me parece bien. Ya sé que la vas a cuidar.
- Por supuesto. Oye, ¿saldremos a dar vueltas juntos?
- No creo, Jesús. Las motos no tienen seguro y estoy fatal de pasta… Además no estoy bien de ánimo. Todo me sale mal. No me apetece ni montar en moto…
- Sí. Ya he visto lo de tu casa. A la mía no le pasó nada, pero a la de mi vecina la Juliana se le cayeron el granero y el gallinero cuando estaba dentro. Menos mal que sólo se rompió una muñeca.
- Ya, pobre mujer. Bueno, pues quedamos en eso. El lunes vienes por casa, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, amigo. ¡Cuídame la Derbi, chaval!
- Eh, que todavía no es tuya… Hasta luego, Jesús.

Y el domingo por la mañana se puso manos a la obra. Con todo el cuidado del mundo quitó el candado a su Gran Sport, la colocó en el centro del garaje, cogió un cubo, una esponja y un cepillo y en media hora escasa la Derbi relucía como nueva. Una pasada con trapos limpios secaron en un periquete los cromados y la pintura. El depósito estaba casi lleno. Así se lo dejaría a Jesús. Era un buen tío y no le iba a racanear en eso.

Ahora tocaba poner la moto en marcha. Paco recordó que en la última ocasión que arrancó la moto ésta había tenido – cosa muy poco frecuente – alguna explosión falsa. Como su deber era dejarle la moto a Jesús en perfecto estado, Paco pensó que sería buena idea limpiar la bujía antes de arrancarla. Y así lo hizo. Parecía estar bien; su color era el habitual y, quitando esos pequeños rateos de la última vez, no tenía por qué fallar. Paco volvió a montarla y abrió la puerta del garaje. Era el momento de la prueba.

Paco asomó la cabeza con cuidado. Eran las once de la mañana. No había nadie en la calle. Miró hacia el cuartel. Todo estaba en calma. No se veía a ningún agente en la puerta. Bien. Podría salir sin ser visto ni molestado.

En frente de la casa de Paco y del cuartel había un descampado en forma de bañera del tamaño de un campo de fútbol pequeño. Tenía la ventaja de que, apenas se acababa la acera, había un desnivel en cuesta abajo de no mucha pendiente que llevaba a la gran planicie inferior, zona ciertamente amplia desde la cual el cuartel no se veía. Por lo tanto tampoco los guardias civiles le verían a él cuando arrancase la moto allí abajo. Allí había muchos matojos, escombros y basura, pero también unos caminos de tierra dura que habían servido antaño como pista de motocross para los pocos jóvenes del pueblo que tenían un ciclomotor y que disfrutaban rompiendo las suspensiones y levantando polvo... Todo aquello duró hasta que levantaron y habitaron el cuartel, momento en el cual las carreras y piques entre los jóvenes del pueblo pasaron, obviamente, a la historia.

Paco sacó ligeramente la Gran Sport del garaje, volvió a confirmar que no había moros en la costa, cruzó la calle a la carrera, la subió la acera y se tiró silenciosamente por un estrecho caminillo hacia el fondo. Una vez abajo del todo confirmó nuevamente que no había nadie mirando. Entonces abrió el grifo de gasolina, cebó el carburador y dio una patada una tanto enérgica.

Nada. La Derbi no arrancó.

Paco dio otra patada. Nada. El motor seguía mudo.

Y otra. Y otra. Y otra más. Nada. No había respuesta.

Con un gesto de sorpresa y de cierto desconcierto, Paco decidió pasar a la acción. Metió primera, apretó el embrague, cogió un poco de velocidad y se dejó caer sobre el asiento.

Nada. El motor seguía sin responder.

Paco insistió en su carrera. Pero no hubo suerte. Empujó y empujó, pero no lo consiguió. Paco empezó a sudar. El sol apretaba de lo lindo y en ese solar ardiente el calor era alto.

A la enésima carrera el motor empezó a dar pequeñas explosiones, pero poco más. Paco empezaba a desesperarse, pues esos buenos síntomas no iban a mejor. Paco estaba seguro de haber ahogado el motor. Qué rabia; ninguna de las dos motos había arrancado mal jamás.

Finalmente, cuando Paco rayaba en la desesperación y el sudor y él ya eran uno solo, el motor de su Gran Sport entró de repente en el mundo de los vivos, eso sí, echando por el escape un intensísimo humo blanco. Paco aceleró a fondo varias veces. El motor seguía dando síntomas de fallos de encendido. ¿Sería la bujía? ¿O quizás algo de porquería en algún paso del carburador?

Por fin esos fallos desaparecieron y el motor respiró con normalidad, aunque seguía echando mucho humo blanco. La cosa estaba clara. Paco debía hacer funcionar el motor durante un rato para que todo volviese a la normalidad.

Miró hacia arriba y alrededor. No se veía un alma. Mejor.

Engranó la primera velocidad, soltó el embrague con delicadeza y la Gran Sport se puso en marcha. Paco siguió el trazado más largo del viejo circuito de motocross, entre otras cosas porque era el que estaba en mejor estado y que, en consecuencia, era el menos rompedor para su amada moto. En la corta recta principal podía apurar las tres primeras marchas. Tuvo que hacerlo varias veces. Por fin el motor dejó de echar humo y fue capaz de mantener perfectamente el ralentí. Ya estaba solucionado. El motor iba redondo y todo había salido a la perfección.

Paco miró a su alrededor. Como no había nada de viento en esa mañana tan calurosa, toda la planicie estaba cubierta por una capa de polvo y humo blanco. Esa imagen le recordó algo que había visto cuando era pequeño: un motocross en un pueblo cercano. A esa carrera acudió con su hermano y su padre, pero hubo tanto polvo y tanto ruido que decidieron marcharse a las pocas vueltas de la primera manga. Nunca supieron ni quién había ganado ni siquiera si la carrera acabó. Se marcharon de allí muy desilusionados. Aquello no se parecía en nada a lo que esperaban cuando fueron con tanta ilusión.

Paco sintió una oleada de afecto hacia su queridísima Derbi, aunque también algo de melancolía. Pobre motito suya. La maldad y el egoísmo de unos indeseables le habían forzado a desprenderse de ella.

Pero entonces el mundo le golpeó de pleno en el alma, allá donde más le podía doler…

Dos guardias civiles del SEPRONA, sobre sendas Yamaha de enduro, habían descendido a toda velocidad por la pendiente y se plantaron ante él.

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Paco se quedó helado. Entre el susto, el calor y la sed intensísima y repentina que le había entrado no podía ni hablar.

- Buenos días. Documentación, por favor.
- Eh, yo, yo…
- Y la del vehículo también, por favor.
- Pero yo, yo…
- Venga, dese prisa, por favor. Enséñeme toda la documentación como le he dicho.

Paco balbuceó con mucha dificultad. A pesar del intenso calor y del increíble sofoco que esta situación le estaba produciendo, el temblor se había apoderado de él. Intentó explicar quién era, dónde vivía y lo que hacía allí. “- Vivo ahí arriba y por eso no he traído ningún papel –“, imploraba. Y casi les contó su vida. Los dos guardias civiles le escucharon con aparente atención, pero con mucho distanciamiento. El más alto llevaba la voz cantante. El otro no abrió la boca en ningún momento, si bien asintió en todo momento a las afirmaciones que su compañero hizo.

El guardia civil le enumeró todas las infracciones que Paco había cometido: no portaba encima ninguna documentación ni carnet de conducir y no llevaba casco. Por confesión propia la moto no había pasado nunca ninguna ITV; en consecuencia tampoco llevaba visible la oportuna pegatina. Y tampoco tenía seguro. Por las infracciones hasta aquí cometidas, y aplicando la legislación vigente – que estaba en vigor desde que la famosa Robustiana fuese nombrada directora genera de la DGT -, la moto debía ser conducida inmediatamente a una estación de ITV para ser sometida a la misma en ese mismo momento. Además, el vehículo quedaba confiscado por carecer de seguro. Y él debería ser llevado a la comisaría o al cuartel para ser identificado, acto tras el cual debía ser acompañado por un agente hasta el lugar donde guardase toda la documentación personal y del vehículo que no se hubiese aportado hasta entonces.

Con una angustia casi infinita y un hilo de voz Paco preguntó:

- Y la multa por todo esto, ¿a cuánto asciende?

El tiempo de respuesta del agente se le hizo eterno. Con el corazón bregando por salirse a través de las sienes oyó:

- Pues calcule usted alrededor de seis mil euros. Pero eso no es todo.

Paco intentó tratar saliva, pero no pudo. No tenía. El temblor ya era general.

- ¿Cómo..?

La camisa, pese a estar empapada, no le llegaba al cuerpo del pobre Paco.

- ¿Es que hay más?

Hubo un silencio cruel que a Paco se le hizo una eternidad. Por fin el guardia civil alto habló.

- Sí. Usted ha cometido una infracción administrativa que está severamente penalizada.

- ¿Adminis… administrativa, dice? ¿Pero qué más he hecho…?

Y el agente le explicó:

- Usted ha sido sorprendido conduciendo su motocicleta por el campo…
- ¿Por el campo dice? ¿Por aquí? Pero si esto es un vertedero, hombre… ¿No lo ve?

El agente ni se inmutó. Continuó con su lista de infracciones.

- Además, la emisión de gases de su motor sobrepasa claramente el mínimo autorizado. Usted está contaminando el medio ambiente con su conducta. Y el polvo que con su actitud ha levantado puede ser un factor muy perjudicial para otros usuarios.

A Paco los ojos se le habían salido ya de las órbitas tres o cuatro veces. Miró alrededor. Extendió el brazo hacia el descampado.

- Pero si no hay nadie más…
- Eso es indiferente. La presencia o no de más personal en este momento no altera la gravedad de la acción.

Paco dejó caer la cabeza sobre el pecho. ¿Pero qué estaba pasando?

- Y por último le comunico que vamos a denunciarle por circular en el periodo de tiempo del año en que hay riesgo de incendio.

La rabia le hizo revivir con fiereza.

- ¿Riesgo de incendio? ¿Pero qué se puede quemar aquí? ¿Esos cardos secos, quizás, o ese colchón asqueroso que lleva ahí varios años?

El agente no contestó. Se limitó a decirle que estaba detenido y que, en aplicación de las leyes vigentes, su moto quedaba confiscada hasta que se solucionasen todas sus carencias legales. Paco sería conducido inmediatamente al cuartel.

Paco se dirigió al otro agente, que hasta entonces no había abierto la boca.

- Oiga; y la multa por lo del incendio, ¿a cuánto asciende?

Sólo en ese momento habló. Pero lo hizo sin piedad, como su compañero.

- No somos nosotros quienes decidimos la cuantía de la multa. Nosotros sólo denunciamos. Será la Consejería de Medio Ambiente quien decida la sanción a aplicar.
- ¿Y no sabe usted cuánto...?

Ninguno de los dos respondió. Tan solo le dijeron:

- Por favor, empuje usted su motocicleta hasta el cuartel.

Un mes después le llegó a Paco una espantosa bofetada en forma de carta certificada. Por todas las infracciones del comienzo – falta de seguro, ausencia de documentación, ITV, etc. – Paco fue sancionado en total con una multa por importe de 4.200 euros. La moto quedaba confiscada, a disposición del juez y custodiada por la Guardia Civil, hasta que, una vez abonada la sanción, procediese a legalizar su situación. Si ésta no se producía, la moto pasaría a ser propiedad del Estado al cabo de dos años.

Pero cuando, también por correo certificado, le llegó la multa por la “infracción administrativa” que suponía haber rodado unos minutos por el estercolero aquel, pensó en suicidarse.

Porque lo grave no era que el inhumano Consejero de Medio Ambiente hubiese decidido aplicar la cuantía máxima – otros 6.000 euros -, sino que la carta del Consejero venía acompañada, por pura coincidencia o casualidad, por otra de un bufete de abogados de Murcia capital. El constructor le reclamaba el pago inmediato de las obras realizadas para recomponer su casa tras el terremoto en un plazo inaplazable de siete días. ¡18.000 euros, 5.000 más de lo pactado verbalmente! El escrito le indicaba que, si no pagaba su deuda en ese tiempo dado, procederían judicialmente contra él a fin de embargar su casa.

Y como a perro flaco todo son pulgas, hasta su amigo Jesús perdió el interés por la GS que había prometido comprar. Le había salido una oportunidad mejor en Albacete y prefirió olvidarse del asunto y dedicar aquellas cien mil pesetas para una bicilíndrica japonesa de arranque eléctrico y seis marchas.

El mundo se le vino abajo. Otra vez.

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Paco volvió a caer en manos de esa gran asesina de esperanzas y la peor consejera del mundo: la depresión. Los deprimidos están clavados en el fondo de la desesperanza, en un pozo tan negro y profundo que no hay manera de ver la luz salvadora en ningún momento. Por eso, incapaz de reaccionar ante el problemón económico en el que estaba metido, aislado de sus escasos familiares y de sus amigos, Paco decidió la peor de las opciones: acabar con todo.

Apenas unas horas después de haber llorado – físicamente hablando – durante varios días sin haber encontrado la más pequeña esperanza ni un solo consejo, decidió que se montaría en la Gran Sport de su hermano y se plantaría en Madrid para hacer algo gordo, algo sonado, y desde luego terrible.

Ah, eso sí. Antes tenía que recuperar su propia Sport. La pobre estaba confiscada en la parte trasera del cuartel, en una explanada al aire libre bajo un techo de Uralita que tenía una alambrada muy oxidada alrededor. Yacía junto a una veintena más de motos cuyos dueños seguramente nunca más recuperarían. Paco no iba a permitir que la moto de su vida pasase a manos del Estado.

Sabía que se jugaba la cárcel si le pillaban, pero ya le daba igual todo. Pensó en cómo burlar la vigilancia sobre ella. Y se le ocurrió algo muy obvio.

Rompería la alambrada coincidiendo con el Madrid-Barsa del próximo domingo. Los dos se jugaban el título de campeón de Europa y la expectación era máxima. El ayuntamiento iba a preparar una gran pantalla en la plaza y todo el pueblo iba a acudir. Así pues, seguramente no habría vigilancia sobre el patio trasero esa noche.

Ya sabía lo que él se jugaba también. Pero le daba igual.

Y su plan funcionó.

Ya era de noche cuando, silenciosamente y con unas buenas tenazas, rompió el débil alambre de acero por la parte más escondida de la oxidada verja del cuartel.

Luego, con el sigilo propio de un felino de caza, sacó con todo cuidado su GS del cobertizo, cruzó la alambrada por el roto con ella y la sacó a hurtadillas a la calle para inmediatamente esconderla dentro de su propia casa.

En ese momento no pudo evitar una doble sonrisa de satisfacción.

Había recuperado su moto. Y ahora ésta estaba junto a la de su hermano, como siempre había sido.

Por un momento le desbordó una alegría rebelde notable.

Y, encima, por todo el pueblo se oyó un sonoro “¡GOOOOL!” que le añadió un pequeño toque de alegría.

El Madrid le acababa de meter un gol – el primero - al Barsa.

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Paco dudó un momento. ¿Con qué moto iría a Madrid?

La decisión fue rápida. Llevaría la de Ismael, que siempre había funcionado magníficamente bien. La suya había arrancado mal la última vez. ¿Y si le dejaba tirado? Además no tenía documentación; toda estaba en poder de la Guardia Civil.

Como no había alternativa, Paco repasó visualmente la moto de Ismael, hinchó las ruedas, llenó el depósito de mezcla, cogió el AGV, la documentación y su carnet y salió a la calle con el mayor sigilo..

Miró. Nadie. El pueblo estaba desierto. Todo el mundo estaba enganchado a la televisión.

Se preguntó. ¿Vale la pena salir de aquí a hurtadillas?

Qué narices. Ya que iba a ir al infierno, iría directo y con la cabeza alta.

Se caló el AGV, comprobó los pocos euros que aún tenía, arrancó la moto al empujón delante de su casa y partió para Madrid.

Era de noche. ¿Dónde dormiría?

Le daba igual.

Condujo por las desiertas calles hasta el límite del pueblo. Y se detuvo al lado del cartel que indicaba el fin del mismo, al pie de la última farola.

Paco paró el motor, se quitó el casco, lo dejó con mimo sobre el depósito y miró hacia delante muy pensativo.

La luna llena alumbraba parcialmente la escena. ¿Qué iba a pasar a partir de ahora?

Ya no había vuelta atrás, se dijo. Estaba decidido. Costase lo que costase.

Así, con determinación, se puso el casco nuevamente, se incorporó, se giró hacia su pueblo y, con un grito ahogado, sollozó:

- ¡Adiós a todo y a todos!

Un momento antes de que el motor de la Derbi 74 Gran Sport de su hermano Ismael se pusiese en marcha para ya no volver más a ese pequeño pueblo de la provincia de Murcia, un grito potente y unánime recorrió el pueblo.

¿Era que le despedían?

No exactamente.

Era que el Madrid le acababa de meter otro gol - el cuarto - al Barsa.

-----------------------------------------------------------------------------------------------

Tras un viaje con bastantes penalidades a causa de la necesidad de tener que dormir en un cobertizo abandonado cerca de Albacete, llegó a la capital sin problemas cuando era mediodía.– eso sí, no había dejado de llorar bajo el casco durante muchos kilómetros de su triste viaje -.

Y ahora que estaba en Madrid, ¿dónde iría a protestar?

Por un momento se sintió abrumado. La capital de España era enorme para él, habituado a las distancias extremadamente cortas de su pequeño pueblo. Y había tanta gente… Nadie le miró más de lo normal; nadie mostró el más mínimo interés por él. Nadie se acercó ni le habló.

Así era la gran ciudad. Paco acababa de descubrirla.

Pensó: “Y de lo que voy a hacer, ¿alguno de estos se enterará?”

Pero su depresión fue más fuerte que su razón y Paco decidió seguir adelante.

Bien, ¿dónde iría a organizar lo que fuese? ¿Dónde vive el Rey? ¿Al Congreso de los Diputados? ¿En la plaza de la Cibeles?

Un cartel de autobombo de la DGT en una valla publicitaria justo delante de él le hizo decidirse. Iría a la DGT. A fin de cuentas eran los culpables de gran parte del quebranto económico que estaba destrozando su vida.

Entonces, gracias a las indicaciones de dos taxistas pudo plantarse ante la sede de la DGT.

Bueno, ya estaba allí. ¿Y ahora qué?

No se le ocurría nada bueno. La angustia y la tristeza le tenían bloqueado. Tenía sentimientos de autodestrucción. ¿Qué podía hacer? Una voz por dentro le seguía diciendo: “Paco, aguanta. No todo está perdido. Esto acabará algún día”. Pero otra, aún más potente y exigente, le gritaba: “Acaba ya de una vez y pon fin a esta tortura”.

Y la segunda voz triunfó nuevamente.

Paco miró a su alrededor. ¿Qué podía hacer? Ajá. Se tiraría ante un coche.

La primera voz le dijo: “Ten cuidado. A lo mejor te haces mucho daño pero no acabas con esto, como es tu deseo…”. Y entonces pensó en un autobús.

Pero tampoco le convencía. Los pocos que pasaban a esa hora iban demasiado despacio a causa del intenso tráfico.

Entonces reparó en una gasolinera.

Ya lo tenía. Se quemaría como había visto alguna vez en la televisión. Y también quemaría la Gran Sport. Al diablo con todo.

Preso de una determinación inaudita, con un temblor terrible en el cuerpo que no presagiaba nada bueno, entró en la gasolinera con la moto con el AGV en el brazo, compró una garrafa de agua de cinco litros y, ante la sorpresa del viejo empleado, la vació en un desagüe. Luego le pidió que la llenara con cinco litros de gasolina.

- Pero, chico, ¿qué vas a hacer? Estás mezclando agua y gasolina. Se te va a estropear el motor.
- Usted eche y déjeme en paz.
- Pero, chico, mira que…
- ¡Ya basta! Oiga, eche cinco euros, que no tengo más.
- Bueno, allá tú. Ya está... Son cinco euros.
- Aquí tiene.
- Bueno, bueno. Que conste que…
- ¡Adiós!

Paco puso la garrafa casi llena sobre el depósito e intentó empujar la moto con el casco molestando en un brazo. La postura era tan poco adecuada que la garrafa se le cayó dos veces, no rompiéndose de casualidad. Entonces optó por lo más razonable. Anduvo con la garrafa hasta la puerta de la DGT, la dejó allí y volvió por la Derbi a la gasolinera.

Cuando ya estuvo con ambas cosas ante su destino se dio cuenta de un detalle. Y es que no tenía ni cerillas ni mechero. Paco nunca había fumado y por eso no llevaba fuego encima. Está bien, pensó. Tendré que pedírselo a alguien.

La fiebre y el terror subieron hasta un punto alarmante. Ya había llegado el momento más importante de su vida, vida que debía llegar a su fin porque ya no merecía ser vivida.

Con voz temblorosa se dirigió a un chico que tenía varios tatuajes por el cuello y brazos.

- Oye, por favor, ¿me das fuego?

Pero el joven, metido el mundo de sus MP3, pasó de largo, ignorándole totalmente.

Entonces se fijó en una chica que venía fumando. Ella le daría fuego con seguridad.

Se acercó sin más, se plantó sin ninguna delicadeza ante ella y le pidió fuego bruscamente, tanto que la chica tuvo que parar en seco.

-¿Me das fuego?

La chica le miró de arriba abajo en un instante. No le debió gustar nada ese abordaje, así que, sin detenerse ni mirarle a los ojos, siguió su camino, eso sí, con pasos apresurados.

Paco empezaba a desanimarse. ¿Es que nadie le podía prestar un mechero?

En ese momento reparó en alguien que quizás le fuese útil. Era un hombre que, acompañado de las que con toda probabilidad eran su mujer e hija, miraba con asombro y cara de felicidad la Derbi 74 Gran Sport que estaba detrás de él, aparcada sobre la acera, algo sucia pero tan bella como siempre.

El hombre había interrumpido su paseo, se había separado de sus acompañantes y, en cuclillas para no perderse ni un detalle, se había detenido para contemplar la Derbi.

- Caray, qué bonita es. Hacía mucho tiempo que no veía una. ¡Está perfecta! ¿Es tuya?

Paco estaba molesto. Su sufrimiento interior no le permitía sentir el más mínimo placer al hablar con nadie.

- Eh, sí.. Oye, ¿tienes fuego?
- ¿Fuego? Bueno, yo no fumo, pero mi mujer sí. Espera que se lo pido.

Le observó. Su aspecto era bastante lamentable. Estaba demacrado, muy delgado y daba aspecto de poca limpieza.

- Me imagino que también querrás un pitillo, ¿no?

Paco estuvo – afortunadamente para él – muy poco acertado en su respuesta.

- No, no fumo. Sólo quiero fuego.

Este comentario le extrañó mucho al hombre. ¿Para qué querría sólo fuego?

Se incorporó.

Le volvió a observar.

- Oye, ¿estás bien?
- Sí, joer. No me des la barrila. ¿Tienes un mechero o no?
- ¿Mechero? ¿Quieres que te preste un mechero?
- Si tienes uno, sí, joer. Venga, coñe, ¿me la vas a dar o no?

El hombre se echó para atrás. Una señal de alerta se le incendió por dentro.

(Bueno, ya no hace falta, a estas alturas, esconder más su personalidad. Como hasta los lectores más inteligentes habrán adivinado, este hombre era Kaezet).

Se dirigió a su mujer e hija. Aprovechando que Paco estaba a sus espaldas, les hizo un gesto con la cara. Les indicaba que algo raro estaba pasando.

- ¿Le conoces, papá?
- No. Sólo quiere un mechero. ¿Tienes alguno en el bolso, Susana?
- Creo que sí. Voy a ver.
- Papá, ese tío no me gusta nada. Tiene muy mal aspecto.
- No te preocupes. hija.
- Mira, tengo un BIC. Oye, regálaselo y vámonos, que ese tío tampoco me gusta nada.
- De acuerdo. En seguida nos vamos. Pero esperad aquí.

Con el mechero en la mano se acercó y se lo dio.

- Aquí tienes. Oye, ¿es tuya la Derbi?
- Sí. Bueno, adiós.
- Mmm… ¿te puedo ayudar en algo?

Paco le ignoró totalmente y no contestó. Se metió el mechero en el bolsillo y buscó con los ojos la garrafa con gasolina. Ahí estaba, al lado de una farola. Se acercó hasta ella y la abrió. Un fuerte olor a gasolina llenó los alrededores. Paco cogió la garrafa con ambas manos y, ante la sorpresa de Kaezet y de su familia, volcó la mitad sobre la moto y la roció entera.

- ¡Pero este tío está loco! ¿Es que va a quemar la moto? -, dijo Kaezet.

No se podía creer lo que sus ojos le estaban mostrando. Se sentía protagonista involuntario de una situación irreal. ¿Pero era posible que alguien quisiera quemar una moto así?

Pero su asombro llegó al máximo cuando vio que el joven comenzó a elevar la garrafa sobre su cabeza, la volcaba en su totalidad y quedaba totalmente empapado Luego metió la mano en el bolsillo, sacó el mechero y trató de encenderlo.

Afortunadamente para él, el mechero falló, pues la gasolina también le había rociado la mano, lo cual impedía un agarre adecuado del mismo.

Kaezet reaccionó como un rayo y se lanzó en plancha sobre el suicida. Haciéndole un placaje de rugby por la cintura, ambos cayeron sobre la acera.

Paco no podía esperar ese repentino ataque. De repente, tras una buena costalada, se vio en el suelo con un fulano encima. Lleno de rabia por no haber conseguido su intención, se soltó de una mano, luego empujó a Kaezet con rabia para separarse, le insultó y le propinó un puñetazo en la cara tan violento que le rompió la nariz.

- ¡Hijo pu**, déjame en paz!

Se levantó como un rayo y nuevamente intentó con ambos manos prender una llama.

El puñetazo que había recibido Kaezet había sido tan violento que perdió el conocimiento un instante. El dolor en la cara era muy intenso. Se tocó con las manos y vio que le tenía empapada con sangre.

Desde el suelo quizás no llegase a tiempo de evitar que Paco se quemase a lo bonzo, así que agitó desesperadamente la mano hacia su mujer. Ésta comprendió perfectamente el mensaje. Así, dando dos zancadas hacia Paco, le lanzó una patada descomunal en las manos, tan certera y fuerte que el mechero saltó por los aires y cayó unos metros más allá, sobre el asfalto.

La paralización que el dolor por la patada recibida supuso implicó unos segundos decisivos para Kaezet, quien, superando su hemorragia y su dolor, aprovechó para levantarse del suelo y volver a placar a Paco.

Ambos cayeron nuevamente hechos un ovillo. Pero esta vez Kaezet no iba a permitir que el suicida se liberase.

Paco peleó, luchando por conseguirlo. Pero Kaezet no le dejó. Le sujetó con toda la fuerza que pudo y no le dejó moverse.

Paco intentó resolverse y pelear. Pero todo fue inútil. Estaba firmemente sujeto. Estaba atrapado. Los ojos le abrasaban por la gasolina y no podía ver más que manchas borrosas.

Y entonces dejó de luchar. Relajó sus miembros y apoyó como pudo su cabeza al lado de la de Kaezet. Luego surgió una contracción de su pecho. Y otra y otra. Cada vez eran más frecuentes. Con suavidad se liberó de un brazo. Luego, lentamente, se liberó del otro.

Y abrazó a Kaezet. Y así permaneció durante un largo rato.

Y lloró.

Y lloró durante otro largo rato..

Y lloró como nunca lo había hecho.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

Aunque Kaezet intentó mantener el anonimato de esta acción, no pudo ser. Cuando Paco cesó en su lucha con él, otros transeúntes habían acudido al ver lo sucedido. La mujer de Kaezet empezó a pedir urgentemente que se avisase a la Policía. A los curiosos que estaban alrededor en número creciente les contaba muy alarmada que ese chico intentaba quemarse vivo.

Uno de los curiosos resultó ser médico. Se inclinó ante Paco, que no paraba de llorar hecho un ovillo en posición fetal, y se ofreció a cuidarle. Otros cuantos sacaron sus teléfonos y llamaron inmediatamente a la Policía. Entonces, viendo que podía escabullirse sin que se notase, se levantó discretamente, agradeció las felicitaciones que muchos le estaban dando por su valentía, luego hizo una seña a su mujer e hija y emprendió la retirada intentando pasar inadvertido.

Casi lo consiguen. Un jubilado que había visto lo ocurrido les siguió desde la distancia. Cuando los tres se metieron en su coche, cogió su teléfono y marcó un número.

- Telemadrid, buenos días…

---------------------------------------------------------------------------------------------------

La matrícula del coche fue lo que llevó, poco tiempo después, a una reportera de un programa de la tarde de la citada cadena a preparar una entrevista entre los dos. Paco se ofreció sin problemas. Afortunadamente se había dado cuenta de la gravedad de lo que había intentado hacer y, por eso, estaba infinitamente agradecido a su salvador, pese a que éste seguía siendo anónimo para la gente.

La presentadora planeó organizar una reunión entre los dos una tarde. Se esperaba una audiencia muy elevada, pues la cadena, demasiado llena de malas noticias a raíz de la crisis general, estaba deseando encontrar algo bueno que enseñar a la gente. Y, con acierto, pensaron que el heroísmo de Kaezet supondría un programa de impacto.

La presentadora decidió que primero apareciesen Paco y su moto. Él contaría toda su vida hasta el más mínimo detalle Luego explicaría a la gente qué le había impulsado a coger su moto desde su lejano pueblo murciano y venir montado hasta la capital. Después, qué le había llevado a la decisión de quemarse. Y, por supuesto, qué pensaba después del intento fallido.

Tras unos diez minutos de entrevista, aparecería Kaezet, se saludarían en persona – pues no se habían vuelto a ver desde el día famoso – y charlarían durante diez minutos más... y éxito total para ella y su programa.

El plan era razonable y sencillo, pero la presentadora no contó con que Kaezet no estaba dispuesto a prestarse a este plan tan llamativo y rentable para la cadena de televisión. De hecho Kaezet y su familia eran muy celosos de su vida privada. Por ello no estaban dispuestos a que su acto, ciertamente heroico pero nada particularmente especial en opinión de su propio autor, fuese la comidilla de la España de la televisión de sobremesa.

Por ello la presentadora, ciertamente muy habituada a resolver este tipo de actitudes negativas hacia su programa, engañó a Kaezet enviándole un falso psicólogo – que era tan solo un hábil miembro de su equipo dispuesto a todo con tal de cobrar por sus servicios – y que cumplió su trabajo a la perfección. Con la falacia de que Kaezet prestaría un servicio inestimable a la sociedad prestándose a intervenir y unas cuantas mentiras que sonaban muy bien – “ya no hay héroes como usted”, “la juventud se reflejará en alguien como usted”, “nos han llamado de varias ONGs empeñadas en conocerle” -, Kaezet tuvo que acceder ante tanta presión “humanitaria” y aceptó, con muchas reservas, ir al programa en cuestión.

Pero, eso sí, puso la condición de no revelar su identidad bajo ningún concepto. Hablaría con Paco, pero desde otra habitación y sin cámaras. Insistió en que no quería que el público conociera su imagen. Como su postura fue inflexible, así se aceptó y acordó. Kaezet acudiría al plató, pero estaría en una sala al lado y jamás le enfocaría una cámara.

El programa se desarrolló como estaba previsto. Para deleite de los aficionados a la moto, Paco habló durante mucho rato. La presentadora, cosa muy poco habitual en este tipo de programas, le dejó hablar y le hizo preguntas muy inteligentes El cámara – que sin duda era un tío muy motero - se lució para nuestro deleite, pues la 74 Gran Sport fue filmada desde todos los ángulos y durante mucho rato. Yo creo que jamás en la historia de la televisión una moto fue filmada tan a conciencia y durante tanto rato.

Paco, dentro de su sencillez, resultó ser un magnífico conversador. Su tono reposado y su voz cálida engancharon a la audiencia. Resultó el típico tertuliano al que se deja hablar porque todo lo que salía por su boca era interesante. Tanto la presentadora como los otros invitados escuchaban con el máximo interés. Paco era muy ameno incluso contando desgracias.

Y llegó el momento de la intervención de Kaezet. La hábil presentadora también le dejó hablar y supo crear una atmósfera muy interesante y emotiva. Paco, en un momento dado, cuando Kaezet describía con vehemencia lo que le llevó a actuar al ver el rociado de gasolina ante la sede de la DGT, se emocionó enormemente y se echó a llorar desconsoladamente.

Los intentos de la presentadora por animarle fueron inútiles. Paco seguía llorando a lágrima viva. En un momento dado pidió conocer a su salvador. La presentadora insistió en lo que Paco ya sabía: podía hablar con él, pero no verlo en persona.

Paco seguía sollozando e insistiendo. La situación era realmente dramática, pues no se podía cumplir su deseo sin quebrar las condiciones de Kaezet.

En un momento dado, cuando nadie se lo esperaba, Paco se levantó de su silla y gritó:

- ¡Te voy a encontrar, como sea, porque sé que estás aquí!

Y sin que nadie pudiera evitarlo, Paco empezó a correr por el estudio buscando a su salvador. Esto causó gran estupor en el estudio, pero el cámara reaccionó muy rápidamente y, a una señal de su jefa, le siguió a la carrera.

Y el afán por encontrarle dio fruto. Paco abrió la puerta de un despacho contiguo y allí se encontraron frente a frente. Paco, emocionadísimo, se le echó encima, le abrazó hasta estrujarle y volvió a llorar desconsoladamente.

La entrevista, ciertamente muy emotiva – posteriormente hubo cientos de llamadas al programa de mujeres que habían soltado ríos y ríos de lágrimas -, acabó con el anuncio de que Paco le regalaba la Derbi Gran Sport a su salvador.

- No tengo dinero ni ahorros. Me van a embargar la casa y no sé qué va a ser de mí. Pero por lo menos estoy vivo gracias a ti. Ya sé que te gusta mi moto… bueno, la de mi hermano. Así que, por favor, acéptala como muestra de agradecimiento por haberme salvado la vida.

Tan sincera era la propuesta que Kaezet no tuvo más remedio que aceptar.

Pero Paco le advirtió de todas las multas que tenía pendientes… y las que le podían caer en ese momento. Kaezet quedó muy desagradablemente sorprendido. Hombre, si aceptaba el regalo tendría que desembolsar muchos miles de euros… ¡Menudo regalo envenenado!

La situación se volvió repentinamente muy intensa. Tanto la presentadora como sus invitados estaban como paralizados. La tensión era terrible.

Sin embargo Dios ayuda a los buenos. Y en ese momento se produjo el milagro.

Ni más ni menos que el director general de Telemadrid pidió paso por teléfono.

¡Qué sensación! Algo así nunca había ocurrido hasta ahora.

Llamaba para dar tres noticias. La primera era que quería felicitar a los tres por su papel. A Paco por su valentía y honradez en contar su odisea. A Kaezet por su heroísmo. Y a la presentadora por su magnífica entrevista. La audiencia había quedado absolutamente prendada por la historia contada y muchas mujeres llamaban llorando, emocionadas. La centralita estaba colapsada.

Y la segunda era que, ante el final feliz de parte del drama de Paco el Chispas, él mismo iba a poner de su propio bolsillo el total de las multas pendientes para que así Kaezet recibiese el fabuloso regalo de Paco sin coste económico para él.

Y la tercera era para decirle a Paco que dejase su número de teléfono porque tenía que realizar obras de electricidad “importantes” en una casa e iba a necesitar un “buen electricista”.

Todos quedaron muy satisfechos, como es lógico. Sin embargo, lo que Kaezet no pudo mantener en secreto fue su identidad. La mujer de un forero madrileño que estaba viendo el programa – y llorando a moco tendido, todo sea dicho - le había reconocido, lo contó en el foro, y así todos supimos que el salvador de Paco y nuevo dueño de la Derbi 74 Gran Sport de Ismael era nuestro administrador.

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Mensaje  Isimoto 19/9/2012, 12:34

Casi me quedo sin aire de leer los ultimos de tiron, pero que gozada

¡¡gran tipo el Paco!!! Kaezet a ver si lo traes por el foro :bravy:
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Mensaje  Jorok 19/9/2012, 15:15

¡¡¡ VAYA DRAMON...!! study study
Este capítulo es gore " de carallo "
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Mensaje  Motoret 19/9/2012, 15:31

Mi personaje, EL KILLER MENDOZA....lo hacía mas con Ducati, pero esa faceta de asesino de ancianas con la Cobra C.... Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 520462
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Mensaje  Mendoza 19/9/2012, 16:01

Me ha dicho de todo , :ign: :ign: :drisa: :drisa: :drisa: :descojo: :descojo: :descojo:

SALUDOS
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Mensaje  Paufont 19/9/2012, 18:37

Ayer lo leí de un tiron (eso de dejarlo a medias hubiera sido malo, todo hay que decirlo) y no me dio tiempo a comentar, por lo que lo hago ahora, pues me sorprendió la gran cantidad de historias tan relacionadas dentro de un mismo relato y tan bien encajadas, más la emotividad de éstos ultimos capítulos hacen a uno leer con ganas! :bravy:

Saludos y a seguir asi de bien :up:

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Mensaje  Gufi 20/9/2012, 13:28

No se si me estoy adelantando al siguiente capitulo pero habrá algun guardia civil que, en su caso, reflexione en posibles casos similares .

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Mensaje  Ducalense 20/9/2012, 16:24

Capítulo 8: LA GUARDIA CIVIL


La carrera en el Circuito de la Vía había acabado. Parecía que le había gustado mucho a la gente, pues todos nuestros acompañantes habían acudido en masa a la línea de llegada y no paraban de dar saltos de alegría. Los que habían osado correr contra mí estaban rodeados por su asquerosa parentela. Míralos, qué felices parecen. ¿Pero cómo pueden felicitar a los pringaos de sus maridos si ¡YO! les he ganado a todos… menos a esa putrefacta rata amarilla de cloaca que no para de estrechar manos? ¿Y por qué no me viene a felicitar nadie a mí, que he quedado segundo y a todos ellos – bueno, menos al hijo ilegítimo de Moctezuma ese – me los he pasado por la piedra?

Ah, aquí acude mi hija. Viene con una sonrisa compasiva. Con las cejas levantadas y su carita de ángel me planta un sonoro beso en la cara, me echa los brazos al cuello, me estruja un poco - ¡ah, qué placer…! – y me dice:

- Ánimo, papuchi. Casi lo consigues. La próxima vez será.

No tengo ni tiempo de agradecerle su muestra de afecto. El valenciano JulioCG no ha tenido mejor idea que encender una traca en honor del malnacido que me ha ganado. El estrépito es total. La panda de borregos celebra infantilmente esta idea tan estúpida dando más y más patéticos saltos alrededor del sapo partero ese.

Vaya, mírale. Qué pena y qué repugnancia me causa. Ahí lo tienes: rodeado de todas las vacas esas que hace un minuto me estaban aplaudiendo a mí a rabiar.

Qué asco dan. Todas esas focas saltando alrededor de esa parodia de gusano, venga a hacerle la pelota, las muy guarras. ¿Y él? Mejor dicho: ¿y eso? ¿Qué está haciendo “eso”?

Mírale qué feliz parece. Todo son palmaditas, abrazos, estrujones… Leñe, ni que hubiese descubierto la vacuna contra el hambre.

Mírale qué sonrisa tan odiosa. Seguro que la dentadura es postiza. Uh, ahí está tan feliz, el muy desgraciado. Venga a repartir besos y más besos. ¡Eh, gordas de mieeerda! ¡Cuidado, que seguro que os pega el SIDA!

Vaya, por fin ha reparado en mí. Me mira. Qué asco. Voy a tener que saludarle. Puagg, qué mal trago. Vaya, la tuerta nariguda esa está con él. Qué contenta parece. No me extraña. El adúltero de su marido o novio ha ganado la carrera… También me mira ella.

Leñe, los dos se acercan a mí. Uf, qué mal rato. Venga, Jorge. Ánimo. Tienes que hacer de tripas de corazón. Todos te están mirando. Sonríe, leche, sonríe… ¡Haz un esfuerzo, leñe!

La manaza de Freddie Krugger, extendida hacia mí, le precedía. A su lado, la rebuscadora de basura. Los dos me sonríen ampliamente. Sus ojos de serpiente venenosa denotan… ¿sinceridad?

Tuve que estrechar esa mano viscosa asquerosa. No me quedó más remedio.

- ¡Enhorabuena, Ducalense! ¡Has hecho una magnífica carrera!

No me soltaba la mano ni dejaba de agitarla con energía.

- ¡Muy bien, Ducalense! Me has hecho sudar de lo lindo.

Me quedé como congelado. Tenía todo el cuerpo paralizado ¿Pero qué estaba diciendo este trozo de carne sanguinolenta llena de pus?

- Te aseguro que es la carrera que más me ha costado ganar nunca.

“- ¿Eeeeeehhhhhh? -”, pensé para mis adentros. “¿Me está elogiando?”

- Te he ganado por los pelos. Si no llegas a estar en esta carrera, creo que le hubiese sacado medio circuito al resto. Pero tú, chico, me has hecho sudar. De verdad.

Les miré a los dos con la boca tan abierta como un pez. Vaya. De repente las mugrientas rastas de este tío habían desaparecido y sus greñas eran ahora rubias y peinadas. Volvía a tener coleta. Y sus dientes estaban cambiando de repente de color. ¡Qué blancos habían vuelto a ser!

La acompañante – sin duda una cualquiera y de alquiler – también me habló:

- Te felicito, Ducalense. ¿O prefieres que te llame Jorge? Nos has traído a un sitio maravilloso. Todos estamos encantados con tu trabajo. Este sitio es un paraíso. La gente habla maravillas de él. Muchas gracias por habernos convocado aquí.

Vaya, qué cosas. Sus repugnantes rasgos simiescos estaban desapareciendo ante mis ojos a marchas forzadas Ya no tenía ni granos purulentos ni cicatrices en la cara. Corcho, había desaparecido su Parkinson. Ya era otra vez estilosa y rubia. Y menudos ojazos lucía.

- Y el circuito es magnífico -, añadió él con una gran sonrisa.

Vaya, de repente este tío había crecido casi un metro. Y la joroba le había desaparecido misteriosamente.

- Ducalense, confiésame una cosa…

Dejó de estrecharme la mano y clavó sus ojos en los míos.

- ¿De verdad nunca has corrido profesionalmente?

Ostras con este joven. Qué buena facha había vuelto a tener. Ya no le olía el aliento. Tampoco sufría de pie zambo. ¡Y se estaba curando de la lepra ante mis ojos! Y qué elegante era su vestimenta. Cuánta cordialidad irradiaba. ¡Pero qué simpático era! ¡Qué comentarios tan inteligentes y llenos de sentido común!

- Mi marido y yo queremos volver a este sitio pronto. Nos encantaría que nos lo enseñases en otra ocasión con más detalle ¿Podríamos quedar contigo otra vez? Estoy segura de que por aquí debe haber muy buenos restaurantes y unos paisajes maravillosos. ¿Aceptarías nuestra invitación para comer con nosotros ese día?
- ¿Y de paso querrías probar el F50? -, añadió él.

Santo Dios, pero qué guapa se está volviendo esta chica… Mira cómo le está desapareciendo la chepa. Y ya no es plana cual vulgar tortilla de patatas. Madre mía, pero qué tipazo, qué cara, qué sonrisa, qué cuerpazo está adquiriendo… ¡Ufffffff! ¡Por favor, que alguien me sujete, que estoy casadoooooo!

Paul Newman de joven puso su mano en mi hombro.

- Pues yo te diré algo más, Ducalense. ¿Sabes? Nieto ha tenido mucha suerte de no haberse cruzado nunca contigo…

La pequeña multitud rodeó nuevamente a estos dos serafines y volvió a ovacionarles. Yo me quedé inmóvil como una estatua. No podía ni mover un músculo. La impresión me había dejado sin aliento.

Vaya, hombre, por fin se me hacía justicia como hombre y como piloto. Estas dos maravillas de la creación por fin reconocían mis enormes méritos y destreza conduciendo.

Sí. Tiene mucha razón Brad Pitt. Soy el mejor. Y tiene razón Miss Vía Láctea. Soy el mejor anfitrión del mundo. Y, además de todo eso, soy el Rey del Circuito de la Vía.

Y el dictador supremo del mundo de las carreras.

Soy…

A ver quién soy.

Ah, por supuesto.

Ya sé quién soy.

Naturalmente… ¿Quién voy a ser si no?

Soy el Induráin de la velocidad.

Sí. Eso es. Ese es quien soy.

Y es que, reconozcámoslo, hasta los criados tienen derecho a ver a veces un ratito la televisión…

---------------------------------------------------------------------------------------------

Dos sirenas cortaron de repente todo el jolgorio del que estábamos disfrutando. Se oyeron dos distintas. El volumen era atronador. Una venía de frente. La otra venía de nuestras espaldas.

Todos nos quedamos como paralizados. ¿Dos sirenas? ¿Es que habría fuego en el pinar?

Pues no. No era por ningún fuego. Los que habían encendido las sirenas que nos habían sobresaltado tanto eran… dos guardias civiles de carretera. Uno venía de frente. El otro estaba a nuestra espalda. Ambos se pararon a cierta distancia. Prácticamente a la vez sacaron las patas de cabra de sus potentes BMW, se subieron la parte movible de sus integrales Nolan, y bajaron de ellas.

Los dos sabían perfectamente lo que estaban haciendo.

Se habían apostado en los extremos de la recta de meta. Estábamos rodeados. No había escapatoria.

El que quedó a nuestras espaldas se quedó de pie al lado de su moto. El que venía de frente se dirigió hacia nosotros. Era muy alto, bastante más que el otro. Tenía tipo atlético. Tendría unos 45 años o así. Vestía el uniforme de invierno de la Guardia Civil de Tráfico. Este hombre llevaba gafas de espejo. Eso impedía adivinar su mirada.

El silencio era total. Todos estábamos paralizados y asustados. ¿Qué iba a pasar?

El guardia civil de las gafas de espejo habló con voz fuerte y enérgica. Maldita sea: denotaba autoridad. Y, por el momento, también determinación. Muy mal asunto, pensamos todos.

- Buenos días. Necesito que todos ustedes se identifiquen. Por favor, vayan preparando sus carnets. Mi compañero los recogerá. Los dueños de estas motos deberán darme las documentaciones de todos estos vehículos y sus propios carnets de conducir.

Nos quedamos helados. La risa, la juerga y todo el buen ambiente se habían truncado totalmente. El nerviosismo y el mal humor empezaron a cundir entre nosotros. Santo Dios, nos habían pillado in fraganti. ¿Qué nos pasaría?

Jorok murmuró detrás de mí:

- Mírales. En lugar de estar vigilando las carreteras vienen aquí a jo...der la marrana…
- Me cisco en el maldito gobierno y en sus esbirros -, confirmó Ampelt.

El guardia civil más alto siguió hablando. Afortunadamente no les había oído.

- Les comunico que, entre otras cosas, les vamos a denunciar por celebrar competiciones ilegales. Quisiera saber quién es el organizador de esta competición no autorizada.

Nadie habló. Yo debía haberlo hecho, pero el terror – y la cobardía, todo sea dicho - me tenían paralizado.

Pero Mendoza, el más valiente de todos nosotros, sí lo hizo. Lleno de energía y de rabia, gritó:

- ¡No somos chivatos!

El silencio entre nosotros era total. La tensión era brutal. Literalmente se podía cortar.

Yo le agradecí internamente ese acto tan valiente a mi antiguo rival Mendoza – ahora, a raíz de esto, mi mejor amigo en este mundo y en esta vida, así lo declaro, desde ese preciso instante y hasta que la muerte nos separe -.

El agente sonrió despectivamente.

- Muy bien -, contestó. – Ya lo sabremos cuando todos ustedes comparezcan ante el Juez de guardia -.

La mujer de Drcervecillas sacó su móvil e intentó hacer una llamada. Dijo en voz alta:

- Mi hija es juez. Voy a llamarla en este mismo momento.
- No se molesten – dijo el guardia civil -. Por las obras de reparación del tendido eléctrico llevamos varios días sin cobertura. De todas maneras no se preocupen ustedes por sus derechos constitucionales. Tan pronto mi compañero y yo hayamos formulado todas las denuncias por las posibles infracciones relativas a documentaciones, seguros e ITV, vendrán todos ustedes con nosotros para prestar declaración ante el juez.

Recalde, claramente irritado y muy molesto, como todos los demás, le espetó:

- ¿Y a dónde nos vas a llevar? ¿A la comisaría o al calabozo?

El guardia civil tardó en contestar. Ladeó la cabeza y se quedó mirando hacia la nada. Vaya, debió pensar. Ya empieza el tuteo. La situación era tensa. Entonces miró a Recalde de hito en hito a través de sus Ray-Ban, luego paseó la mirada por el resto de la concurrencia – todos estábamos con tal susto que no nos llegaba la camisa al cuerpo -, abrió ligeramente las piernas, cruzó las manos por detrás, empezó a balancearse ligeramente hacia atrás y hacia adelante y, con evidente dominio de la situación, habló pausada y relajadamente. Estaba claro quién mandaba allí. Parecía que disfrutaba.

-¿Nos van a meter en un calabozo?- gritó Bigotes.

- Eso lo determinará el juez, señores. Por el momento, cuando hayamos acabado los trámites administrativos inherentes a las denuncias, deberán ustedes seguirme a mí y a mi compañero hasta la Comandancia de Las Navas del Marqués. Allí hay un teléfono. Podrán ustedes llamar a quien deseen a la espera de que aparezca el juez de guardia. De todos modos les informo de que ya hemos previsto la presencia de un abogado de oficio, quien acudirá a los interrogatorios tan pronto le avisemos. También llevaremos al herido al hospital de Ávila para que un médico certifique sus heridas y posteriormente añadir ese parte médico al pliego de denuncias contra el organizador u organizadores.

Yo empecé a sudar algo muy frío por todo el cuerpo. Mi hija estaba tan asustada como yo. Me agarró de la mano. Los dos temblábamos.

Perragón estaba muy alterado:

- Pero, oiga, agente. ¿Qué es eso de que va a aparecer un juez? ¿Es que somos delincuentes?

El guardia civil volvió a tomarse su tiempo para contestar. Todos estábamos expectantes. Maldito individuo. Estaba disfrutando haciéndonos sufrir.

- Claro que disfruta el muy hijo de su madre -, dijo una mujer a mi lado en voz baja.

Pero para su siguiente comentario elevó la voz con toda intención.

– ¡Se está relamiendo con la comisión que se va a llevar con tanta multa! -.

El aludido levantó la cabeza y se quedó quieto. Luego, como si fuese un autómata, la giró lentamente hacia la mujer que había hecho el comentario. La miró fijamente a través de sus gafas durante unos interminables segundos, frunció los labios con desprecio, ignoró olímpicamente a la mujer y, tomándose todo el tiempo del mundo, volvió a hablar en su tono pausado habitual, sin una palabra más alta que otra.

- Miren ustedes. Según la legislación actualmente en vigor, los agentes de la autoridad tenemos la obligación de poner en el acto en conocimiento del juez no sólo los hechos presuntamente delictivos que hayamos detectado, sino que, si el delito es especialmente grave, debemos llevar al infractor o delincuente al juzgado de guardia también en el acto.

- Pues no estoy muy convencido de eso. Mi cuñada es abogada criminalista en Lugo y jamás me ha hablado de nada parecido para una situación como ésta -, exclamó Lobito MK6 desde mi izquierda. Varias personas más asintieron con sus comentarios.

- ¡Esto es un abuso! -, gritó la mujer de Fermón.

El guardia civil levantó con mucho teatro las manos y pidió tranquilidad.

- Les aconsejo a todos ustedes que guarden la calma. Es nuestra obligación proceder conforme al reglamento y a la ley. Vamos a ver. Donde han aparcado ustedes sus coches está el Nissan de los compañeros. Hagan el favor los acompañantes de dirigirse todos allí. ¡A ver, por favor! ¡Guarden silencio!

Su voz era terriblemente autoritaria. Todos estábamos muy inquietos. La situación era muy grave. Yo estaba temblando de pánico. Yo era el organizador de la carrera, ¿no? ¿Qué le iba a decir al juez?

El guardia civil continuó.

- Vamos a ver. Hagan todos ustedes el favor de seguir al pie de la letra mis órdenes. Deberán presentar a los compañeros del Nissan todas las documentaciones de los coches y de los remolques. Las de las motos que haya allí sobre sus remolques, no. ¿Comprenden? Esas documentaciones – si las tienen, por supuesto - deben ser entregadas a mi compañero aquí presente. ¿Entendido?

Varios insultos muy graves, pero en voz muy baja, se oyeron en el grupo. El Adonis ganador de la carrera se puso a mi lado y nos miramos. Estaba también preocupado. Su mujer también lo estaba. Mentalmente nos comunicamos. La gamberrada de la carrera nos podía salir muy cara. Este tipejo con casco, botas, pistola y uniforme parecía muy poco humano.

- A ver, que todavía no he terminado. ¡Por favor, guarden silencio! Todos ustedes, los que han tomado parte en esta competición ilegal, deberán entregarme a mí en persona tanto sus documentaciones personales como las de sus motos. ¿Ven esta libreta? Pues en ella voy a anotar los nombres de todos ustedes que carezcan de algún documento. ¿Han entendido todos ustedes? Pues muévanse, por favor, que mis compañeros y yo tenemos mucho trabajo.

- ¿Trabajo, so desgraciado? – musitó Delagh, torciendo la cabeza y poniéndose una mano delante de la boca -. Trabajo te iba a dar yo, mamón. Pero forzados y con cadena.

- Calla -, le recriminó Rafafierros -. Como te oiga será mucho peor.

Y entonces comenzó lo que parecía un éxodo. Todos nos vimos obligados a hacer lo que nos habían indicado. Nuestros acompañantes, cariacontecidos y con caras de angustia, se marcharon hacia el campo de fútbol. Allí, en efecto, una pareja a bordo de un Nissan les pidió uno a uno todos los documentos habidos y por haber.

Los pilotos nos agrupamos en un pequeño grupo aparte. Gttalpine quiso escapar, pero no pudo. El segundo guardia civil estaba muy atento y le dio el alto. Ver eso nos desanimó. Qué bien habían planeado nuestra captura. Nadie iba a poder escaparse. Nos iban a crujir bien crujidos. No sólo habíamos violado el código de la circulación con la excusa de una juerga motera que ahora maldita la gracia nos hacía; también iban a rapiñar nuestras cuentas corrientes con las multas inmisericordes que el maldito gobierno y toda la casta parasitaria habían aprobado para mantener su asquerosamente elevado propio nivel de vida.

En menos de una hora el principal papeleo estaba hecho. Siguiendo las órdenes recibidas, toda la caravana – una vez recogido absolutamente todo y con la mayoría de los ciclomotores en sus remolques correspondientes - estaba preparada para la partida hacia la Comandancia. La indignación, el disgusto y el malestar habían borrado toda traza de alegría y diversión. Hasta las banderitas del foro – que Jordi Viñas había distribuido abundantemente – habían desaparecido de la vista.

El guardia civil alto se puso al frente de la comitiva. Su compañero y el Nissan con los otros dos se pusieron la cola. Por fin, con un gesto como en las películas de indios y americanos, dio la señal de salida.

Y la caravana que debía salir de allí mismo para dirigirse primero a El Escorial – donde habíamos planeado comer – y luego a la Plaza de Castilla madrileña, se puso lenta y tristemente en marcha rumbo al campo de concentración.

Éramos la caravana de los condenados a Mauthausen y Treblinka.
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Mensaje  Marco 20/9/2012, 17:59

Y????Y????
No me dejes así!!!!!!........

Por cierto, cuándo rodamos la peli?jejeje
Marco
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Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 2 Empty Re: Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor.

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