Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor.

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Mensaje  Marco 18/9/2012, 01:43

Jajaja, enhorabuena por este relato, me lo estoy pasando muy bien leyéndolo, de veras, sigue así, por cierto, para la próxima carrera mete a mi bobicross que esa Derbi me gusta mucho!! Twisted Evil Twisted Evil Twisted Evil

Un saludo!!!
Marco
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Mensaje  Ducalense 18/9/2012, 16:56

Capítulo 6: LA CONMOVEDORA HISTORIA DE PACO EL CHISPAS Y SU Derbi 74 Gran Sport.


Paco Lurán Martínez había nacido en 1954 en un pueblo pequeño y bastante pobre de la provincia de Murcia. Huérfano de madre desde la infancia, sólo tenía un hermano un año menor que él, que se llamaba Ismael. Los dos se adoraban. Siempre habían estado muy unidos. No conocían el egoísmo. Su padre – don Julián - era un hombre sin educación escolar, pero ciertamente el típico ejemplo del español de la posguerra: trabajador, sufrido, resistente a todo, generoso, honrado, buena persona… Los dos hermanos habían tenido tan buen ejemplo en él que la cosa no podía sino resultar en algo simplemente excelente.

Un buen día el padre de ambos decidió, a la vista de que le había tocado una quiniela de 13 bastante bien premiada, que le iba a comprar a su hijo mayor, que acababa de cumplir los 16 años, una moto, algo que era la gran ilusión de su vástago mayor. El padre había pensado en una Mobylette, que era la motillo más habitual del pueblo. Quiso mantenerlo en secreto para darle una sorpresa. Afortunadamente para Paco, una indiscreción de su padre ante el carnicero le permitió conocer el plan. Paco sintió una sacudida de alegría - ¡iba a tener una moto! - Pero en aquellos años Ángel Nieto era el ídolo de la juventud motorizada de nuestro país y así, Paco, tras un par de convincentes charlas con su padre, le convenció sin mayores problemas de que su gran ilusión no era una Mobylette, sino una Derbi 75 cc Gran Sport. Le enseñó el Motociclismo que traía la prueba – prueba que Paco y su hermano habían leído y releído mil veces – y le convenció.

- ¿Es esta la que quieres, hijo? Yo había pensado que…
- No, papá. Muchas gracias por la alegría que me has dado, pero mi gran ilusión es esta Derbi. ¿Sabes? La tienen en la tienda del pueblo de al lado. ¿Quieres que vayamos a verla?
- No hace falta, hijo. Si tanto te gusta… pues adelante con ella.
- ¡Gracias, papá!

Don Julián, viendo que el mayor coste de la moto que su hijo quería podía ser asumido sin mayores problemas, cuando Paco cumplió 16 años y un mes exactamente, padre e hijos celebraron el aprobado del carnet de moto de Paco, el ansiado A1, con una visita muy productiva al concesionario Derbi ese mismo día, el cual tenía en su escaparate una bellísima Derbi 74 Gran Sport roja desde hacía tres meses. Los dos hermanos habían pasado horas y horas extasiados ante ella. Tanta era su afición e ilusión que no les importaba caminar, a veces hasta tres veces por semana, hiciera frío, lluvia, nieve o calor, los ocho kilómetros que separaban ambos pueblos. Los dos hermanos juraron que aquella bellísima maravilla de la fábrica de Martorellas, que silenciosamente esperaba que alguien la sacara a rodar por las carreteras de España, algún día sería de uno de ellos.

Paco siempre fue muy generoso con su hermano pequeño Ismael. La orfandad y las privaciones, así como el magnífico ejemplo que su padre les daba todos los días, les había unido a sangre y fuego para toda la vida. Así, como no podía ser menos, Paco compartió con su hermano pequeño no solo todo el preludio de la compra de la moto, sino luego la compra en sí y el disfrute posterior. Ismael estaba entusiasmado y absolutamente feliz con el nuevo miembro de la familia. Aunque no tenía edad reglamentaria para sacarse el ansiado carnet A1, ayudaba a Paco a tener la moto limpia como una patena y a punto en todo momento. Ambos compartieron muchas horas de trabajo y diversión sobre la 74 GS. Aquello no sólo les hizo más felices a ambos, sino que sirvió para reforzar, si cabe, aún más sus lazos de amor fraternal. Paco insistía en que lo más importante era primero hacer un rodaje perfecto de 2000 Km. Luego le enseñaría a conducirla una vez que el mismo estuviera realizado. Pero su casa lindaba con un muy transitado cuartel de la Guardia Civil, así que Ismael, cuando probaba la moto de su hermano sin carnet, tenía que andarse con sumo cuidado para que ningún agente le pudiera sorprender.

Finalmente llegó el día en que Ismael cumplió también los 16 años. Su padre, viendo a los dos hermanos tan unidos y tan felices como consecuencia del buen uso que hacían de esa pequeña maravilla y de lo bien que hablaban de ella, decidió romper la caja de sus modestos ahorros y, dándole la gran sorpresa el mismo día de su cumpleaños, Ismael se encontró con que a la puerta de su casa había otra flamante Derbi 74 GS, roja también, idéntica a la de su hermano… Eso sí, con la condición de que únicamente la condujese cuando aprobase el carnet. Dicho y hecho; Ismael lo tenía en su mano cuatro larguísimas semanas después.

Ismael fue el chico más feliz del mundo durante los siguientes meses. Pronto los dos hermanos recorrieron juntos todas las carreteras de su provincia y limítrofes a lomos de sus magníficas Derbi.

Llegó el día en que Ismael cumplía 18 años. Paco pensó que su hermano se merecía un regalo muy especial. Aunque el casco no era obligatorio por entonces, el sentido común de ambos hermanos les llevó a utilizarlo cuando rodaban por las carreteras comarcales. Sus pequeños recursos económicos no les permitía más que unos modestos Climax. Por ello Paco tiró de sus escasos ahorros – todo fuera por su hermano pequeño - y le compró un integral AGV, marca que era la del campeonísimo italiano Giacomo Agostini, a quien nunca habían visto en acción ni siquiera por televisión, pero al que ambos admiraban fervientemente tras la lectura minuciosa de cada Motociclismo cada mes desde que eran niños.

Para ese día tan especial su padre y él le prepararon una pequeña fiesta de cumpleaños; Los regalos serían el AGV integral y, por parte de su padre, una camiseta con una foto de Ángel Nieto sobre la Derbi 50 de Gran Premio. Todo estaba preparado para cuando Ismael viniese de trabajar. La mesa estaba puesta, la tarta con velas y el vino especial para la fecha también. La camiseta estaba pulcramente doblada encima del plato y el radiante AGV tomaba posesión de la silla habitual de Ismael.

Pero a Paco, pese a estar emocionadísimo con la fantástica sorpresa que le iban a dar a su hermano, no le pareció adecuada esa puesta en escena tan simple.

- Papá: ¿sabes lo que te digo?
- ¿Qué, hijo?
- Que Ismael se va a llevar una gran alegría, pero… Podíamos hacerlo mucho mejor.
- ¿Mejor? ¿Te parece poco lo que…?
- No, no, papá. No es eso. Me refiero a que podemos hacer las cosas de otra manera. Verás. Por supuesto que le va a gustar tanto el casco como la camiseta, pero esto merece darle más chicha al asunto.
- ¿Chicha? ¿Quieres que compre unos pasteles?
- No, hombre, no. Qué cachondo eres, papá. Mira, me refiero a que nuestros regalos deben estar en un ambiente de motos…

Su padre le miraba sin comprender.

- Sí, mira. Se me está ocurriendo que podía meter su moto aquí en el salón y que, al entrar, la viera con el casco sobre el depósito y tu camiseta desplegada sobre el asiento… ¿Qué te parece?

Don Julián, que no podía negarle nada a cualquiera de ellos, se encogió de hombros y sonrió.

- Muy bien, hijo. Si esto te hace feliz…
- Sí. Ya sé lo que vamos a hacer. Mira, voy a traer su moto y la voy a dejar aquí en el salón. Tú trae la camiseta.
- Bueno, muy bien. ¿Pero no nos pillará tu hermano?
- No sé. ¿Qué hora es?
- Las tres. Estará a punto de venir.
- Es verdad. Bueno, pues si aparece habrá que distraerle de alguna manera para que podamos preparar la cosa.
- ¿Y qué has pensado, hijo?
- No sé. Cualquier cosa se me ocurrirá.

Justo en ese momento Ismael entraba por la puerta principal. Paco salió como un rayo hacia él. Le abrazó lleno de energía, intentando que no entrara más a fin de que no pudiera ver los regalos en el salón.

- ¡Isma, felicidades otra vez, chavalote!
- Gracias, Paco, muchas gracias. Oye, ¿está papá? Tengo un hambre… Qué, ¿comemos ya?
- Hola, hijo. Aquí estoy. Muchas felicidades también. ¿Qué tal estás?
- Pues bien, papá, pero cansado. Menuda mañanita hemos tenido… Oye, Paco, déjame pasar, hombre. Vamos a comer ya, que tengo que volver pronto al curro…
- Pues verás, Ismael – dijo Paco -. Le tienes que hacer un favor a papá. Esta mañana, bueno, hace unos veinte minutos o así, ha estado en el cajero y cree que se ha dejado la tarjeta puesta. ¿Te importa ir a ver si todavía está allí? Por favor…

Don Julián sonrió para sus adentros. Qué astuta era la ocurrencia de Paco. El cajero estaba a cinco calles de la casa, así que ir a recuperar la tarjeta y volver suponía tiempo suficiente para realizar el nuevo plan.

- Mira que eres despistado, papá. En fin, vuelvo en seguida.
- Gracias, hijo. Voy calentando la comida.
- Hasta luego, papá.

En cuanto Ismael desapareció por la primera esquina, Paco corrió hasta el garaje. Allí descansaban las dos Gran Sport, ambas impolutas, brillantes, cuidadas y mimadas como si fuesen las joyas de la corona británica. Su propia moto tenía 4579 Km en el cuentaKm; la de su hermano marcaba 2031. El rodaje de esta nueva moto – tan cuidadoso y bien llevado como el de su propia moto – había acabado. Cogió la de su hermano – eso sí, antes le endosó un sonoro beso a la suya propia en el depósito – y la sacó a la calle. Luego la metió en la casa a través de la puerta principal y la aparcó convenientemente en el comedor.

- ¡Papá, la camiseta…!
- Aquí está, hijo. Toma, desdóblala tú y ponla como quieras.
- Sí, mira. La despliego sobre el asiento para que pueda ver a Nieto desde la entrada. Y el casco… aquí. Ojo, papá, que puede caerse. Ten cuidado.
- No te preocupes, que no lo voy a tocar. Oye, me gusta mucho tu idea. Creo que tu hermano se va a llevar una gran sorpresa.
- Eso espero…

El padre sonrió abiertamente y por dentro vibró de alegría. Qué dos hijos tenía. Eran magníficos: buenas personas, honrados, trabajadores, cariñosos, se llevaban de maravilla… Qué consuelo para una pérdida tan dura como la muerte de su mujer cuando los niños daban ya sus primeros vueltas en bicicleta.

- Ya está todo listo, papá. ¿Y la comida?
- En seguida estará, hijo. Ya está al fuego.

Paco y su padre abrieron unos botellines, se sentaron a la mesa y esperaron..

Pero… Ismael nunca vino. Cuando empezaban a impacientarse, un guardia civil del cuartel apareció en la puerta con la cara totalmente demudada. Era el comandante del puesto. Conocía perfectamente a la familia.

Y prefirió no andarse con rodeos. Y les contó directa, lisa y llanamente lo que había pasado…

Ismael había sido asesinado por un yonqui del pueblo vecino que pretendía robar a punta de navaja a una mujer, la señora Lucía, que acababa de sacar dos mil pesetas del cajero automático del banco del pueblo. Según un testigo presencial, Ismael – sin duda movido por su generosidad y valentía -, intentó evitar el atraco. Pero el yonqui, preso de un terrible síndrome de abstinencia, le asestó una puñalada en el estómago y otra en el corazón. Ismael murió casi en el acto.

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El asesinato de su hermano sumió a Paco en una depresión de la que tardó varios años en salir, pues ni a él ni a su padre, ni a nadie de sus amistades y conocidos, se les pasó siquiera por la cabeza la posibilidad de acudir a un profesional de la psiquiatría. Y es que en aquellos años muchas enfermedades mentales simple y llanamente no eran tratadas por profesionales. Durante un larguísimo período de tiempo Paco perdió todo el interés por la vida. Se sentía culpable de lo que le había pasado a su hermano. Si no hubiese planeado esa tontería – así pensaba él - de haber metido la moto en el salón para darle una sorpresa – estúpida, pensaba él -, su hermano no habría ido al cajero y el drogadicto no le hubiese asesinado. Preso de una desesperanza sin límites, y ya sin capacidad para derramar más lágrimas, no sólo abandonó sus estudios de FP y su trabajo, sino que también rompió con sus amigos, se aisló del resto del mundo y se sumergió en un profundo abismo, teniendo muy serios y continuados deseos de poner fin a su vida, preso sin solución de una crisis terrible que le mantenía en un infierno en vida. Lo único que mantuvo de su vida hasta entonces fue la pareja de las Gran Sport, las cuales seguían teniendo en sus cuentakilómetros las mismas cifras que marcaban aquel fatídico día. Cuando se sentía con un poco de ánimo – raros momentos en su vida de entonces – arrancaba las dos motos, les hinchaba las ruedas y les quitaba el polvo por encima, pero todo siempre dentro del garaje de su casa del pueblo o a lo sumo en la acera, siempre esquivando la mirada inquisitorial del guardia civil de la puerta del cuartel de al lado. A causa de la infinita tristeza interior había perdido toda la ilusión por volver a montar en moto.

Un día, muchos años después del asesinato de su hermano y algún tiempo después del fallecimiento de su padre, cuando ya parecía que su larguísima depresión había desaparecido para siempre, un vecino, un buen amigo que conocía con detalle la historia del quinteto, le ofreció comprarle las dos motos.

- Pues no sé qué decirte, Jesús. Tengo mucho cariño a las dos. Mi Gran Sport es la única moto que he tenido en mi vida. Y la de mi hermano es el mejor recuerdo que tengo de él. Nunca la vendería. Tampoco vendería su AGV.
- Lo entiendo, por supuesto. Pero piénsatelo bien. Si quieres me conformo con una. La que tú me digas. Me da igual una que otra. A fin de cuentas son idénticas.
- No sé, me pones en un compromiso y no me gusta tener que decirte que no, Jesús.
- La que quieras, Chispas. Y, por ser tú, te la pago bien.
- Hmmm…

Esta conversación y otras similares tuvieron lugar decenas de veces. Paco seguía sin dar su brazo a torcer. A fin de cuentas las motos no le costaban nada económicamente – no pagaba ni el impuesto de circulación – y, aunque no estaba sobrado de dinero, su trabajo como hombre-para-todo en la construcción le daba para vivir con cierta holgura, sin grandes lujos ni caprichos. Podía mantener la casa heredada de su padre y hasta tenía unos ahorrillos en la Caja de Ahorros del pueblo. Así pues, ¿qué necesidad tenía de vender sus recuerdos?

Pero un mal día todo se le vino abajo otra vez. Una sucesión encadenada de desastres le llevó nuevamente a la desesperación.

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Para empezar había caído en la trampa que Alberto, el nuevo y joven director de la Caja de Ahorros, tendió a todo el pueblo: las terriblemente famosas acciones preferentes. El tal Alberto era todo un dechado de simpatía. Era alto, apuesto, atractivo, delgado, siempre bien vestido, perfectamente peinado y extremadamente educado en todos sus gestos y palabras. Muy pronto se metió en el bolsillo a la mayoría de la población del pequeño pueblo, empezando por las chicas jóvenes, quienes cayeron irremisiblemente enamoradas ante la novedad que su presencia en este sencillo y aburrido pueblo supuso. Luego siguieron sus madres, quienes pensaron que Alberto sería un yerno magnífico. Luego cayeron cautivados sus padres, que pensaron que un joven tan notable a la fuerza tenía que poseer todas las buenas cualidades del ser humano.

Cuando Alberto comenzó su campaña para captar los fondos de los incautos habitantes del pequeño pueblo hubo colas ante su propio despacho para firmar aquellas promesas de enriquecimiento seguro y garantizado que la Caja ofrecía cual nuevo regalo de Dios a la Humanidad. Y entre los que confiaron todos sus ahorros a la Caja estaba Paco.

A la vez, casi sin darse cuenta, el trabajo en la construcción empezó a ir cada vez peor. Paco, como tantos otros españoles, dependía de ella. La burbuja inmobiliaria estalló y Paco, como miles y miles de autónomos y trabajadores, se encontró de repente en el paro. Y empezó a escasear el dinero, por lo que tuvo que aceptar trabajar para el Ayuntamiento del pueblo, que tenía fama de pagar tarde y muy mal, o simplemente de no hacerlo. Pero como Paco no quería tocar sus ahorros, que seguramente serían ya el doble de lo que metió, aceptó trabajar para la Casa Consistorial confiando en que el nuevo alcalde fuese como debe ser una persona.

Terrible error. Cuatro meses después de haber acabado la nueva instalación de electricidad del Ayuntamiento, el nuevo alcalde decidió, simplemente, no pagarle tampoco. Paco se desesperó. Sus gastos diarios eran los mismos de siempre – bueno, todo era cada vez más caro -; él había trabajado como un chino, lo había hecho perfectamente y hasta el jefe de obras le había felicitado por su eficacia… ¿Y no iba a cobrar? Cuando intentó protestar ante el regidor se dio cuenta de que este tipo era tan incompetente como el anterior. O incluso peor, pues había contratado no uno, sino ¡dos! guardaespaldas, que pronto fueron su sombra día y noche. Dos tipos bastante malencarados que, desde el momento de su contratación, aseguraron la impunidad y el aislamiento total de su nuevo jefe.

Pero casi simultáneamente pareció que la suerte volvía a estar de su lado. En un pueblo de la provincia de al lado, aunque a 63 Km de distancia, se estaba levantando una mansión impresionante sobre los escombros de una vieja granja de pollos. El proyecto, que estaba bastante avanzado, era faraónico. Casoplón de tres alturas, diez cuartos de baños, veinte habitaciones, tres salones, garaje para cuatro coches, dos piscinas, circuito cerrado de TV, alarmas… Su nombre era muy imaginativo: “La Ponderosa”. El presupuesto era de varios millones de euros. Paco acudió como loco a ver si le daban trabajo cuando se enteró de que el anterior electricista había tenido que dejar el trabajo repentinamente por algún tipo de enfermedad que nadie le supo explicar. Y lo consiguió, pues su buen nombre como profesional de la construcción le precedía.

El contrato que firmó con el jefe de obra era criminal, pero era lo que había. Ya se lo dijo el primer día:

- Mira, Chispas – así es como te llaman. ¿no? - Esto es lo que hay. Si no lo quieres hay un polaco y un rumano que harían lo mismo que tú a mitad de precio. Y además de la electricidad tendrás que echar una mano donde hagas falta. Descargar camiones, ayudar a los albañiles, pintar, instalar la verja… Porque me han dicho que tú sabes hacer de todo, ¿no?

Paco asintió y aceptó. Estaba claro que le iban a sacar hasta la última gota de sudor. Pero no estaba en condiciones de imponer su opinión ni discutirle al jefe.

Para cumplir con el plazo de entrega tendría que, además de desplazarse hasta tan lejos pagándose todo el gasto de transporte de su bolsillo, trabajar diez horas diarias seis días a la semana durante 3 meses. Cobraría 650 euros al mes únicamente. Pero si la obra estaba acabada totalmente en ese periodo de tiempo, entonces le remunerarían con 9000 euros.

- Pero sólo si se cumple el plazo, ojito, Chispas y los demás que me estáis oyendo.

El fantasma del paro, ya convertido en realidad cruda y despiadada, llevaba tiempo copando las portadas de todos los periódicos todos los días. O eso o el hambre. Y el Chispas aceptó – que no firmó - este trato con resignación. Pero también con determinación positiva. Él era muy bueno; lo había sido siempre y lo iba a demostrar nuevamente.

Los tres meses pasaron volando. Paco y los demás se habían dejado la piel y se pudo cumplir con el tiempo previsto. Habían cumplido perfectamente con su parte.

Pero cuando llegó la hora de cobrar la indemnización prometida allí no apareció nadie. Bueno, alguien sí apareció: el presunto dueño de la mansión. Pero nadie pudo ni verle la cara. Se encerró a vivir en ella, conectó las alarmas, cerró la altísima verja, soltó varios Doberman por el jardín… y Paco y los demás se quedaron a dos velas y sin cobrar. Lo único que consiguieron fue la brevísima aparición, en una única ocasión, de un joven engominado y con gafas oscuras que, siempre parapetado tras la verja, se dirigió a los obreros concentrados ante ella diciendo que “si tenían algo que reclamar, que fuesen a los tribunales”.

Mientras la indignación de sus compañeros clamaba por pegarle fuego a la casa si lograban llegar hasta ella, Paco, nada amigo de la violencia, recordó que aún tenía algunos ahorros en la Caja. Paco tenía que pagar una deuda muy importante. A raíz de un terremoto de intensidad media baja de la zona se había desplomado el techo de dos dormitorios de su casa y de parte del salón. También debería reponer el suelo en toda la casa, reparar algunas humedades, la lavadora estaba en las últimas, la televisión no funcionaba y su viejo Megane ya tenía 280.000 kilómetros. Dado que del Ayuntamiento no cobraba y que el sinvergüenza de la mansión le había explotado y robado vilmente, la única salida que le quedaba para seguir adelante era recuperar su dinero.

Cuando entró en la Caja de Ahorros – hacía seis o siete meses que no la visitaba, pues no había necesitado ningún servicio bancario - se sorprendió de no ver ninguna cara conocida. En esa pequeña sucursal sólo había tres empleados: Alberto y dos chicas jóvenes que venían de la otra punta de España. Pero ahora no estaba ninguno de esos tres mencionados. En su lugar había dos chicos muy jóvenes trajeados con aspecto de estar muy nerviosos – quizás es porque era su primer empleo, pensó Paco caritativamente – y un hombre de más edad – unos 55 años, calculó Paco – con aspecto de querer mantener las distancias en todo momento y sin querer casarse con nadie. Este hombre de fino bigotillo y pelo corto y rizado, malencarado y ciertamente repulsivo, sin duda era, el sustituto de Alberto. Su rostro, sin saber Paco aún por qué, reflejaba irritación, malas pulgas y mucha soberbia. Cuando hablaba nunca miraba a los ojos. No era un tipo agradable.

- Buenos días. ¿Está Alberto?
- Buenos días. No, Alberto ya no está. Yo le sustituyo. ¿Qué desea?
- Bueno, tengo aquí mis ahorros y quería retirar la mitad.
- Pase a mi despacho, por favor.

Los dos pasaron dentro.

- Dígame su DNI, por favor, don…
- Paco. Aquí tiene usted.
- Por favor, tome asiento.
- Gracias.

El nuevo director leyó los datos del DNI, tecleó algo en el ordenador y se quedó mirando fijamente la pantalla durante un buen rato, con la cara totalmente seria y sin pronunciar más que “Acciones preferentes… Ya”. Tras una espera que empezó a poner nervioso a Paco, el director anotó un número bastante largo en un papelito, se levantó con él en la mano, se dirigió al armario empotrado de un lateral de su despacho y localizó un expediente que tenía ese mismo número en la portada.

Luego le dejó en la mesa ante sí y abrió la puerta del despacho. Asomó la cabeza y dijo:

- Juan, Víctor. Entrad y aprended.

Y los dos chicos entraron. Irradiaban nerviosismo. Tampoco miraron a los ojos a Paco. El director se sentó en su butaca, enfrente de Paco.

- Bueno, don Francisco. Aquí está su expediente. Verá, le voy a enseñar algo. ¿Es ésta su firma al final del documento?

Y volteó el expediente para que Paco lo viera.

- Sí, es mi firma. ¿Por qué?
- Lea usted aquí, haga el favor.
- ¿El qué exactamente?
- Este párrafo…

Y Paco leyó: “El abajo firmante recuperará el total del capital ingresado más los intereses devengados que el depósito haya generado, el día treinta y uno de diciembre de dos mil ciento doce…”

El párrafo estaba perdido en medio de otros doscientos artículos más, cada uno más ininteligible que el anterior. El expediente constaba de quince folios. Y la fecha, obsérvese, estaba escrita en letra, no en números.

Paco pegó un bote en su silla.

- ¿2112? Pero eso es dentro de un siglo. Esa fecha está mal…
- Me temo que no. Mire aquí.

El director pasó dos hojas y le señaló otro artículo más perdido en la inmensidad del expediente:

- “La fecha mencionada anteriormente, treinta y uno de diciembre de dos mil ciento doce, supondrá el día en que todas las obligaciones contractuales entre ambas partes queden definitivamente extinguidas por el acuerdo mutuo aquí firmado por ambas partes…”

Paco sujetaba el expediente con temblores en las manos. Los ojos se le estaban saliendo de sus órbitas y su boca se quedó instantáneamente seca.

- Pero, pero…
- Y esa fecha aparece hasta tres veces más en el documento que usted ha firmado.

Paco no podía articular palabra. El temblor pasó de las manos al resto del cuerpo.

- Pero, pero...
- Lo lamento mucho, Don Francisco. Esto es lo que usted ha firmado.

Y el nuevo director cerró el expediente, juntó las manos, cruzó las piernas y los dedos, se reclinó en su butaca y se quedó mirando al cuadro de la pared que estaba detrás de “Don Francisco”.

Paco, que siempre había sido un hombre muy pacífico y jamás había reñido con nadie ni participado en peleas, sintió que la sangre le explotaba en el corazón. Una ráfaga impresionante de un calor infernal se apoderó de su cuerpo. Un odio brutal e incontrolable le invadió. Pegó un salto en su silla dispuesto a agredir a ese fulano que con tanto desprecio e indiferencia le estaba demostrando cómo había sido engañado vilmente por el tal Alberto y la Caja de Ahorros de su propio pueblo.

Pero apenas pudo incorporarse en su silla para agredir al director, porque cuatro manos, dos en cada hombro, se lo habían impedido con mucha energía. Paco miró alternativamente y lo comprendió. Eran los dos jóvenes de la oficina. Ambos tenían las caras desencajadas. No habían entrado para aprender. Eso lo decían delante del cliente para que no hubiese sospechas. Estaban ahí para evitar que la gente como Paco volcase su ira sobre el director.

En ese momento un hombre irrumpió en el despacho. Paco giró la cabeza y le reconoció. Era Laureano, el cartero. Su cara estaba totalmente roja de ira.

- ¿A ti también te han robado estos hijos de pu**, Paco?

Los dos jóvenes le soltaron e hicieron frente al cartero. No les fue difícil, pues Laureano era muy menudo. Se produjo una situación de enorme tensión. Paco miró a los dos chicos. Ambos estaban temblando. Sintió pena por ellos. Estaba muy claro que los habían contratado para evitar que al nuevo director le sacudieran. Parecían dos recién licenciados. Obviamente su trabajo no era ese. No podía serlo jamás. Pero seguramente a ellos… bueno, nada de seguramente: CON TODA SEGURIDAD también la Caja de Ahorros les había burlado. Pero el que no le dio ninguna pena fue el director. El asco invadió a Paco. ¿Cómo podía prestarse a semejante asunto?

Laureano, viendo que los dos jóvenes le impedían el paso, miró a su alrededor, cogió una estatuilla de un estante, la estrelló contra el suelo y se encaró con el director desde la distancia que los dos jóvenes le permitían.

- ¿Qué? ¿Cuánto os pagan por ser tan hijos de pu**? ¿Y mi dinero, coñe? ¿Dónde está mi dinero, so cabrón? ¿Tú también te vas a ir a vivir a La Ponderosa, cacho desgraciado?

El aludido no respondió. Siguió sin mirar a nadie a los ojos.

- ¿La Ponderosa? – dijo Paco -. ¿Pero qué tiene que ver con esto, Laureano?

- joer, Paco, ¿es que no lees la prensa ni ves la tele? ¿Es que no sabes que esta pu** Caja ha quebrado por ¡ROBOS! a gente como tú y como yo? ¿Y que el hijo de pu** que la presidió se ha marchado con una indemnización de once millones de euros y, entre otras, se ha hecho la horterada esa de “La Ponderosa”?

Paco abrió la boca como un pez. No sabía nada de esto. Laureano tenía razón. El era feliz sin leer la prensa ni ver el Telediario. Total, no había más que malas noticias, así que, ¿para qué preocuparse?

La discusión se acabó en ese momento. Tres guardias civiles de la Casa Cuartel del pueblo, sin duda advertidos por algún tipo de alarma silenciosa, irrumpieron en el despacho, sacaron con determinación a Laureano y a Paco de la habitación y les pidieron educadamente que se fueran de allí inmediatamente.

Así lo hicieron ambos, no sin antes echarle una mirada muy, muy profunda de odio, del mayor odio que nunca jamás un hombre pudiese sentir, hacia el nuevo director, un ser absolutamente detestable que únicamente en ese momento se dignó mirarles a los ojos desde su posición, inmutable, como ajeno a lo que estaba pasando.

Desde luego, si las miradas matasen Laureano y Paco estarían condenados a cadena perpetua. Pero el nuevo director, el presidente de la Caja y el tal Alberto serían pasto de los buitres y de los gusanos para toda la eternidad.

Uno de los guardias civiles se dirigió a Paco apenas salieron del local. Ambos se conocían de vista. Era un joven muy alto, atlético y de mirada franca. Parecía un buen tipo. Se dirigió a Laureano y Paco en voz intencionadamente alta: “Lamento haber tenido que cumplir con mi trabajo. A mí también me han dejado sin los ahorros que tenía para comprarme una casita en Mérida”.

Esto fue recibido nítidamente por el fulano de la Caja.

Pero no se inmutó.

Frunció los labios con desprecio, se dio media vuelta, entró en su despacho más estirado que un pavo real y cerró de un fortísimo portazo.



Última edición por Ducalense el 18/9/2012, 16:59, editado 1 vez
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Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 3 Empty Re: Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor.

Mensaje  Ducalense 18/9/2012, 17:01

Capítulo 7: EL INTENTO DE SUICIDIO.


El pobre Paco estaba totalmente desolado. La empresa que le había reparado la casa le urgía al pago y le amenazaba con el embargo. Pese a que la caída del techo se había debido a un terremoto que dejó numerosos daños a muchas viviendas del pueblo, las prometidas ayudas del Gobierno nunca llegaron. Así que Paco se vio obligado a aceptar la oferta de su vecino Jesús. Con harto dolor de su corazón tendría que desprenderse de una de las dos 74 Gran Sport. ¿De cual de ellas? La suya era suya; le recordaba su juventud, le recordaba a su padre y también a su hermano. Le recordaba las tardes y tardes de felicidad que ambos habían pasado juntos, bien pilotándolas, bien cuidando de ellas como si de un bebé se tratara. Todo eso pesaba mucho a la hora de la decisión. Pero la de su hermano pequeño también era algo de lo que no quería desprenderse. Esa moto y el casco AGV del día de su asesinato eran los recuerdos más intensos y notables que quería conservar de él.

Finalmente decidió vender su moto. Aunque seguía pareciendo salida de la fábrica – salvo por el polvo acumulado tras algunos años de práctica inactividad- , tenía más Km que la otra. Vender su propia moto significaría poder conservar la de su hermano Ismael, de quien se acordaba con mucha frecuencia y cuyo recuerdo le dolería toda la vida, pues, pese al tiempo pasado, el sentimiento de culpabilidad le martirizaría hasta su último aliento.

- Oye, Jesús. Te voy a dar una noticia. Te vendo mi moto.
- ¡Qué alegría me das! ¿Cuándo me la puedo llevar?
- Pues cuando quieras. Bueno, hace uno o dos meses que no las arranco, así que, si no te importa, dame un par de días para que la limpie y te la deje a punto.
- Ya sabes que te compro las dos…
- No, Jesús. La moto de mi hermano se queda en casa…
- Lo comprendo. Bueno, ¿pues cómo lo hacemos?
- Muy fácil. Hoy es jueves. Yo creo que puedo trabajar con ella el sábado o el domingo por la mañana. El lunes quedamos después de comer. Pásate y te invito a café y copa. Yo habré llevado por la mañana los papeles al gestor. Tú me pagas y todo tuya. ¿Te parece?
- Perfecto, Chispas. Te doy cien mil pelas. ¿Hace?
- Sí. Me parece bien. Ya sé que la vas a cuidar.
- Por supuesto. Oye, ¿saldremos a dar vueltas juntos?
- No creo, Jesús. Las motos no tienen seguro y estoy fatal de pasta… Además no estoy bien de ánimo. Todo me sale mal. No me apetece ni montar en moto…
- Sí. Ya he visto lo de tu casa. A la mía no le pasó nada, pero a la de mi vecina la Juliana se le cayeron el granero y el gallinero cuando estaba dentro. Menos mal que sólo se rompió una muñeca.
- Ya, pobre mujer. Bueno, pues quedamos en eso. El lunes vienes por casa, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, amigo. ¡Cuídame la Derbi, chaval!
- Eh, que todavía no es tuya… Hasta luego, Jesús.

Y el domingo por la mañana se puso manos a la obra. Con todo el cuidado del mundo quitó el candado a su Gran Sport, la colocó en el centro del garaje, cogió un cubo, una esponja y un cepillo y en media hora escasa la Derbi relucía como nueva. Una pasada con trapos limpios secaron en un periquete los cromados y la pintura. El depósito estaba casi lleno. Así se lo dejaría a Jesús. Era un buen tío y no le iba a racanear en eso.

Ahora tocaba poner la moto en marcha. Paco recordó que en la última ocasión que arrancó la moto ésta había tenido – cosa muy poco frecuente – alguna explosión falsa. Como su deber era dejarle la moto a Jesús en perfecto estado, Paco pensó que sería buena idea limpiar la bujía antes de arrancarla. Y así lo hizo. Parecía estar bien; su color era el habitual y, quitando esos pequeños rateos de la última vez, no tenía por qué fallar. Paco volvió a montarla y abrió la puerta del garaje. Era el momento de la prueba.

Paco asomó la cabeza con cuidado. Eran las once de la mañana. No había nadie en la calle. Miró hacia el cuartel. Todo estaba en calma. No se veía a ningún agente en la puerta. Bien. Podría salir sin ser visto ni molestado.

En frente de la casa de Paco y del cuartel había un descampado en forma de bañera del tamaño de un campo de fútbol pequeño. Tenía la ventaja de que, apenas se acababa la acera, había un desnivel en cuesta abajo de no mucha pendiente que llevaba a la gran planicie inferior, zona ciertamente amplia desde la cual el cuartel no se veía. Por lo tanto tampoco los guardias civiles le verían a él cuando arrancase la moto allí abajo. Allí había muchos matojos, escombros y basura, pero también unos caminos de tierra dura que habían servido antaño como pista de motocross para los pocos jóvenes del pueblo que tenían un ciclomotor y que disfrutaban rompiendo las suspensiones y levantando polvo... Todo aquello duró hasta que levantaron y habitaron el cuartel, momento en el cual las carreras y piques entre los jóvenes del pueblo pasaron, obviamente, a la historia.

Paco sacó ligeramente la Gran Sport del garaje, volvió a confirmar que no había moros en la costa, cruzó la calle a la carrera, la subió la acera y se tiró silenciosamente por un estrecho caminillo hacia el fondo. Una vez abajo del todo confirmó nuevamente que no había nadie mirando. Entonces abrió el grifo de gasolina, cebó el carburador y dio una patada una tanto enérgica.

Nada. La Derbi no arrancó.

Paco dio otra patada. Nada. El motor seguía mudo.

Y otra. Y otra. Y otra más. Nada. No había respuesta.

Con un gesto de sorpresa y de cierto desconcierto, Paco decidió pasar a la acción. Metió primera, apretó el embrague, cogió un poco de velocidad y se dejó caer sobre el asiento.

Nada. El motor seguía sin responder.

Paco insistió en su carrera. Pero no hubo suerte. Empujó y empujó, pero no lo consiguió. Paco empezó a sudar. El sol apretaba de lo lindo y en ese solar ardiente el calor era alto.

A la enésima carrera el motor empezó a dar pequeñas explosiones, pero poco más. Paco empezaba a desesperarse, pues esos buenos síntomas no iban a mejor. Paco estaba seguro de haber ahogado el motor. Qué rabia; ninguna de las dos motos había arrancado mal jamás.

Finalmente, cuando Paco rayaba en la desesperación y el sudor y él ya eran uno solo, el motor de su Gran Sport entró de repente en el mundo de los vivos, eso sí, echando por el escape un intensísimo humo blanco. Paco aceleró a fondo varias veces. El motor seguía dando síntomas de fallos de encendido. ¿Sería la bujía? ¿O quizás algo de porquería en algún paso del carburador?

Por fin esos fallos desaparecieron y el motor respiró con normalidad, aunque seguía echando mucho humo blanco. La cosa estaba clara. Paco debía hacer funcionar el motor durante un rato para que todo volviese a la normalidad.

Miró hacia arriba y alrededor. No se veía un alma. Mejor.

Engranó la primera velocidad, soltó el embrague con delicadeza y la Gran Sport se puso en marcha. Paco siguió el trazado más largo del viejo circuito de motocross, entre otras cosas porque era el que estaba en mejor estado y que, en consecuencia, era el menos rompedor para su amada moto. En la corta recta principal podía apurar las tres primeras marchas. Tuvo que hacerlo varias veces. Por fin el motor dejó de echar humo y fue capaz de mantener perfectamente el ralentí. Ya estaba solucionado. El motor iba redondo y todo había salido a la perfección.

Paco miró a su alrededor. Como no había nada de viento en esa mañana tan calurosa, toda la planicie estaba cubierta por una capa de polvo y humo blanco. Esa imagen le recordó algo que había visto cuando era pequeño: un motocross en un pueblo cercano. A esa carrera acudió con su hermano y su padre, pero hubo tanto polvo y tanto ruido que decidieron marcharse a las pocas vueltas de la primera manga. Nunca supieron ni quién había ganado ni siquiera si la carrera acabó. Se marcharon de allí muy desilusionados. Aquello no se parecía en nada a lo que esperaban cuando fueron con tanta ilusión.

Paco sintió una oleada de afecto hacia su queridísima Derbi, aunque también algo de melancolía. Pobre motito suya. La maldad y el egoísmo de unos indeseables le habían forzado a desprenderse de ella.

Pero entonces el mundo le golpeó de pleno en el alma, allá donde más le podía doler…

Dos guardias civiles del SEPRONA, sobre sendas Yamaha de enduro, habían descendido a toda velocidad por la pendiente y se plantaron ante él.

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Paco se quedó helado. Entre el susto, el calor y la sed intensísima y repentina que le había entrado no podía ni hablar.

- Buenos días. Documentación, por favor.
- Eh, yo, yo…
- Y la del vehículo también, por favor.
- Pero yo, yo…
- Venga, dese prisa, por favor. Enséñeme toda la documentación como le he dicho.

Paco balbuceó con mucha dificultad. A pesar del intenso calor y del increíble sofoco que esta situación le estaba produciendo, el temblor se había apoderado de él. Intentó explicar quién era, dónde vivía y lo que hacía allí. “- Vivo ahí arriba y por eso no he traído ningún papel –“, imploraba. Y casi les contó su vida. Los dos guardias civiles le escucharon con aparente atención, pero con mucho distanciamiento. El más alto llevaba la voz cantante. El otro no abrió la boca en ningún momento, si bien asintió en todo momento a las afirmaciones que su compañero hizo.

El guardia civil le enumeró todas las infracciones que Paco había cometido: no portaba encima ninguna documentación ni carnet de conducir y no llevaba casco. Por confesión propia la moto no había pasado nunca ninguna ITV; en consecuencia tampoco llevaba visible la oportuna pegatina. Y tampoco tenía seguro. Por las infracciones hasta aquí cometidas, y aplicando la legislación vigente – que estaba en vigor desde que la famosa Robustiana fuese nombrada directora genera de la DGT -, la moto debía ser conducida inmediatamente a una estación de ITV para ser sometida a la misma en ese mismo momento. Además, el vehículo quedaba confiscado por carecer de seguro. Y él debería ser llevado a la comisaría o al cuartel para ser identificado, acto tras el cual debía ser acompañado por un agente hasta el lugar donde guardase toda la documentación personal y del vehículo que no se hubiese aportado hasta entonces.

Con una angustia casi infinita y un hilo de voz Paco preguntó:

- Y la multa por todo esto, ¿a cuánto asciende?

El tiempo de respuesta del agente se le hizo eterno. Con el corazón bregando por salirse a través de las sienes oyó:

- Pues calcule usted alrededor de seis mil euros. Pero eso no es todo.

Paco intentó tratar saliva, pero no pudo. No tenía. El temblor ya era general.

- ¿Cómo..?

La camisa, pese a estar empapada, no le llegaba al cuerpo del pobre Paco.

- ¿Es que hay más?

Hubo un silencio cruel que a Paco se le hizo una eternidad. Por fin el guardia civil alto habló.

- Sí. Usted ha cometido una infracción administrativa que está severamente penalizada.

- ¿Adminis… administrativa, dice? ¿Pero qué más he hecho…?

Y el agente le explicó:

- Usted ha sido sorprendido conduciendo su motocicleta por el campo…
- ¿Por el campo dice? ¿Por aquí? Pero si esto es un vertedero, hombre… ¿No lo ve?

El agente ni se inmutó. Continuó con su lista de infracciones.

- Además, la emisión de gases de su motor sobrepasa claramente el mínimo autorizado. Usted está contaminando el medio ambiente con su conducta. Y el polvo que con su actitud ha levantado puede ser un factor muy perjudicial para otros usuarios.

A Paco los ojos se le habían salido ya de las órbitas tres o cuatro veces. Miró alrededor. Extendió el brazo hacia el descampado.

- Pero si no hay nadie más…
- Eso es indiferente. La presencia o no de más personal en este momento no altera la gravedad de la acción.

Paco dejó caer la cabeza sobre el pecho. ¿Pero qué estaba pasando?

- Y por último le comunico que vamos a denunciarle por circular en el periodo de tiempo del año en que hay riesgo de incendio.

La rabia le hizo revivir con fiereza.

- ¿Riesgo de incendio? ¿Pero qué se puede quemar aquí? ¿Esos cardos secos, quizás, o ese colchón asqueroso que lleva ahí varios años?

El agente no contestó. Se limitó a decirle que estaba detenido y que, en aplicación de las leyes vigentes, su moto quedaba confiscada hasta que se solucionasen todas sus carencias legales. Paco sería conducido inmediatamente al cuartel.

Paco se dirigió al otro agente, que hasta entonces no había abierto la boca.

- Oiga; y la multa por lo del incendio, ¿a cuánto asciende?

Sólo en ese momento habló. Pero lo hizo sin piedad, como su compañero.

- No somos nosotros quienes decidimos la cuantía de la multa. Nosotros sólo denunciamos. Será la Consejería de Medio Ambiente quien decida la sanción a aplicar.
- ¿Y no sabe usted cuánto...?

Ninguno de los dos respondió. Tan solo le dijeron:

- Por favor, empuje usted su motocicleta hasta el cuartel.

Un mes después le llegó a Paco una espantosa bofetada en forma de carta certificada. Por todas las infracciones del comienzo – falta de seguro, ausencia de documentación, ITV, etc. – Paco fue sancionado en total con una multa por importe de 4.200 euros. La moto quedaba confiscada, a disposición del juez y custodiada por la Guardia Civil, hasta que, una vez abonada la sanción, procediese a legalizar su situación. Si ésta no se producía, la moto pasaría a ser propiedad del Estado al cabo de dos años.

Pero cuando, también por correo certificado, le llegó la multa por la “infracción administrativa” que suponía haber rodado unos minutos por el estercolero aquel, pensó en suicidarse.

Porque lo grave no era que el inhumano Consejero de Medio Ambiente hubiese decidido aplicar la cuantía máxima – otros 6.000 euros -, sino que la carta del Consejero venía acompañada, por pura coincidencia o casualidad, por otra de un bufete de abogados de Murcia capital. El constructor le reclamaba el pago inmediato de las obras realizadas para recomponer su casa tras el terremoto en un plazo inaplazable de siete días. ¡18.000 euros, 5.000 más de lo pactado verbalmente! El escrito le indicaba que, si no pagaba su deuda en ese tiempo dado, procederían judicialmente contra él a fin de embargar su casa.

Y como a perro flaco todo son pulgas, hasta su amigo Jesús perdió el interés por la GS que había prometido comprar. Le había salido una oportunidad mejor en Albacete y prefirió olvidarse del asunto y dedicar aquellas cien mil pesetas para una bicilíndrica japonesa de arranque eléctrico y seis marchas.

El mundo se le vino abajo. Otra vez.

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Paco volvió a caer en manos de esa gran asesina de esperanzas y la peor consejera del mundo: la depresión. Los deprimidos están clavados en el fondo de la desesperanza, en un pozo tan negro y profundo que no hay manera de ver la luz salvadora en ningún momento. Por eso, incapaz de reaccionar ante el problemón económico en el que estaba metido, aislado de sus escasos familiares y de sus amigos, Paco decidió la peor de las opciones: acabar con todo.

Apenas unas horas después de haber llorado – físicamente hablando – durante varios días sin haber encontrado la más pequeña esperanza ni un solo consejo, decidió que se montaría en la Gran Sport de su hermano y se plantaría en Madrid para hacer algo gordo, algo sonado, y desde luego terrible.

Ah, eso sí. Antes tenía que recuperar su propia Sport. La pobre estaba confiscada en la parte trasera del cuartel, en una explanada al aire libre bajo un techo de Uralita que tenía una alambrada muy oxidada alrededor. Yacía junto a una veintena más de motos cuyos dueños seguramente nunca más recuperarían. Paco no iba a permitir que la moto de su vida pasase a manos del Estado.

Sabía que se jugaba la cárcel si le pillaban, pero ya le daba igual todo. Pensó en cómo burlar la vigilancia sobre ella. Y se le ocurrió algo muy obvio.

Rompería la alambrada coincidiendo con el Madrid-Barsa del próximo domingo. Los dos se jugaban el título de campeón de Europa y la expectación era máxima. El ayuntamiento iba a preparar una gran pantalla en la plaza y todo el pueblo iba a acudir. Así pues, seguramente no habría vigilancia sobre el patio trasero esa noche.

Ya sabía lo que él se jugaba también. Pero le daba igual.

Y su plan funcionó.

Ya era de noche cuando, silenciosamente y con unas buenas tenazas, rompió el débil alambre de acero por la parte más escondida de la oxidada verja del cuartel.

Luego, con el sigilo propio de un felino de caza, sacó con todo cuidado su GS del cobertizo, cruzó la alambrada por el roto con ella y la sacó a hurtadillas a la calle para inmediatamente esconderla dentro de su propia casa.

En ese momento no pudo evitar una doble sonrisa de satisfacción.

Había recuperado su moto. Y ahora ésta estaba junto a la de su hermano, como siempre había sido.

Por un momento le desbordó una alegría rebelde notable.

Y, encima, por todo el pueblo se oyó un sonoro “¡GOOOOL!” que le añadió un pequeño toque de alegría.

El Madrid le acababa de meter un gol – el primero - al Barsa.

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Paco dudó un momento. ¿Con qué moto iría a Madrid?

La decisión fue rápida. Llevaría la de Ismael, que siempre había funcionado magníficamente bien. La suya había arrancado mal la última vez. ¿Y si le dejaba tirado? Además no tenía documentación; toda estaba en poder de la Guardia Civil.

Como no había alternativa, Paco repasó visualmente la moto de Ismael, hinchó las ruedas, llenó el depósito de mezcla, cogió el AGV, la documentación y su carnet y salió a la calle con el mayor sigilo..

Miró. Nadie. El pueblo estaba desierto. Todo el mundo estaba enganchado a la televisión.

Se preguntó. ¿Vale la pena salir de aquí a hurtadillas?

Qué narices. Ya que iba a ir al infierno, iría directo y con la cabeza alta.

Se caló el AGV, comprobó los pocos euros que aún tenía, arrancó la moto al empujón delante de su casa y partió para Madrid.

Era de noche. ¿Dónde dormiría?

Le daba igual.

Condujo por las desiertas calles hasta el límite del pueblo. Y se detuvo al lado del cartel que indicaba el fin del mismo, al pie de la última farola.

Paco paró el motor, se quitó el casco, lo dejó con mimo sobre el depósito y miró hacia delante muy pensativo.

La luna llena alumbraba parcialmente la escena. ¿Qué iba a pasar a partir de ahora?

Ya no había vuelta atrás, se dijo. Estaba decidido. Costase lo que costase.

Así, con determinación, se puso el casco nuevamente, se incorporó, se giró hacia su pueblo y, con un grito ahogado, sollozó:

- ¡Adiós a todo y a todos!

Un momento antes de que el motor de la Derbi 74 Gran Sport de su hermano Ismael se pusiese en marcha para ya no volver más a ese pequeño pueblo de la provincia de Murcia, un grito potente y unánime recorrió el pueblo.

¿Era que le despedían?

No exactamente.

Era que el Madrid le acababa de meter otro gol - el cuarto - al Barsa.

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Tras un viaje con bastantes penalidades a causa de la necesidad de tener que dormir en un cobertizo abandonado cerca de Albacete, llegó a la capital sin problemas cuando era mediodía.– eso sí, no había dejado de llorar bajo el casco durante muchos kilómetros de su triste viaje -.

Y ahora que estaba en Madrid, ¿dónde iría a protestar?

Por un momento se sintió abrumado. La capital de España era enorme para él, habituado a las distancias extremadamente cortas de su pequeño pueblo. Y había tanta gente… Nadie le miró más de lo normal; nadie mostró el más mínimo interés por él. Nadie se acercó ni le habló.

Así era la gran ciudad. Paco acababa de descubrirla.

Pensó: “Y de lo que voy a hacer, ¿alguno de estos se enterará?”

Pero su depresión fue más fuerte que su razón y Paco decidió seguir adelante.

Bien, ¿dónde iría a organizar lo que fuese? ¿Dónde vive el Rey? ¿Al Congreso de los Diputados? ¿En la plaza de la Cibeles?

Un cartel de autobombo de la DGT en una valla publicitaria justo delante de él le hizo decidirse. Iría a la DGT. A fin de cuentas eran los culpables de gran parte del quebranto económico que estaba destrozando su vida.

Entonces, gracias a las indicaciones de dos taxistas pudo plantarse ante la sede de la DGT.

Bueno, ya estaba allí. ¿Y ahora qué?

No se le ocurría nada bueno. La angustia y la tristeza le tenían bloqueado. Tenía sentimientos de autodestrucción. ¿Qué podía hacer? Una voz por dentro le seguía diciendo: “Paco, aguanta. No todo está perdido. Esto acabará algún día”. Pero otra, aún más potente y exigente, le gritaba: “Acaba ya de una vez y pon fin a esta tortura”.

Y la segunda voz triunfó nuevamente.

Paco miró a su alrededor. ¿Qué podía hacer? Ajá. Se tiraría ante un coche.

La primera voz le dijo: “Ten cuidado. A lo mejor te haces mucho daño pero no acabas con esto, como es tu deseo…”. Y entonces pensó en un autobús.

Pero tampoco le convencía. Los pocos que pasaban a esa hora iban demasiado despacio a causa del intenso tráfico.

Entonces reparó en una gasolinera.

Ya lo tenía. Se quemaría como había visto alguna vez en la televisión. Y también quemaría la Gran Sport. Al diablo con todo.

Preso de una determinación inaudita, con un temblor terrible en el cuerpo que no presagiaba nada bueno, entró en la gasolinera con la moto con el AGV en el brazo, compró una garrafa de agua de cinco litros y, ante la sorpresa del viejo empleado, la vació en un desagüe. Luego le pidió que la llenara con cinco litros de gasolina.

- Pero, chico, ¿qué vas a hacer? Estás mezclando agua y gasolina. Se te va a estropear el motor.
- Usted eche y déjeme en paz.
- Pero, chico, mira que…
- ¡Ya basta! Oiga, eche cinco euros, que no tengo más.
- Bueno, allá tú. Ya está... Son cinco euros.
- Aquí tiene.
- Bueno, bueno. Que conste que…
- ¡Adiós!

Paco puso la garrafa casi llena sobre el depósito e intentó empujar la moto con el casco molestando en un brazo. La postura era tan poco adecuada que la garrafa se le cayó dos veces, no rompiéndose de casualidad. Entonces optó por lo más razonable. Anduvo con la garrafa hasta la puerta de la DGT, la dejó allí y volvió por la Derbi a la gasolinera.

Cuando ya estuvo con ambas cosas ante su destino se dio cuenta de un detalle. Y es que no tenía ni cerillas ni mechero. Paco nunca había fumado y por eso no llevaba fuego encima. Está bien, pensó. Tendré que pedírselo a alguien.

La fiebre y el terror subieron hasta un punto alarmante. Ya había llegado el momento más importante de su vida, vida que debía llegar a su fin porque ya no merecía ser vivida.

Con voz temblorosa se dirigió a un chico que tenía varios tatuajes por el cuello y brazos.

- Oye, por favor, ¿me das fuego?

Pero el joven, metido el mundo de sus MP3, pasó de largo, ignorándole totalmente.

Entonces se fijó en una chica que venía fumando. Ella le daría fuego con seguridad.

Se acercó sin más, se plantó sin ninguna delicadeza ante ella y le pidió fuego bruscamente, tanto que la chica tuvo que parar en seco.

-¿Me das fuego?

La chica le miró de arriba abajo en un instante. No le debió gustar nada ese abordaje, así que, sin detenerse ni mirarle a los ojos, siguió su camino, eso sí, con pasos apresurados.

Paco empezaba a desanimarse. ¿Es que nadie le podía prestar un mechero?

En ese momento reparó en alguien que quizás le fuese útil. Era un hombre que, acompañado de las que con toda probabilidad eran su mujer e hija, miraba con asombro y cara de felicidad la Derbi 74 Gran Sport que estaba detrás de él, aparcada sobre la acera, algo sucia pero tan bella como siempre.

El hombre había interrumpido su paseo, se había separado de sus acompañantes y, en cuclillas para no perderse ni un detalle, se había detenido para contemplar la Derbi.

- Caray, qué bonita es. Hacía mucho tiempo que no veía una. ¡Está perfecta! ¿Es tuya?

Paco estaba molesto. Su sufrimiento interior no le permitía sentir el más mínimo placer al hablar con nadie.

- Eh, sí.. Oye, ¿tienes fuego?
- ¿Fuego? Bueno, yo no fumo, pero mi mujer sí. Espera que se lo pido.

Le observó. Su aspecto era bastante lamentable. Estaba demacrado, muy delgado y daba aspecto de poca limpieza.

- Me imagino que también querrás un pitillo, ¿no?

Paco estuvo – afortunadamente para él – muy poco acertado en su respuesta.

- No, no fumo. Sólo quiero fuego.

Este comentario le extrañó mucho al hombre. ¿Para qué querría sólo fuego?

Se incorporó.

Le volvió a observar.

- Oye, ¿estás bien?
- Sí, joer. No me des la barrila. ¿Tienes un mechero o no?
- ¿Mechero? ¿Quieres que te preste un mechero?
- Si tienes uno, sí, joer. Venga, coñe, ¿me la vas a dar o no?

El hombre se echó para atrás. Una señal de alerta se le incendió por dentro.

(Bueno, ya no hace falta, a estas alturas, esconder más su personalidad. Como hasta los lectores más inteligentes habrán adivinado, este hombre era Kaezet).

Se dirigió a su mujer e hija. Aprovechando que Paco estaba a sus espaldas, les hizo un gesto con la cara. Les indicaba que algo raro estaba pasando.

- ¿Le conoces, papá?
- No. Sólo quiere un mechero. ¿Tienes alguno en el bolso, Susana?
- Creo que sí. Voy a ver.
- Papá, ese tío no me gusta nada. Tiene muy mal aspecto.
- No te preocupes. hija.
- Mira, tengo un BIC. Oye, regálaselo y vámonos, que ese tío tampoco me gusta nada.
- De acuerdo. En seguida nos vamos. Pero esperad aquí.

Con el mechero en la mano se acercó y se lo dio.

- Aquí tienes. Oye, ¿es tuya la Derbi?
- Sí. Bueno, adiós.
- Mmm… ¿te puedo ayudar en algo?

Paco le ignoró totalmente y no contestó. Se metió el mechero en el bolsillo y buscó con los ojos la garrafa con gasolina. Ahí estaba, al lado de una farola. Se acercó hasta ella y la abrió. Un fuerte olor a gasolina llenó los alrededores. Paco cogió la garrafa con ambas manos y, ante la sorpresa de Kaezet y de su familia, volcó la mitad sobre la moto y la roció entera.

- ¡Pero este tío está loco! ¿Es que va a quemar la moto? -, dijo Kaezet.

No se podía creer lo que sus ojos le estaban mostrando. Se sentía protagonista involuntario de una situación irreal. ¿Pero era posible que alguien quisiera quemar una moto así?

Pero su asombro llegó al máximo cuando vio que el joven comenzó a elevar la garrafa sobre su cabeza, la volcaba en su totalidad y quedaba totalmente empapado Luego metió la mano en el bolsillo, sacó el mechero y trató de encenderlo.

Afortunadamente para él, el mechero falló, pues la gasolina también le había rociado la mano, lo cual impedía un agarre adecuado del mismo.

Kaezet reaccionó como un rayo y se lanzó en plancha sobre el suicida. Haciéndole un placaje de rugby por la cintura, ambos cayeron sobre la acera.

Paco no podía esperar ese repentino ataque. De repente, tras una buena costalada, se vio en el suelo con un fulano encima. Lleno de rabia por no haber conseguido su intención, se soltó de una mano, luego empujó a Kaezet con rabia para separarse, le insultó y le propinó un puñetazo en la cara tan violento que le rompió la nariz.

- ¡Hijo pu**, déjame en paz!

Se levantó como un rayo y nuevamente intentó con ambos manos prender una llama.

El puñetazo que había recibido Kaezet había sido tan violento que perdió el conocimiento un instante. El dolor en la cara era muy intenso. Se tocó con las manos y vio que le tenía empapada con sangre.

Desde el suelo quizás no llegase a tiempo de evitar que Paco se quemase a lo bonzo, así que agitó desesperadamente la mano hacia su mujer. Ésta comprendió perfectamente el mensaje. Así, dando dos zancadas hacia Paco, le lanzó una patada descomunal en las manos, tan certera y fuerte que el mechero saltó por los aires y cayó unos metros más allá, sobre el asfalto.

La paralización que el dolor por la patada recibida supuso implicó unos segundos decisivos para Kaezet, quien, superando su hemorragia y su dolor, aprovechó para levantarse del suelo y volver a placar a Paco.

Ambos cayeron nuevamente hechos un ovillo. Pero esta vez Kaezet no iba a permitir que el suicida se liberase.

Paco peleó, luchando por conseguirlo. Pero Kaezet no le dejó. Le sujetó con toda la fuerza que pudo y no le dejó moverse.

Paco intentó resolverse y pelear. Pero todo fue inútil. Estaba firmemente sujeto. Estaba atrapado. Los ojos le abrasaban por la gasolina y no podía ver más que manchas borrosas.

Y entonces dejó de luchar. Relajó sus miembros y apoyó como pudo su cabeza al lado de la de Kaezet. Luego surgió una contracción de su pecho. Y otra y otra. Cada vez eran más frecuentes. Con suavidad se liberó de un brazo. Luego, lentamente, se liberó del otro.

Y abrazó a Kaezet. Y así permaneció durante un largo rato.

Y lloró.

Y lloró durante otro largo rato..

Y lloró como nunca lo había hecho.

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Aunque Kaezet intentó mantener el anonimato de esta acción, no pudo ser. Cuando Paco cesó en su lucha con él, otros transeúntes habían acudido al ver lo sucedido. La mujer de Kaezet empezó a pedir urgentemente que se avisase a la Policía. A los curiosos que estaban alrededor en número creciente les contaba muy alarmada que ese chico intentaba quemarse vivo.

Uno de los curiosos resultó ser médico. Se inclinó ante Paco, que no paraba de llorar hecho un ovillo en posición fetal, y se ofreció a cuidarle. Otros cuantos sacaron sus teléfonos y llamaron inmediatamente a la Policía. Entonces, viendo que podía escabullirse sin que se notase, se levantó discretamente, agradeció las felicitaciones que muchos le estaban dando por su valentía, luego hizo una seña a su mujer e hija y emprendió la retirada intentando pasar inadvertido.

Casi lo consiguen. Un jubilado que había visto lo ocurrido les siguió desde la distancia. Cuando los tres se metieron en su coche, cogió su teléfono y marcó un número.

- Telemadrid, buenos días…

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La matrícula del coche fue lo que llevó, poco tiempo después, a una reportera de un programa de la tarde de la citada cadena a preparar una entrevista entre los dos. Paco se ofreció sin problemas. Afortunadamente se había dado cuenta de la gravedad de lo que había intentado hacer y, por eso, estaba infinitamente agradecido a su salvador, pese a que éste seguía siendo anónimo para la gente.

La presentadora planeó organizar una reunión entre los dos una tarde. Se esperaba una audiencia muy elevada, pues la cadena, demasiado llena de malas noticias a raíz de la crisis general, estaba deseando encontrar algo bueno que enseñar a la gente. Y, con acierto, pensaron que el heroísmo de Kaezet supondría un programa de impacto.

La presentadora decidió que primero apareciesen Paco y su moto. Él contaría toda su vida hasta el más mínimo detalle Luego explicaría a la gente qué le había impulsado a coger su moto desde su lejano pueblo murciano y venir montado hasta la capital. Después, qué le había llevado a la decisión de quemarse. Y, por supuesto, qué pensaba después del intento fallido.

Tras unos diez minutos de entrevista, aparecería Kaezet, se saludarían en persona – pues no se habían vuelto a ver desde el día famoso – y charlarían durante diez minutos más... y éxito total para ella y su programa.

El plan era razonable y sencillo, pero la presentadora no contó con que Kaezet no estaba dispuesto a prestarse a este plan tan llamativo y rentable para la cadena de televisión. De hecho Kaezet y su familia eran muy celosos de su vida privada. Por ello no estaban dispuestos a que su acto, ciertamente heroico pero nada particularmente especial en opinión de su propio autor, fuese la comidilla de la España de la televisión de sobremesa.

Por ello la presentadora, ciertamente muy habituada a resolver este tipo de actitudes negativas hacia su programa, engañó a Kaezet enviándole un falso psicólogo – que era tan solo un hábil miembro de su equipo dispuesto a todo con tal de cobrar por sus servicios – y que cumplió su trabajo a la perfección. Con la falacia de que Kaezet prestaría un servicio inestimable a la sociedad prestándose a intervenir y unas cuantas mentiras que sonaban muy bien – “ya no hay héroes como usted”, “la juventud se reflejará en alguien como usted”, “nos han llamado de varias ONGs empeñadas en conocerle” -, Kaezet tuvo que acceder ante tanta presión “humanitaria” y aceptó, con muchas reservas, ir al programa en cuestión.

Pero, eso sí, puso la condición de no revelar su identidad bajo ningún concepto. Hablaría con Paco, pero desde otra habitación y sin cámaras. Insistió en que no quería que el público conociera su imagen. Como su postura fue inflexible, así se aceptó y acordó. Kaezet acudiría al plató, pero estaría en una sala al lado y jamás le enfocaría una cámara.

El programa se desarrolló como estaba previsto. Para deleite de los aficionados a la moto, Paco habló durante mucho rato. La presentadora, cosa muy poco habitual en este tipo de programas, le dejó hablar y le hizo preguntas muy inteligentes El cámara – que sin duda era un tío muy motero - se lució para nuestro deleite, pues la 74 Gran Sport fue filmada desde todos los ángulos y durante mucho rato. Yo creo que jamás en la historia de la televisión una moto fue filmada tan a conciencia y durante tanto rato.

Paco, dentro de su sencillez, resultó ser un magnífico conversador. Su tono reposado y su voz cálida engancharon a la audiencia. Resultó el típico tertuliano al que se deja hablar porque todo lo que salía por su boca era interesante. Tanto la presentadora como los otros invitados escuchaban con el máximo interés. Paco era muy ameno incluso contando desgracias.

Y llegó el momento de la intervención de Kaezet. La hábil presentadora también le dejó hablar y supo crear una atmósfera muy interesante y emotiva. Paco, en un momento dado, cuando Kaezet describía con vehemencia lo que le llevó a actuar al ver el rociado de gasolina ante la sede de la DGT, se emocionó enormemente y se echó a llorar desconsoladamente.

Los intentos de la presentadora por animarle fueron inútiles. Paco seguía llorando a lágrima viva. En un momento dado pidió conocer a su salvador. La presentadora insistió en lo que Paco ya sabía: podía hablar con él, pero no verlo en persona.

Paco seguía sollozando e insistiendo. La situación era realmente dramática, pues no se podía cumplir su deseo sin quebrar las condiciones de Kaezet.

En un momento dado, cuando nadie se lo esperaba, Paco se levantó de su silla y gritó:

- ¡Te voy a encontrar, como sea, porque sé que estás aquí!

Y sin que nadie pudiera evitarlo, Paco empezó a correr por el estudio buscando a su salvador. Esto causó gran estupor en el estudio, pero el cámara reaccionó muy rápidamente y, a una señal de su jefa, le siguió a la carrera.

Y el afán por encontrarle dio fruto. Paco abrió la puerta de un despacho contiguo y allí se encontraron frente a frente. Paco, emocionadísimo, se le echó encima, le abrazó hasta estrujarle y volvió a llorar desconsoladamente.

La entrevista, ciertamente muy emotiva – posteriormente hubo cientos de llamadas al programa de mujeres que habían soltado ríos y ríos de lágrimas -, acabó con el anuncio de que Paco le regalaba la Derbi Gran Sport a su salvador.

- No tengo dinero ni ahorros. Me van a embargar la casa y no sé qué va a ser de mí. Pero por lo menos estoy vivo gracias a ti. Ya sé que te gusta mi moto… bueno, la de mi hermano. Así que, por favor, acéptala como muestra de agradecimiento por haberme salvado la vida.

Tan sincera era la propuesta que Kaezet no tuvo más remedio que aceptar.

Pero Paco le advirtió de todas las multas que tenía pendientes… y las que le podían caer en ese momento. Kaezet quedó muy desagradablemente sorprendido. Hombre, si aceptaba el regalo tendría que desembolsar muchos miles de euros… ¡Menudo regalo envenenado!

La situación se volvió repentinamente muy intensa. Tanto la presentadora como sus invitados estaban como paralizados. La tensión era terrible.

Sin embargo Dios ayuda a los buenos. Y en ese momento se produjo el milagro.

Ni más ni menos que el director general de Telemadrid pidió paso por teléfono.

¡Qué sensación! Algo así nunca había ocurrido hasta ahora.

Llamaba para dar tres noticias. La primera era que quería felicitar a los tres por su papel. A Paco por su valentía y honradez en contar su odisea. A Kaezet por su heroísmo. Y a la presentadora por su magnífica entrevista. La audiencia había quedado absolutamente prendada por la historia contada y muchas mujeres llamaban llorando, emocionadas. La centralita estaba colapsada.

Y la segunda era que, ante el final feliz de parte del drama de Paco el Chispas, él mismo iba a poner de su propio bolsillo el total de las multas pendientes para que así Kaezet recibiese el fabuloso regalo de Paco sin coste económico para él.

Y la tercera era para decirle a Paco que dejase su número de teléfono porque tenía que realizar obras de electricidad “importantes” en una casa e iba a necesitar un “buen electricista”.

Todos quedaron muy satisfechos, como es lógico. Sin embargo, lo que Kaezet no pudo mantener en secreto fue su identidad. La mujer de un forero madrileño que estaba viendo el programa – y llorando a moco tendido, todo sea dicho - le había reconocido, lo contó en el foro, y así todos supimos que el salvador de Paco y nuevo dueño de la Derbi 74 Gran Sport de Ismael era nuestro administrador.

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Mensaje  Isimoto 19/9/2012, 12:34

Casi me quedo sin aire de leer los ultimos de tiron, pero que gozada

¡¡gran tipo el Paco!!! Kaezet a ver si lo traes por el foro :bravy:
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Mensaje  Jorok 19/9/2012, 15:15

¡¡¡ VAYA DRAMON...!! study study
Este capítulo es gore " de carallo "
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Mensaje  Motoret 19/9/2012, 15:31

Mi personaje, EL KILLER MENDOZA....lo hacía mas con Ducati, pero esa faceta de asesino de ancianas con la Cobra C.... Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 3 520462
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Mensaje  Mendoza 19/9/2012, 16:01

Me ha dicho de todo , :ign: :ign: :drisa: :drisa: :drisa: :descojo: :descojo: :descojo:

SALUDOS
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Mensaje  Paufont 19/9/2012, 18:37

Ayer lo leí de un tiron (eso de dejarlo a medias hubiera sido malo, todo hay que decirlo) y no me dio tiempo a comentar, por lo que lo hago ahora, pues me sorprendió la gran cantidad de historias tan relacionadas dentro de un mismo relato y tan bien encajadas, más la emotividad de éstos ultimos capítulos hacen a uno leer con ganas! :bravy:

Saludos y a seguir asi de bien :up:

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Mensaje  Gufi 20/9/2012, 13:28

No se si me estoy adelantando al siguiente capitulo pero habrá algun guardia civil que, en su caso, reflexione en posibles casos similares .

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Mensaje  Ducalense 20/9/2012, 16:24

Capítulo 8: LA GUARDIA CIVIL


La carrera en el Circuito de la Vía había acabado. Parecía que le había gustado mucho a la gente, pues todos nuestros acompañantes habían acudido en masa a la línea de llegada y no paraban de dar saltos de alegría. Los que habían osado correr contra mí estaban rodeados por su asquerosa parentela. Míralos, qué felices parecen. ¿Pero cómo pueden felicitar a los pringaos de sus maridos si ¡YO! les he ganado a todos… menos a esa putrefacta rata amarilla de cloaca que no para de estrechar manos? ¿Y por qué no me viene a felicitar nadie a mí, que he quedado segundo y a todos ellos – bueno, menos al hijo ilegítimo de Moctezuma ese – me los he pasado por la piedra?

Ah, aquí acude mi hija. Viene con una sonrisa compasiva. Con las cejas levantadas y su carita de ángel me planta un sonoro beso en la cara, me echa los brazos al cuello, me estruja un poco - ¡ah, qué placer…! – y me dice:

- Ánimo, papuchi. Casi lo consigues. La próxima vez será.

No tengo ni tiempo de agradecerle su muestra de afecto. El valenciano JulioCG no ha tenido mejor idea que encender una traca en honor del malnacido que me ha ganado. El estrépito es total. La panda de borregos celebra infantilmente esta idea tan estúpida dando más y más patéticos saltos alrededor del sapo partero ese.

Vaya, mírale. Qué pena y qué repugnancia me causa. Ahí lo tienes: rodeado de todas las vacas esas que hace un minuto me estaban aplaudiendo a mí a rabiar.

Qué asco dan. Todas esas focas saltando alrededor de esa parodia de gusano, venga a hacerle la pelota, las muy guarras. ¿Y él? Mejor dicho: ¿y eso? ¿Qué está haciendo “eso”?

Mírale qué feliz parece. Todo son palmaditas, abrazos, estrujones… Leñe, ni que hubiese descubierto la vacuna contra el hambre.

Mírale qué sonrisa tan odiosa. Seguro que la dentadura es postiza. Uh, ahí está tan feliz, el muy desgraciado. Venga a repartir besos y más besos. ¡Eh, gordas de mieeerda! ¡Cuidado, que seguro que os pega el SIDA!

Vaya, por fin ha reparado en mí. Me mira. Qué asco. Voy a tener que saludarle. Puagg, qué mal trago. Vaya, la tuerta nariguda esa está con él. Qué contenta parece. No me extraña. El adúltero de su marido o novio ha ganado la carrera… También me mira ella.

Leñe, los dos se acercan a mí. Uf, qué mal rato. Venga, Jorge. Ánimo. Tienes que hacer de tripas de corazón. Todos te están mirando. Sonríe, leche, sonríe… ¡Haz un esfuerzo, leñe!

La manaza de Freddie Krugger, extendida hacia mí, le precedía. A su lado, la rebuscadora de basura. Los dos me sonríen ampliamente. Sus ojos de serpiente venenosa denotan… ¿sinceridad?

Tuve que estrechar esa mano viscosa asquerosa. No me quedó más remedio.

- ¡Enhorabuena, Ducalense! ¡Has hecho una magnífica carrera!

No me soltaba la mano ni dejaba de agitarla con energía.

- ¡Muy bien, Ducalense! Me has hecho sudar de lo lindo.

Me quedé como congelado. Tenía todo el cuerpo paralizado ¿Pero qué estaba diciendo este trozo de carne sanguinolenta llena de pus?

- Te aseguro que es la carrera que más me ha costado ganar nunca.

“- ¿Eeeeeehhhhhh? -”, pensé para mis adentros. “¿Me está elogiando?”

- Te he ganado por los pelos. Si no llegas a estar en esta carrera, creo que le hubiese sacado medio circuito al resto. Pero tú, chico, me has hecho sudar. De verdad.

Les miré a los dos con la boca tan abierta como un pez. Vaya. De repente las mugrientas rastas de este tío habían desaparecido y sus greñas eran ahora rubias y peinadas. Volvía a tener coleta. Y sus dientes estaban cambiando de repente de color. ¡Qué blancos habían vuelto a ser!

La acompañante – sin duda una cualquiera y de alquiler – también me habló:

- Te felicito, Ducalense. ¿O prefieres que te llame Jorge? Nos has traído a un sitio maravilloso. Todos estamos encantados con tu trabajo. Este sitio es un paraíso. La gente habla maravillas de él. Muchas gracias por habernos convocado aquí.

Vaya, qué cosas. Sus repugnantes rasgos simiescos estaban desapareciendo ante mis ojos a marchas forzadas Ya no tenía ni granos purulentos ni cicatrices en la cara. Corcho, había desaparecido su Parkinson. Ya era otra vez estilosa y rubia. Y menudos ojazos lucía.

- Y el circuito es magnífico -, añadió él con una gran sonrisa.

Vaya, de repente este tío había crecido casi un metro. Y la joroba le había desaparecido misteriosamente.

- Ducalense, confiésame una cosa…

Dejó de estrecharme la mano y clavó sus ojos en los míos.

- ¿De verdad nunca has corrido profesionalmente?

Ostras con este joven. Qué buena facha había vuelto a tener. Ya no le olía el aliento. Tampoco sufría de pie zambo. ¡Y se estaba curando de la lepra ante mis ojos! Y qué elegante era su vestimenta. Cuánta cordialidad irradiaba. ¡Pero qué simpático era! ¡Qué comentarios tan inteligentes y llenos de sentido común!

- Mi marido y yo queremos volver a este sitio pronto. Nos encantaría que nos lo enseñases en otra ocasión con más detalle ¿Podríamos quedar contigo otra vez? Estoy segura de que por aquí debe haber muy buenos restaurantes y unos paisajes maravillosos. ¿Aceptarías nuestra invitación para comer con nosotros ese día?
- ¿Y de paso querrías probar el F50? -, añadió él.

Santo Dios, pero qué guapa se está volviendo esta chica… Mira cómo le está desapareciendo la chepa. Y ya no es plana cual vulgar tortilla de patatas. Madre mía, pero qué tipazo, qué cara, qué sonrisa, qué cuerpazo está adquiriendo… ¡Ufffffff! ¡Por favor, que alguien me sujete, que estoy casadoooooo!

Paul Newman de joven puso su mano en mi hombro.

- Pues yo te diré algo más, Ducalense. ¿Sabes? Nieto ha tenido mucha suerte de no haberse cruzado nunca contigo…

La pequeña multitud rodeó nuevamente a estos dos serafines y volvió a ovacionarles. Yo me quedé inmóvil como una estatua. No podía ni mover un músculo. La impresión me había dejado sin aliento.

Vaya, hombre, por fin se me hacía justicia como hombre y como piloto. Estas dos maravillas de la creación por fin reconocían mis enormes méritos y destreza conduciendo.

Sí. Tiene mucha razón Brad Pitt. Soy el mejor. Y tiene razón Miss Vía Láctea. Soy el mejor anfitrión del mundo. Y, además de todo eso, soy el Rey del Circuito de la Vía.

Y el dictador supremo del mundo de las carreras.

Soy…

A ver quién soy.

Ah, por supuesto.

Ya sé quién soy.

Naturalmente… ¿Quién voy a ser si no?

Soy el Induráin de la velocidad.

Sí. Eso es. Ese es quien soy.

Y es que, reconozcámoslo, hasta los criados tienen derecho a ver a veces un ratito la televisión…

---------------------------------------------------------------------------------------------

Dos sirenas cortaron de repente todo el jolgorio del que estábamos disfrutando. Se oyeron dos distintas. El volumen era atronador. Una venía de frente. La otra venía de nuestras espaldas.

Todos nos quedamos como paralizados. ¿Dos sirenas? ¿Es que habría fuego en el pinar?

Pues no. No era por ningún fuego. Los que habían encendido las sirenas que nos habían sobresaltado tanto eran… dos guardias civiles de carretera. Uno venía de frente. El otro estaba a nuestra espalda. Ambos se pararon a cierta distancia. Prácticamente a la vez sacaron las patas de cabra de sus potentes BMW, se subieron la parte movible de sus integrales Nolan, y bajaron de ellas.

Los dos sabían perfectamente lo que estaban haciendo.

Se habían apostado en los extremos de la recta de meta. Estábamos rodeados. No había escapatoria.

El que quedó a nuestras espaldas se quedó de pie al lado de su moto. El que venía de frente se dirigió hacia nosotros. Era muy alto, bastante más que el otro. Tenía tipo atlético. Tendría unos 45 años o así. Vestía el uniforme de invierno de la Guardia Civil de Tráfico. Este hombre llevaba gafas de espejo. Eso impedía adivinar su mirada.

El silencio era total. Todos estábamos paralizados y asustados. ¿Qué iba a pasar?

El guardia civil de las gafas de espejo habló con voz fuerte y enérgica. Maldita sea: denotaba autoridad. Y, por el momento, también determinación. Muy mal asunto, pensamos todos.

- Buenos días. Necesito que todos ustedes se identifiquen. Por favor, vayan preparando sus carnets. Mi compañero los recogerá. Los dueños de estas motos deberán darme las documentaciones de todos estos vehículos y sus propios carnets de conducir.

Nos quedamos helados. La risa, la juerga y todo el buen ambiente se habían truncado totalmente. El nerviosismo y el mal humor empezaron a cundir entre nosotros. Santo Dios, nos habían pillado in fraganti. ¿Qué nos pasaría?

Jorok murmuró detrás de mí:

- Mírales. En lugar de estar vigilando las carreteras vienen aquí a jo...der la marrana…
- Me cisco en el maldito gobierno y en sus esbirros -, confirmó Ampelt.

El guardia civil más alto siguió hablando. Afortunadamente no les había oído.

- Les comunico que, entre otras cosas, les vamos a denunciar por celebrar competiciones ilegales. Quisiera saber quién es el organizador de esta competición no autorizada.

Nadie habló. Yo debía haberlo hecho, pero el terror – y la cobardía, todo sea dicho - me tenían paralizado.

Pero Mendoza, el más valiente de todos nosotros, sí lo hizo. Lleno de energía y de rabia, gritó:

- ¡No somos chivatos!

El silencio entre nosotros era total. La tensión era brutal. Literalmente se podía cortar.

Yo le agradecí internamente ese acto tan valiente a mi antiguo rival Mendoza – ahora, a raíz de esto, mi mejor amigo en este mundo y en esta vida, así lo declaro, desde ese preciso instante y hasta que la muerte nos separe -.

El agente sonrió despectivamente.

- Muy bien -, contestó. – Ya lo sabremos cuando todos ustedes comparezcan ante el Juez de guardia -.

La mujer de Drcervecillas sacó su móvil e intentó hacer una llamada. Dijo en voz alta:

- Mi hija es juez. Voy a llamarla en este mismo momento.
- No se molesten – dijo el guardia civil -. Por las obras de reparación del tendido eléctrico llevamos varios días sin cobertura. De todas maneras no se preocupen ustedes por sus derechos constitucionales. Tan pronto mi compañero y yo hayamos formulado todas las denuncias por las posibles infracciones relativas a documentaciones, seguros e ITV, vendrán todos ustedes con nosotros para prestar declaración ante el juez.

Recalde, claramente irritado y muy molesto, como todos los demás, le espetó:

- ¿Y a dónde nos vas a llevar? ¿A la comisaría o al calabozo?

El guardia civil tardó en contestar. Ladeó la cabeza y se quedó mirando hacia la nada. Vaya, debió pensar. Ya empieza el tuteo. La situación era tensa. Entonces miró a Recalde de hito en hito a través de sus Ray-Ban, luego paseó la mirada por el resto de la concurrencia – todos estábamos con tal susto que no nos llegaba la camisa al cuerpo -, abrió ligeramente las piernas, cruzó las manos por detrás, empezó a balancearse ligeramente hacia atrás y hacia adelante y, con evidente dominio de la situación, habló pausada y relajadamente. Estaba claro quién mandaba allí. Parecía que disfrutaba.

-¿Nos van a meter en un calabozo?- gritó Bigotes.

- Eso lo determinará el juez, señores. Por el momento, cuando hayamos acabado los trámites administrativos inherentes a las denuncias, deberán ustedes seguirme a mí y a mi compañero hasta la Comandancia de Las Navas del Marqués. Allí hay un teléfono. Podrán ustedes llamar a quien deseen a la espera de que aparezca el juez de guardia. De todos modos les informo de que ya hemos previsto la presencia de un abogado de oficio, quien acudirá a los interrogatorios tan pronto le avisemos. También llevaremos al herido al hospital de Ávila para que un médico certifique sus heridas y posteriormente añadir ese parte médico al pliego de denuncias contra el organizador u organizadores.

Yo empecé a sudar algo muy frío por todo el cuerpo. Mi hija estaba tan asustada como yo. Me agarró de la mano. Los dos temblábamos.

Perragón estaba muy alterado:

- Pero, oiga, agente. ¿Qué es eso de que va a aparecer un juez? ¿Es que somos delincuentes?

El guardia civil volvió a tomarse su tiempo para contestar. Todos estábamos expectantes. Maldito individuo. Estaba disfrutando haciéndonos sufrir.

- Claro que disfruta el muy hijo de su madre -, dijo una mujer a mi lado en voz baja.

Pero para su siguiente comentario elevó la voz con toda intención.

– ¡Se está relamiendo con la comisión que se va a llevar con tanta multa! -.

El aludido levantó la cabeza y se quedó quieto. Luego, como si fuese un autómata, la giró lentamente hacia la mujer que había hecho el comentario. La miró fijamente a través de sus gafas durante unos interminables segundos, frunció los labios con desprecio, ignoró olímpicamente a la mujer y, tomándose todo el tiempo del mundo, volvió a hablar en su tono pausado habitual, sin una palabra más alta que otra.

- Miren ustedes. Según la legislación actualmente en vigor, los agentes de la autoridad tenemos la obligación de poner en el acto en conocimiento del juez no sólo los hechos presuntamente delictivos que hayamos detectado, sino que, si el delito es especialmente grave, debemos llevar al infractor o delincuente al juzgado de guardia también en el acto.

- Pues no estoy muy convencido de eso. Mi cuñada es abogada criminalista en Lugo y jamás me ha hablado de nada parecido para una situación como ésta -, exclamó Lobito MK6 desde mi izquierda. Varias personas más asintieron con sus comentarios.

- ¡Esto es un abuso! -, gritó la mujer de Fermón.

El guardia civil levantó con mucho teatro las manos y pidió tranquilidad.

- Les aconsejo a todos ustedes que guarden la calma. Es nuestra obligación proceder conforme al reglamento y a la ley. Vamos a ver. Donde han aparcado ustedes sus coches está el Nissan de los compañeros. Hagan el favor los acompañantes de dirigirse todos allí. ¡A ver, por favor! ¡Guarden silencio!

Su voz era terriblemente autoritaria. Todos estábamos muy inquietos. La situación era muy grave. Yo estaba temblando de pánico. Yo era el organizador de la carrera, ¿no? ¿Qué le iba a decir al juez?

El guardia civil continuó.

- Vamos a ver. Hagan todos ustedes el favor de seguir al pie de la letra mis órdenes. Deberán presentar a los compañeros del Nissan todas las documentaciones de los coches y de los remolques. Las de las motos que haya allí sobre sus remolques, no. ¿Comprenden? Esas documentaciones – si las tienen, por supuesto - deben ser entregadas a mi compañero aquí presente. ¿Entendido?

Varios insultos muy graves, pero en voz muy baja, se oyeron en el grupo. El Adonis ganador de la carrera se puso a mi lado y nos miramos. Estaba también preocupado. Su mujer también lo estaba. Mentalmente nos comunicamos. La gamberrada de la carrera nos podía salir muy cara. Este tipejo con casco, botas, pistola y uniforme parecía muy poco humano.

- A ver, que todavía no he terminado. ¡Por favor, guarden silencio! Todos ustedes, los que han tomado parte en esta competición ilegal, deberán entregarme a mí en persona tanto sus documentaciones personales como las de sus motos. ¿Ven esta libreta? Pues en ella voy a anotar los nombres de todos ustedes que carezcan de algún documento. ¿Han entendido todos ustedes? Pues muévanse, por favor, que mis compañeros y yo tenemos mucho trabajo.

- ¿Trabajo, so desgraciado? – musitó Delagh, torciendo la cabeza y poniéndose una mano delante de la boca -. Trabajo te iba a dar yo, mamón. Pero forzados y con cadena.

- Calla -, le recriminó Rafafierros -. Como te oiga será mucho peor.

Y entonces comenzó lo que parecía un éxodo. Todos nos vimos obligados a hacer lo que nos habían indicado. Nuestros acompañantes, cariacontecidos y con caras de angustia, se marcharon hacia el campo de fútbol. Allí, en efecto, una pareja a bordo de un Nissan les pidió uno a uno todos los documentos habidos y por haber.

Los pilotos nos agrupamos en un pequeño grupo aparte. Gttalpine quiso escapar, pero no pudo. El segundo guardia civil estaba muy atento y le dio el alto. Ver eso nos desanimó. Qué bien habían planeado nuestra captura. Nadie iba a poder escaparse. Nos iban a crujir bien crujidos. No sólo habíamos violado el código de la circulación con la excusa de una juerga motera que ahora maldita la gracia nos hacía; también iban a rapiñar nuestras cuentas corrientes con las multas inmisericordes que el maldito gobierno y toda la casta parasitaria habían aprobado para mantener su asquerosamente elevado propio nivel de vida.

En menos de una hora el principal papeleo estaba hecho. Siguiendo las órdenes recibidas, toda la caravana – una vez recogido absolutamente todo y con la mayoría de los ciclomotores en sus remolques correspondientes - estaba preparada para la partida hacia la Comandancia. La indignación, el disgusto y el malestar habían borrado toda traza de alegría y diversión. Hasta las banderitas del foro – que Jordi Viñas había distribuido abundantemente – habían desaparecido de la vista.

El guardia civil alto se puso al frente de la comitiva. Su compañero y el Nissan con los otros dos se pusieron la cola. Por fin, con un gesto como en las películas de indios y americanos, dio la señal de salida.

Y la caravana que debía salir de allí mismo para dirigirse primero a El Escorial – donde habíamos planeado comer – y luego a la Plaza de Castilla madrileña, se puso lenta y tristemente en marcha rumbo al campo de concentración.

Éramos la caravana de los condenados a Mauthausen y Treblinka.
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Mensaje  Marco 20/9/2012, 17:59

Y????Y????
No me dejes así!!!!!!........

Por cierto, cuándo rodamos la peli?jejeje
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Mensaje  Paufont 21/9/2012, 17:58

Estoy con Marco!! Nos has dejado con la intriga a mas no poder!! :qtedoy: Esto se planteó mal... no bastaba mas que, unos al volante de los coches, otros encima de sus mismas monturas, continuar la carrera en todas direcciones, imposible para dos "motopolis" jajajajaja Y si quieren algo, ya vendran a verte en casa Rolling Eyes

Venga, un saludo y a que esperamos para la continuacionnnnnnn????? :up:

Pau

PD: Y eso, a ver si nos juntamos y hacemos el film del relato, pese lo que podria llegar a costar, por no decir casi imposible... anda que no seria único!
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Mensaje  Ducalense 21/9/2012, 23:55

Capitulo 9: LA PROCESIÓN DE LOS PENITENTES


No todos íbamos en los coches. Algunos decidimos que, pasase lo que pasase, nos moveríamos sobre nuestros propios ciclomotores.

- ¿No te jodé? – dijo Derbigpr. – Si este capullo me va a empapelar, que le den. Yo me voy montado en mi Minicross hasta Madrid, Alcalá Meco o Siberia, pero este tío no me baja de mi moto.

Todos los demás asentimos. Más delitos no podíamos cometer, así que, si la Guardia Civil nos llevaba detenidos, que nos llevase, pero con nuestra dignidad bien alta.

- “Vaya. Somos la infantería que se sacrifica. Qué mala suerte hemos tenido” – pensé.

Y me monté sobre mi fiel 48 Sport, le pedí a mi hija que se hiciese cargo del coche del remolque y me puse en la fila como uno más.

Inmediatamente formamos un grupo de motos. A mi lado se instaló Serrano.

- Buena carrera, ¿eh, Ducalense?. No has ganado por un pelo. Lástima. Ibas completamente ciego. No te has pegado un par de leches bien dadas de casualidad. Esto parecía el Mundial, pero de motocross…-.

Me reí. Ese simpático comentario de Serrano me había animado un poco.

- Oye, Serrano, perdona que no te haya preguntado. ¿Qué tal has quedado?
- Bah, da igual – rió -. He visto en un minuto más leches que en una película americana. Las contaré en el foro, todas y cada una. Ya verás qué juerga.

Yuma6 se giró y preguntó.

- ¿Y a dónde narices nos lleva este hijo de su madre?

Paufont contestó.

- Yo lo sé. He hablado con él. Me ha dicho que iremos a la Comandancia, pues por lo visto el teniente le está esperando allí, me imagino que para disfrutar con esta cacería. Luego, como somos muchos, nos va a llevar a una nave industrial -.
- ¿Nave industrial? – interrumpió Diablillo. -¿Para qué?
- Sí, eso ha dicho. Por lo visto en la Comandancia no hay sitio para que aparquemos tanto vehículo, así que nos va a llevar a una nave de las afueras del pueblo que tiene un descampado al lado. Allí podremos aparcar todos los vehículos. En la nave, que no sé de quién es, hay una sala de reuniones o algo parecido. Allí, por lo visto, nos tomará declaración el juez.
- De acuerdo, ¿pero a qué pueblo nos lleva? ¿A El Escorial?
- No, a las Navas del Marqués, que es donde está la Comandancia.
- ¿Las Navas del Marqués? – terció Miraflores -. ¡Vaya!. ¿Sabéis que allí cayó hace unos meses la primitiva, bono loto o como se llame, europea?

Casi todos los del grupo asentimos. En efecto, lo sabíamos. Un mes o dos antes del pasado verano fue noticia ese pueblo – que siempre ha sido ganadero principalmente – porque la primitiva europea le había caído a la peña lotera del pueblo. El premio había sido increíblemente elevado: más de mil seiscientos millones de euros. Los afortunados fueron unos cincuenta. Muchos de ellos no tuvieron reparo en hacerlo públicamente y así sus retratos aparecieron durante un par de días en todos los medios de comunicación. Otros pocos, no se sabía muy bien cuántos, habían optado muy prudentemente por el anonimato.

La comitiva arrancó. Marchando en cabeza a una velocidad de 30 kilómetros por hora, el guardia civil nos marcó el camino. Nuestro grupo motorizado le seguía. Íbamos tal y como habíamos jurado ir: sin casco, sin matrícula, sin espejos, sin pegatinas de la ITV y sin el maldito cuentakilómetros naranja. Vaya; parecíamos el grupo de esclavos de Espartaco tras la derrota ante los romanos. Ahora nos llegaba la hora de pagar.

La caravana se extendía por lo menos un kilómetro. Varias veces volvimos la cabeza para contemplar el espectáculo. Era bonito de ver. Lástima que a donde nos llevaban era al matadero.

No sé por qué, pero en un momento dado me acordé de Kaezet. ¿Dónde estaría? No había aparecido hasta entonces. ¿Le habría pasado algo? ¿Habría tenido algún accidente? Ojalá que no y que estuviese bien. Si se encontrase bien de salud, me alegro mucho por él de la que se había librado.

Abandonamos la carretera comarcal para entrar en el pueblo. Al frente, por supuesto, nuestro inquisidor. Al final de la caravana, como si fuesen esclavistas, el otro guardia civil y la pareja del Nissan. Todos seguimos la ruta marcada.

La conmoción en el pueblo comenzó. Todos los lugareños que estaban tanto en las aceras como en las tiendas o bares salían a toda prisa para quedarse mirando aquel espectáculo tan poco usual e inesperado. Encima a nuestro captor no se le ocurrió otra cosa que hacer sonar la estridente alarma y encender las luces azules de la BMW.

-¡Maldito sea este tío! – exclamó Zorropuch sobre su Puch MC50. - ¡Nos está exhibiendo!

Y eso parecía en efecto. No era normal en un pueblo así oír la sirena de la policía o de la Guardia Civil, así que la expectación crecía exponencialmente. En menos de cinco minutos todo el pueblo estaba absolutamente cautivado por la procesión que había invadido su tranquilo pueblo. Las caras de los lugareños eran una mezcla de sorpresa y jolgorio.

Pero pasó una cosa curiosa. La mujer de Manapuch empezó a llamar a la rebelión desde su coche. Estaba claro que no podíamos escapar de la Guardia Civil. Sin embargo fue la que prendió la mecha de la rebelión.

- ¡Pero qué narices!, ¿dónde está vuestra dignidad, amotiqueros? – gritó con medio cuerpo fuera del coche.

Y empezó a tocar la bocina como una loca y agitar a la vez un banderín del foro por la ventanilla.

Ese acto de rebelión y valentía prendió inmediatamente en la caravana. Unos segundos después, todos los coches acompañaban la sirena del guardia civil con sus insistentes bocinazos a la vez que montones de banderines del foro salían por las ventanillas de nuestros coches.

Los que íbamos en moto no podíamos ser menos. Así, también tocamos las bocinas y luego nos dedicamos a montar el numerito mientras conducíamos: que si uno levantaba rueda, que si otro frenaba en seco, que si el otro venga a dar acelerones… Los demás nos poníamos en pie – hasta donde los pedales nos permitían - soltábamos una mano, aullábamos como si estuviésemos en un rodeo y nos dedicamos a disfrutar de la última gamberrada que podríamos hacer en mucho tiempo.

El circo improvisado fue indescriptible. El pueblo entero estaba a nuestro alrededor. Muchos aplaudían. Los niños corrían alborozados a nuestro lado. Era obvio que no sabían el porqué de aquella caravana. Pero, bueno, era algo totalmente nuevo, inesperado y digno de contemplar, así que a disfrutar de ello mientras durase.

Yo, como es lógico, conocía el pueblo bien. Ya sabía qué recorrido teníamos que hacer. Nos llevaría por la calle principal, la cual desemboca en el Ayuntamiento. Luego pasaría de largo ante él para llegar, unos 300 metros más allá, a la Comandancia. Y, de allí, a la famosa nave, que no tenía ni idea de dónde podía estar.

Mientras desfilábamos ante la algarabía de la gente y seguíamos haciendo ruido sin parar, me fijé en unas cuantas novedades. Vaya. Ya se notaba la lluvia de millones que habían caído en el pueblo. Donde antes había un modesto bar ahora había un concesionario Maserati. En lugar de la mercería había una tienda de ordenadores Apple. En lugar de la bodega había un concesionario exclusivo de Rolex. También vimos carteles muy grandes que anunciaban próximos negocios (“nuevo concesionario Jaguar en Las Navas. Apertura inmediata”). Y así montones de casos similares. Todavía había ristras de farola a farola con la bandera de España. En fin. Los afortunados por la lotería estaban de enhorabuena.

Cuando llegamos al Ayuntamiento veo que, para mi sorpresa, no seguimos hacia la Comandancia, sino que el guardia civil al frente de la comitiva giró hacia la izquierda. Todos le seguimos. El ruido seguía siendo infernal y él seguía con la sirena puesta.

A mí me extraño mucho ese giro, pues ahora tras un nuevo también a la izquierda, estábamos paralelos a la calle principal, pero en sentido opuesto. ¿Dónde nos llevaba, me preguntaba? ¿Quizás a la nave directamente?

En un par de minutos recorrimos la calle paralela. Yo estaba un tanto expectante. ¿Dónde nos llevaba, me volví a preguntar? No quise comentarlo con ninguno de mis compañeros porque no conocían el pueblo y, aparte, el ruido era ensordecedor.

Entonces el guardia civil volvió a girar a la izquierda otras dos veces y volvimos a recorrer la calle principal.

- ¡Maldito seas! – volvió a gritar Zorropuch. - ¡Qué no somos tus trofeos, leñe! ¿Quieres acabar ya con esta historia?

Pero con el ruido tan brutal que la caravana estaba produciendo casi nadie más le oyó.

Así que tuvimos que recorrer nuevamente la calle principal. Nuestros heroicos acompañantes estaban decididos a vender muy cara su piel, así que redoblaron sus bocinazos y su ondear de banderines. Reconfortaba oír a nuestras magníficas acompañantes gritar a pleno pulmón y sin descanso: “¡Amoticos, amoticos…!”

Por segunda vez llegamos a las puertas del Ayuntamiento. Pero esta vez seguimos de largo. Al mismo paso lento llegamos por fin a la Comandancia. La caravana era espectacular. Medio pueblo se había unido a nosotros y nos acompañaba con gran jolgorio. Parecíamos los de Bienvenido Mr. Marshall. De hecho se nos había unido una panda de unos 20 ruteros, quienes tampoco dejaron de tocar las bocinas, añadiendo más color a la procesión de los penitentes en que “la ley” nos había convertido. Varios chicos del pueblo, a lomos de sus escúteres y ciclomotores, también se habían apuntado. Se lo pasaron en grande. Qué suerte.

El guardia civil que nos guiaba detuvo su BMW, paró la sirena – ¡por fin! – y, como en las películas del Oeste, ordenó alto a la comitiva.

Entonces, con gran parsimonia, se quitó los guantes, se ajustó las botas, comprobó la funda de la pistola, nos miró un momento a través de sus impenetrables gafas de sol y, empujando la puerta principal con desdén, entró en el edificio.

Todos estábamos expectantes. Ya habíamos dejado de hacer ruido con las motos y las bocinas. Los banderines habían sido guardados. Nadie hablaba; sólo lo hacían varios lugareños, totalmente ajenos al drama que nos esperaba. Varios niños, con todo descaro, nos pedían que les dejáramos nuestras motos o que les subiésemos encima.

Pasaron como dos o tres minutos. La puerta finalmente se abrió nuevamente. Y aparecieron nuestro querido amigo y un oficial con gorra.

Llevaba dos estrellas.

En efecto, era el teniente al frente de la Comandancia. Y tenía cara de tener muy pocos amigos.


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Mensaje  Ducalense 23/9/2012, 22:13

Capítulo 10: DETENIDOS


El teniente miró con detenimiento y cara muy seria aquella “serpiente multicolor” que estaba estacionada ante su puesto y que estaba conmocionando tanto la vida del pueblo de repente y sin avisar. Luego escuchó atentamente las indicaciones que, en voz baja y casi al oído, su subordinado le estaba dando. El teniente asentía una y otra vez. Finalmente, para nuestra desesperación, se saludaron militarmente, le ofreció la mano al agente, quien se la estrechó enérgicamente, y el teniente, tras echar una última mirada despectiva hacia la caravana, volvió a entrar en la Comandancia.

En ese momento sentí terribles deseos de ir al baño.

Sin decir palabra, el agente se plantó ante la comitiva, levantó el brazo para que todos le viéremos y, como si otra vez fuese un sargento de las películas de indios, nos indicó con el brazo que debíamos ponernos en movimiento.

Así lo hicimos, afortunadamente sin sirenas ni bocinas. Ya se nos había pasado el minuto de la eufórica rebelión. Ahora tocaba soportar – si podíamos – el brazo más duro de “la Ley”.

Tras un breve recorrido por el este del pueblo enfilamos una corta carretera que llevaba al polígono industrial. Gracias a Dios nos habíamos deshecho de los acompañantes nativos.

En efecto. Tal y como se había dicho, al fondo del pequeño polígono industrial se alzaba una nave solitaria. A su lado, un solar vacío tan amplio que sin duda permitiría el aparcamiento de todos los vehículos de la caravana.

Por nuestra izquierda y a toda velocidad nos rebasa el otro guardia civil. Es el primero en entrar en el solar. Detiene su moto, se baja rápidamente y empieza a ordenar el tráfico para que vayamos aparcando en él. Así lo hacemos.

La caravana es tan larga que tardamos diez minutos largos en entrar todos. Finalmente todos nos congregamos ante la puerta principal. Me fijo en que el Nissan está obstruyendo la salida del solar, impidiendo cualquier intento de fuga por nuestra parte. Tanto la nave como el solar del aparcamiento están vallados.

Una vez que estamos todos juntos, el guardia civil levanta la mano para hablarnos. Todos nos callamos. Con voz alta y autoritaria exclamó:

- Dentro de esta nave, propiedad de la Comandancia, hay una sala de reuniones que no puede albergar más de 35 personas. Dado que los acompañantes no son acusados de ningún cargo por el momento, éstos no tienen permitido el acceso al interior. Por ello deberán esperar fuera, dentro de sus vehículos, hasta que hayamos efectuado los trámites judiciales oportunos. Pónganse cómodos, pues esto llevará su tiempo.

No tardaron en aflorar las quejas. Varios de los participantes tenían conocimientos sobre leyes como para cuestionar lo que este guardia civil estaba haciendo con nosotros. Entonces varios se lanzaron a hacer llamadas por sus móviles.

El guardia civil lo observó.

- No se esfuercen. El pueblo lleva sin cobertura varios días. Dentro, en la sala, hay un teléfono fijo. Desde él podrán, cuando sea oportuno, realizar llamadas.

Los nervios, el miedo y la indignación eran patentes en mucha gente. El forero Bravo se encaró con el guardia civil.

- Vamos a ver, agente. ¿Pero qué patraña nos está usted contando? ¿Desde cuando se lleva a la gente ante un juez porque no tenga pasada la ITV de una moto?

Varios más se sumaron a la protesta. El alboroto y la rebelión empezaban a subir de tono.

- ¡Por cierto! – gritó histéricamente Mendoza. -¿Cómo se llama usted? ¡Haga el favor de identificarse!

El Apolo de la Bultaco 50 estaba a mi lado. Vi que le comentaba algo a Miss Nube de Magallanes:

- Esto es de coña. Verás cuando lo comentemos en el bufete. La Guardia Civil nos empitonará, pero a este tío nos lo llevamos puesto.

Mientras hablaba me miró y me guiñó un ojo como diciendo “el que ríe el último ríe mejor”. Los que estábamos a su alrededor no perdíamos detalle de todo lo que hacía o decía. Él era nuestro clavo ardiendo.

Y la rubita de oro asintió. Y le contestó:

- Este abuso de autoridad le va a suponer el despido del Cuerpo con deshonra. Ya me encargaré yo de este Tarzán. Este acaba en una cárcel de Somalia. Ya lo verás.

Todos los que estábamos a su alrededor asentimos con enorme énfasis. Eso era lo que todos deseábamos con todo el alma: cargarnos a este desgraciado que nos había destrozado nuestro plan, nuestra protesta y nuestra justa diversión..

El Cairer estaba rojo de ira. Con los ojos inyectados en sangre y los puños temblando de odio e indignación, miraba a la rubia fijamente. En su cara se leía lo que todos pedíamos en silencio: ¡venganza!

Pero el guardia civil permanecía impasible ante las protestas. Sus nervios parecían de acero. Con un temple impresionante levantó la mano imponiendo silencio con ese simple gesto.

- Por favor, no se alteren. Miren todos ustedes allí. Por allí se acercan el juez y el abogado de oficio. Ante ellos podrán ustedes exponer todas sus quejas.

Todos miramos hacia la carretera. Un Audi oscuro de gran cilindrada entró a toda velocidad en el reducido parking de la nave y frenó en seco. De él salieron dos mujeres. La que conducía tenía alrededor de 50 años. Iba vestida muy elegantemente. El copiloto era una chica joven, como de unos 25 años, y también vestía con mucha elegancia. Las dos tenían cierto parecido físico, me pareció apreciar.

La mujer se dirigió hacia nosotros. Traía una expresión muy grave en su rostro. Eso no me gustó nada.

El guardia civil la presentó.

- Esta es la señora juez de guardia de Ávila. Será quien les tome declaración a todos ustedes.

El dueño del Ferrari y su Venus privada se adelantaron al unísono hasta la primera fila. Él tomó, con mucha autoridad, la portavocía del grupo.

- Señora, vamos a ver una cosa…
- Llámeme Señoría -, le cortó.
- Está bien, Señoría. Vamos a ver. No entiendo nada. Soy abogado, mi mujer también, y estamos alucinando. ¿De qué juzgado es usted?

La juez respondió con chulería.

- Creo sinceramente que usted ha oído perfectamente al señor agente, por lo que su pregunta es una impertinencia. De todos modos, por si alguien más también tiene los oídos duros, les diré que soy la titular de un juzgado de Ávila; en estos momentos estoy de guardia. He sido informada por la Guardia Civil de los múltiples actos ilegales que este grupo ha cometido y, en consecuencia, estamos procediendo según dicta la ley que ustedes han violado tan gravemente.

Esa palabrería impresionó a la mayoría de los presentes. Sin embargo no afectó lo más mínimo a nuestro portavoz.

- ¿De Ávila, dice usted? ¿Desde cuando? Si tengo entendido que en Ávila ya no hay mujeres juez desde hace dos años…
- Pues está usted mal informado. Bueno, no tengo toda la mañana. Agente, haga usted pasar a los denunciados.
- ¡Eh, un momento, señora! – intervino Manapuch -. ¿Y nuestro abogado defensor?
- Es esta señorita. Dejen paso, por favor, y comencemos los interrogatorios.

Y la juez, muy ufana, entró en el interior de la nave tras haber sido abierta la puerta por el guarda civil. La chica joven estaba muy nerviosa y sonreía con una mueca; parecía totalmente desbordada por el asunto. Todos veíamos muy claramente que esto le venía demasiado grande. En un momento determinado, al verse acorralada por varias personas que le estaban apabullando con sus argumentos, salió corriendo de ellos y entró a toda prisa en la nave, siguiendo a la juez, y cerrando la puerta con precipitación.

El revuelo fuera era considerable. Los argumentos jurídicos que los entendidos estaban comentando en voz alta parecían irrefutables. Esto parecía un abuso legal que sobrepasaba toda raya roja.

Entonces el guardia civil se volvió a dirigir a todos nosotros. Casi nos lo comimos. Sin embargo el ademán que hizo de llevarse la derecha a la funda de la pistola nos detuvo y tranquilizó a la fuerza en el acto. Una vez más ya sabíamos quién mandaba allí.

- Orden, por favor. Señores, hagan lo que les he ordenado. Los acompañantes deben ir a sus vehículos y esperar. Los demás acusados pasarán al interior y esperarán su turno para declarar ante Su Señoría cuando ella les indique.
- ¡Van a meter en la cárcel a mi marido! -, gritó angustiada desde el fondo del grupo la mujer de Vicente.
- ¡Esto es ridículo! – afirmó Arjonero.

El alboroto entre nosotros volvió a crecer. Un nuevo gesto enérgico del agente lo cortó de raíz.

- Si ustedes tienen alguna queja, háganselo saber a Su Señoría. Ella representa la ley y todos ustedes deben obedecer.

El rubio, que claramente era el que mejor podía liderar este grupo de desesperados, impuso silencio y nos dijo con gran convicción:

- Obedezcamos al agente. Hagamos lo que la juez quiere. Ya tendremos la ocasión de poner las cosas en su sitio. Por favor, vayan todos ustedes a los coches y espérenos allí. Procuraremos no tardar mucho.

La mujer de Vicente tenía los ojos arrasados en lágrimas. Se dirigió suplicante al rubio.

- ¿Le pasará algo a mi marido?
- No se preocupe, señora. Todos saldremos de ésta de una manera u otra.

El pobre Vicente, que ya había dejado de sangrar por la pequeña herida de la cabeza, preguntó en voz alta.

- ¿Nos quitarán las multas?

El rubio se encogió de hombros.

- No lo sé. Este cachondeo totalmente ilegal puede tirar por tierra todos los trámites judiciales que esta señora empiece. Pero lo de las multas, ya veremos.
- Ya veréis como no nos las quitan -, saltó Alcarreño, indignado. – Todo esto no es más que para seguir saqueándonos a los ciudadanos. ¿Qué os jugáis a que nos dan por donde amargan los pepinos?

Un murmullo aprobatorio creció. La indignación y el temor por las terribles sanciones que nos esperaban crecían totalmente emparejados.

El rubio insistió en su argumento anterior.

- Repito. Hagamos caso al agente. Ya saldremos de ésta.

Sus sabias palabras fueron aceptadas y obedecidas. Un minuto después sólo estábamos ante la puerta de la nave los valientes que nos habíamos jugado la vida en aquella alocada carrera.

El guardia civil nos abrió la puerta de la misma y con la mano y su habitual dureza y frialdad nos invitó a entrar.

La puerta daba acceso a un recibidor no muy amplio en la que no había más que un pequeño mostrador de atención al público, un par de plantas altas y dos o tres sillas. A la derecha una puerta con la inscripción WC y a la izquierda una puerta ancha de hoja doble. Sin duda era la puerta de acceso a la sala de reuniones comentada.

Cuando todos estábamos dentro no sabíamos qué hacer. ¿Entrábamos o no a la sala? ¿Y dónde estaba la juez? ¿Y la abogada de oficio que nos había sido asignada?

Pero nadie habló. El guardia civil seguía allí impertérrito. Abrió un poco las piernas, cruzó los brazos por delante hacia abajo, se cogió de las manos, levantó la cabeza y desafió nuestras miradas a través de esas malditas gafas de espejo que hubiese deseado hacérselas comer a trocitos.

Unos segundos después la puerta que daba a la sala de reuniones se abrió ligeramente. Por ella aparecieron la juez - seria, áspera, tensa, antipática a más no poder – y la abogada de oficio – perdida, novata, desbordada, encogida -. Esta jovencita era tan tímida que parecía como si le diese vergüenza acercarse. Por eso se quedó muy cerca de la puerta doble.

El guardia civil se apostó al lado de la puerta de acceso a los cuartos de baño. Sacó de uno de sus bolsillos un montón de carnets de conducir y se entretuvo en mirar cada uno de ellos con gran parsimonia. De vez en cuando se le escapaban breves sonrisas despectivas.

Yo, confieso, le hubiese matado allí mismo.

Entonces la juez se dirigió hacia nosotros y comenzó su perorata. Lo que dijo me hizo temblar de nuevo. Díos mío, ayúdanos a salir de ésta, recé.

- Por lo que la Guardia Civil me ha informado, ustedes han cometido, para empezar, una serie de delitos contra la circulación muy graves. Y eso, siendo terrible, no es lo peor. Por mis informes ustedes estaban tomando parte en una reunión clandestina no autorizada que…

El valenciano Caratacus explotó:

- ¡Eh, oiga, señora, que es una manifestación autoriz…!

La juez se volvió hacia él con ira.

- ¡No me interrumpa o mandaré detenerle! ¡Y llámeme Señoría!

El pobre Caratacus no sabía dónde meterse. Menuda fiera era la juez que nos había tocado.

Siguió.

- El volumen de los actos a juzgar es tan insoportablemente elevado que va a ser imposible acabar yo sola la toma de declaraciones a todos ustedes en el día de hoy, así que voy a solicitar a mis otros compañeros que no estén de guardia que se presenten aquí tan pronto como sea posible para poder tomarles declaración ante de que acabe el día y así poder fijar las fianzas oportunas. Pero si, pese a nuestro esfuerzo, éstas no acaban en el día de hoy, vayan pensando todos ustedes en que los acusados quedarán bajo la tutela de la Guardia Civil de la Comandancia hasta que los trámites estén acabados. Pueden calcular de dos a tres días.

- Pero, ¿cómo? ¿Dos o tres días, dice usted? – intervino angustiado MobyRafa -. Oiga, que soy autónomo y tengo que estar en Cádiz mañana por la tarde… -

- ¡No es mi problema! – soltó la muy bestia. – Si tuviese que hacer caso a todos los lloricas que pasan por el Juzgado, ahora estaría yo pidiendo a la puerta de una iglesia.

Mobyrafa, como todos los demás, se indignó hasta el infinito, pero se contuvo ante la falta de todo en “Su Señoría”

El rubio intervino.

- Vamos a ver, Señoría. Esto no puede ser. Ninguno de nosotros va a declarar si no es delante de nuestros abogados. ¿Quién va a estar con nosotros en estos interrogatorios tan legalmente discutibles? ¿Esa señorita?
- Naturalmente. Es una joven muy capaz. Es la mejor de mi juzgado.
- Pues yo soy abogado y no la quiero ni la necesito. Por otra parte le pregunto: ¿va a estar ella sola para defendernos a todos? Porque usted dice que va a pedir ayuda a otros jueces. ¿Y nosotros no podemos llamar a nuestros propios abogados?

Y se cruzó de brazos, desafiante, esperando la respuesta de la juez.

La susodicha estaba muy molesta ante las pegas que nuestro líder le estaba poniendo.

Y entonces empezó a amenazarle la muy bruja.

- Mire usted, joven. Tiene mucha suerte de que no estemos todavía en el estrado, porque semejante insubordinación posiblemente le costaría su título profesional. Le digo que esta joven es la mejor del juzgado. Seguro que a usted le da diez mil vueltas como abogado y como persona.
- Mire, Señoría. Con todo respeto está usted diciendo unas tonterías impresionantes.

Todos nos quedamos helados… ¡Qué valiente era el rubio!

La juez montó en cólera. Llevaba un bolsito en las manos. Empezó a hacer aspavientos con él como si la picase todo el cuerpo. Empezó a chillar muy ofendida.

- ¡Tonterías…! ¿Tonterías dice usted…? ¡Pero bueno! ¡A mí me va a dar algo! ¡Ha ofendido usted a la Justicia, ¿sabe usted? ¡A la Justicia! ¡Lo pagará usted muy caro!

Y del bolsito sacó un abanico y empezó a abanicarse con verdadera furia. No dejaba de dar saltitos alternativamente sobre cada pie. Empezó a enrojecer. Parecía que le iba a dar un ictus en cualquier momento.

La situación era patética. Su reacción era tan desproporcionada que nos dejó a todos sin capacidad de reacción. El rubio y todos los demás mirábamos de hito en hito. No nos podíamos creer que una juez montase semejante espectáculo.

En ese instante oímos un portazo. Miramos hacia allí. La jovencita había abandonado el recibidor donde estábamos y había entrado en la sala. ¿Pero cómo era posible? ¿Era nuestra abogada y huía así de repente?

Nos miramos consternados. No sabíamos que hacer.

Un instante después la juez, que seguía haciendo enormes aspavientos - parecía que le iba a dar un sofocón en cualquier momento -, siguió el ejemplo de la joven y, huyendo de nuestra presencia, entró en la sala de reuniones, cerrando violentamente la puerta tras sí.

Nos quedamos mirándonos todos sin capacidad de reacción. El guardia civil parecía ajeno a lo que había pasado. Ahora nos daba la espalda. Parecía que seguía mirando nuestras documentaciones. De vez en cuando levantaba y bajaba los hombros muy rápidamente. Qué tic más raro.

Yo, a pesar del miedo y angustia que tenía, pensé que no podía estar allí todo el día, así que me lancé tras ellas para pedirles que, por favor, cumpliesen con su obligación para que, por lo menos, nos quitásemos este mal trago cuanto antes.

Abrí la puerta y miré dentro.

Dios mío. Me quedé paralizado.

Allí no había una sala de reuniones…Había una única sala, de unos 300 ó 400 metros cuadrados.

Y estaba llena de cosas.
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Para empezar…

Para empezar había dos filas llenas de ciclomotores, todos absolutamente nuevos, como recién salidos de fábrica. ¿Cuántos habría? Calculé unos 50 ó 60. Allí había una increíble representación de los mejores ciclomotores que en España se habían fabricado. Y también había una tercera fila, ésta conteniendo, perfectamente alineadas, una veintena larga de motos de 75 centímetros cúbicos.

Las dos mujeres habían desaparecido. Pero había un montón de mesas y sillas como para cincuenta o sesenta comensales, perfectamente ordenadas. Con mantel, platos, vasos, cubiertos, agua, vino, champaneras, aperitivos variados, un jamón listo para cortar, fiambres, ensaladas…

Colgando de la pared había un cartel de por lo menos 30 metros de largo.

Lucía un anagrama…

Amoticos.

Y en el centro de todo, una plataforma baja de cinco por cinco.

Sobre ella dos cosas muy especiales. Un carromato amarillo con una inscripción en el lateral que me sacudió de arriba abajo.

Y una Derbi 74 Gran Sport reluciente sobre la que se apoyaba una gran corona de laurel.

Con ojos desorbitados me volví a mis amigos.

- ¡Entrad todos! ¡Ahora mismo! - chillé como un demonio.

Y todos entraron en tropel.

Y, cuando vieron lo que se ofrecía ante sus ojos, un grito de sorpresa llenó la nave.

Y, como yo, también se quedaron paralizados y absolutamente boquiabiertos.

Pero no habían entrado todos. Faltaba uno.

Rápidamente volví sobre mis pasos y entré de nuevo en el recibidor. Estaba vacío. ¿Dónde estaba el fulano este?

La puerta de acceso al cuarto de baño, que estaba ligeramente abierta, se cerró en ese momento. Ajá, así que estás ahí dentro. ¡Ahora te vas a enterar!

Pero cuando dando grandes zancadas me dirigí hacia el baño con la intención de romperle las piernas al sujeto de las gafas de espejo, botas altas, casco y pistola, tuve que detenerme sin remisión.

Del cuarto de baño, pese a que la puerta estaba cerrada, llegó hasta mí la carcajada más sonora, potente, estruendosa, divertida, jocosa, liberalizadora, sincera y contagiosa que uno haya oído nunca.



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Mensaje  Juampy 23/9/2012, 22:45

Bueno , realmente muy bueno , mucha calidad en el relato y muy entretenido ..
Y ahora yo me pregunto , con todos los frentes que han quedado abiertos habrá segunda parte ...???

Un saludo,,
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Mensaje  Delagh 24/9/2012, 12:53

Jajajajajajajaja, FANTASTICO.

Saludos

P.D. Sigue, sigue.
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Mensaje  Isimoto 24/9/2012, 14:30

Muy bueno Ducalense..... habra mas o nos repartiremos esas motos!!! :bravy:
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Mensaje  Ducalense 26/9/2012, 22:58

Saludos a todos los foreros.

Como lo prometido es deuda, aquí tenéis el pdf con el relato completo. Que lo disfrutéis. Muchas gracias por vuestros ánimos y elogios. Un abrazo.

Pulsa AQUI para descargar el PDF con el relato completo
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Mensaje  Jorok 26/9/2012, 23:08

Pero, pero, pero... ¡¡ esto NO PUEDE QUEDAR ASÍ !!! :ign: :ign: :ign:

QUEREMOS MASSSSS :bravy: :bravy:

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Mensaje  Kaezet 27/9/2012, 00:29

¡Te felicito Ducalense! por 90 páginas llenas de imaginación, por romper la distancia que existe entre nosotros y hacernos vivir juntos, aunque sea virtualmente, una experiencia tan vibrante.

Y también por haberle cogido el punto al foro tan rápidamente.

Eso sí, eres un poco cabrito jugando de tal manera con la tensión del prójimo...

Pues venga, habrá que sentarse, que de primero creo que hay una sopa muy rica. Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 3 Smiley_emoticons_teeschale

¡Gracias!


PD Por aquí me preguntan si se le puede entrar a la “abogada” o con su madre ¿? cerca mejor abstenerse.
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Mensaje  Arjonero 28/9/2012, 20:13

Enhorabuena Ducalense. Este relato agranda más este foro si cabe.
Tengo que confesar que hace años que no leo un libro y con este relato
estaba deseando que escribieras otro capítulo para meterme de lleno en ese
mundo imaginario.

Gracias por tu tiempo empleado en deleitarnos y entretenernos con esta historia.
Me uno a los compañeros y ruego una segunda parte, pero si no es así,
de nuevo..... MUCHAS GRACIAS.

Un saludo.
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Mensaje  Paufont 28/9/2012, 21:08

Único compañero, único!!!

He de confesar que yo si leo algunos libros aunque no con exagerada frequencia, me encuentra tocar tematicas que me gusten, por otro lado mi exagerada aficion al motor (quizás realmente demasiada siendo ello negativo Rolling Eyes ) y éste relato hacen a uno volar la imaginacion, crear los lugares, momentos y sensaciones en la mente y disfrutar de una historia que si bien no es real, se ha vivido de muy cerca, bueno... porqué tantos rodeos yo ahora... Que ha gustado y punto oyeeee!!! :bravy:

Estoy con los compañeros pero, tras una historia tan elaborada DEBES continuar con ella o con algo relacionado, al contarlo con tanto detalle, momento a momento, éste final tan rápido e instantaneo han sido una interrupción enmedio del vuelo de la imaginación que no ha sentado bien eeeeeh!!! jejeje Animos con ese talento y a continuar!!! Eso es como al final de un concierto, cuando gusta se pide otra, eh aqui un buen concierto :gn:

Saludosssss :up:

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Mensaje  Tito Pons 28/9/2012, 22:20

Te felicito Ducalense,esperamos una segunda parte,saludos.
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Mensaje  Concept 6/10/2012, 13:07

Hay segunda parte???
Gracias por compartirlo con nosotros, tienen que ser unas cuantas horas...
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Mensaje  Arjonero 19/1/2013, 11:45

Ducalense ¿como llevas los siguientes capítulos?
Dime algo, que me tienes en ascuas.
Saludos.
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Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor. - Página 3 Empty Re: Relato: Y en 2014 acabaron con el ciclomotor.

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